Probablemente aprovecharás para leer esta columna la mañana del 6 de diciembre, en la que nuestra Constitución cumple 40 años de andadura. Así pues, me ha parecido oportuno dedicarla a esta efeméride y volcar en ella algunas (pocas) reflexiones e ideas al respecto.
Comienzo reconociendo que cuando se votó en referéndum, en el año 1978, yo apenas tenía 9 años, así que mis recuerdos son nebulosos y poco precisos sobre el ambiente, la situación social, política y económica del país y sobre la adecuación a las circunstancias de este texto del que hoy celebramos su cumpleaños.
Que para un país poco o nada acostumbrado en los 40 años anteriores a que le preguntaran sobre su opinión y a ser escuchado casi un 70% del censo acudiera entonces a votar ya es un motivo de celebración. Y que un 80 y pico de esos votantes dieran el “sí” supone un valiente espaldarazo a esta norma. Pero que apenas unos días antes, el 17 de noviembre, en plena campaña electoral, hubiera entrado en vigor la nueva mayoría de edad en España que rebajó de los 21 a los 18 años y que permitió acudir a decidir en esta votación a un importante pero indeterminado número de personas (según me he documentado, se habla de que en alguna provincia española había más de un 30% de errores en el censo electoral) hace que el valor de estas cifras sea, cuando menos simbólico.
Sin embargo, que más de un 60% de la población actual de España no hubiera nacido o fuera menor de edad en aquellas fechas ponen en cierto entredicho si las instrucciones de manejo de la democracia española siguen siendo válidas. Y no me refiero a la legitimidad de las mismas otorgada en su momento por las urnas a pesar de lo comentado un poco más arriba, sino a que las circunstancias sociales, políticas, económicas, culturales… han cambiado de manera radical. Si la Constitución es el manual de instrucciones para la convivencia de las personas que habitamos este país y es fuente primigenia del resto de prospectos (leyes…) que nos regulan, algo obsoleta sí que parece estar. Sin ir más lejos hoy los folletos de manejo de lavadoras, televisiones, teléfonos y demás aparatos complejos ya no se escriben en papel, sino que se descargan de la red, se leen en una pantalla y se actualizan permanentemente según vaya siendo la experiencia de uso.
Ha cambiado, por poner tan sólo un ejemplo, y de qué manera, el lugar de la mujer en la sociedad. En 1978 hacía apenas 4 años que se había derogado la llamada licencia marital para trabajar, votar, sacarse el pasaporte y ejercer otros muchos derechos civiles a los que las mujeres habían tenido restringido su disfrute. Una cancelación legal, sí, pero sin que se hubiera dado el necesario cambio cultural masivo en la sociedad que hoy parece mucho más arraigado (recordemos el pasado #8marzo). Hay que tener en cuenta que los redactores fueron finalmente 7 hombres y les faltó pensar desde lo que hoy conocemos como perspectiva de género a la hora de regular la vida pública en España. Hoy nuestro manual de instrucciones se hubiera redactado de manera inclusiva y hubiera tenido en cuenta muchos, muchos aspectos en cuestiones de equiparación, empezando por la primacía en la sucesión de la corona. Por cierto, que esto último, lo de la “corona”, me lleva a cuestionar si la figura del timonel de entonces, -posiblemente la única aceptada de manera consensuada, como mal menor para guiar esta nave- debe ser mantenida actualmente o quizás sea hora de cambiar de timonel, de rumbo y de timón. Pero eso merece columna aparte
Celebremos pues estos 40 años de democracia representativa, pero pensemos que para manejar esta convivencia quizás debamos reformar, revisar y actualizar su manual de instrucciones.