Los economistas sabemos diferenciar muy bien entre gasto e inversión. Un gasto va a la cuenta de resultados anual, minorando los ingresos y, por tanto, los posibles beneficios. Una inversión va al balance, o sea, pasa a formar parte de los activos, de lo que uno tiene. El gasto es dar uso a unos recursos que se consumen, se agotan. La inversión espera ser recuperada (¿con creces?) en el futuro. El gasto va destinado a satisfacer necesidades inmediatas. La inversión, a mejorar el futuro a cambio de un desembolso en el momento actual. El gasto es presente. La inversión es futuro.
Educar es, al parecer, un gasto, no una inversión en el futuro de las personas
Escribo esto porque en estos días de inicio del curso escolar se ha publicado algún dato económico sobre el, a mi entender mal llamado, gasto educativo en España. El informe Panorama de la Educación 2016, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), nos cuenta cosas tan escalofriantes como que España se gasta por estudiante un 3% menos que la media de los 34 países miembros de la OCDE (8% del PIB frente a 11%) o que el gasto en educación entre 2008 y 2013 si bajó en nuestro país mientras que en el resto de los países del entorno no varió dicha cifra, en porcentaje. Puesto en euros, que es algo que todos entendemos, mientras que el gasto por alumno/a de primaria en España es de 6.186 €, la media de la OCDE es de 7.538€. Eso sí, si tenemos que dar una cifra en la que somos ganadores (los sextos en un total de 34), un niño/a de primaria en nuestro país va clase un total de 880 horas anuales frente a las, por ejemplo 673 horas finlandesas, país siempre puesto como ejemplo educativo (que, por cierto, se gasta el 10’5% de su riqueza en educación). Un último dato: en España casi un 23% de las personas jóvenes ni estudia ni trabaja, cifra solo superada por Turquía, Italia y Grecia y muy lejos del 8’3% de Holanda o el 9’1 de Suecia o Noruega.
La inversión va destinada a mejorar el futuro a cambio de un desembolso en el momento actual
Solo estoy haciendo referencia a cifras, no a contenidos ni distribución del gasto, lo que sería muy interesante analizar. Esos 6.000 y poco euros por persona, ¿cómo y en qué se gastan? ¿En instalaciones e infraestructuras? ¿Cuánto se destina a tener un profesorado motivado, ilusionado, formado y actualizado? ¿Cuánto se dirige a becas para que las personas con menos recursos tengan las mismas oportunidades?
Pues eso, cifras aparte y a pesar de lo escandalosas que son (o, precisamente, por eso), vuelvo al inicio de esta columna: ¿gasto o inversión? ¿Cómo entendemos la educación y lo que nos cuesta? Las autoridades educativas parece que últimamente lo consideran gasto, derroche (palabra que me había prometido obviar), presente y no futuro. Educar es, al parecer, un gasto, no una inversión en el futuro de las personas y, por consiguiente, del país. ¿Podemos permitírnoslo? ¿Debemos?
Recomiendo muy encarecidamente ver el último documental de Michael Moore sobre qué es lo que hace diferente la educación en Finlandia. Una pista. Tiene que ver no tanto con lo que se gasta, sino con la intención y finalidad con que lo hacen, con el título de esta escalera otoñal.
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