Carlos Ballesteros @revolucionde7a9

El otro día necesitaba unos zapatos y entré en una tienda, de las de toda la vida, a comprarlos. La conversación con la dueña de la tienda transcurrió de forma cordial y amable a pesar de su contenido. Ella defendía que solo tenía producto español porque en estos tiempos de dificultades había que apoyar y amparar “lo nuestro” y solo lo nuestro. Comprar en su tienda era, a su entender, un acto de patriotismo y una forma de defender lo español frente a las invasiones bárbaras y las veleidades globalistas.
Si sois seguidores de esta columna desde hace tiempo os imaginaréis mi cara y lo cerca que estuve de salir de la tienda sin los zapatos. Pero hoy no quería tanto hablar de esto sino de cómo este acto de consumo me hizo caer en la cuenta de que “defender lo español” no era sino apostar por un consumo local, de proximidad, más o menos sostenible y sobre todo de asegurarme el suministro. Es verdad: la tienda de esta señora estaba llena de zapatos y ella aseguraba que no iba a tener problemas de abastecimiento, al no depender de proveedores de China y del Sudeste asiático.
Si habéis estado atentos a las noticias económicas de las últimas semanas, el lobo, un lobo agresivo, amenazador y muy grande vuelve a asomar sus orejas. Una tormenta perfecta originada por la Covid-19 (o eso dicen) y compuesta a partes iguales de crisis de materias primas, crisis de los semiconductores, problemas en el transporte marítimo, escasez de camioneros y crisis energética pone en peligro la gran orgía del consumo que empieza un viernes de noviembre y termina cuando acaban las rebajas de enero, San Valentín, el Día del Padre, las segundas rebajas y alguna otra efeméride que ahora se me olvida. Casi 4 meses de consumo agotador desmesurado, derrochador y obsceno que este año peligra porque el sistema no va a ser capaz de hacer llegar las ingentes toneladas de productos que necesitan los tenderos. Salvo que sea producto de cercanía, de producción local. Si este año llegan los Reyes, seguro que serán magos, mágicos, esta vez sí que sí. Porque va a ser un milagro mágico que en muchas casas la noche del 6 de enero aparezca el último grito en videoconsola, el último modelo de teléfono móvil que reponga el que nos compramos hace 6 meses o el robot de cocina al que solo falta darte de comer con la cuchara como cuando eras un bebé.
Quizás nos lo merezcamos. Lo que no sé es si aprenderemos. Pero quizás nos lo merezcamos. Durante años, décadas, hemos alimentado un sistema que no dejaba de engordar: deslocalización de la producción hacia países baratos, muy baratos en lo que se refiere a la mano de obra; países donde la legislación medioambiental es muy laxa, casi inexistente a pesar de cumbres como la COP26 (a la que por cierto ya ni siquiera acuden); uso intensivo del plástico y otros derivados del petróleo en la fabricación de cualquier cachivache; instalación de una cultura del usar y tirar donde es mucho más barato reponer que arreglar; combinación perfecta de trucos publicitarios para hacerte saber que si no participas en el juego, si no compras cada vez más rápido y más cantidad sencillamente eres un paria marginado de esta sociedad; necesidad de que todo lo que usemos tenga memoria, chip, cargador y puerto USB; existencia de una imperiosa y urgente necesidad de tenerlo todo aquí, ahora y en menos de 24 horas, etcétera. ¿Nos lo merecemos? Haber construido y favorecido una economía globalizada e interdependiente que prima estas prácticas y este tipo de relaciones supone que, cuando menos te lo esperas se pone en peligro tu consumo navideño.
Así que, finalmente compré los zapatos. No porque con ellos me sienta más español, muy español, mucho español, sino porque con ellos siento haber contribuido a una economía a escala mucho más humana, local y sostenible. Y me fui pensando que la dueña de la zapatería, a lo mejor y muy a su pesar, estaba haciendo un gran favor a la Agenda 2030 y a los ODS teniendo producto español. A esa agenda y a esos objetivos de desarrollo sostenibles que el que, más que probablemente, partido político al que vote dice que son un invento globalista sin sentido que debe caer en el olvido.
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