El ángel sin premio

Tal vez el nombre de Irena Sendler no te suene de nada o ni siquiera lo relaciones con algún acontecimiento importante de la historia. Sin embargo, para dos mil quinientos niños judíos ha sido alguien de vital importancia.

Cuando en 1939 los alemanes invadieron Polonia, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, una más, como nosotros. Se ocupaba de atender los comedores donde se alimentaba a huérfanos, pobres y ancianos,  además de proporcionarles ropa y medicamentos. Una mujer que tocaba la realidad más cruda de aquella sociedad.

Irene Sendler, el ángel de Varsovia

El ángel de Varsovia en una foto de archivo

Una de las muchas atrocidades de los nazis fue la creación del gueto de Varsovia, donde las condiciones eran infrahumanas. Los alemanes, por temor al tifus, dejaban que los polacos se encargaran del recinto. Dada la situación en la que se encontraban los judíos y con el deseo de ayudarles, Irena se unió al consejo de Ayuda de Judíos, Zegota. Durante más de un año y hasta que fue evacuando el gueto en 1942, estuvo sacando a niños como aparentes víctimas del tifus, sirviéndose de sacos, cestos, cargamentos de mercancías para que pudieran seguir viviendo al otro lado de la muerte segura que les esperaba de continuar allí dentro. Niños que eran tan solo números, pasaban las rejas para tomar de nuevo identidad en un archivo que Irina creó y guardó en envases bajo un manzano.

Quien juega con el riesgo corre el peligro de perder la vida para que otros la sigan teniendo. Detenida por la Gestapo el 20 de octubre de 1943, fue llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. Esta mujer de eterna sonrisa, creyente en los cristos de las alambradas, se negó a dar nombres y datos, cambiando el dolor por la complicidad de quien sabe que un niño que ha visto las atrocidades de los fanatismos debe continuar gritando y denunciando para que no se repitan nuevos holocaustos humanos.

Sentenciada  a muerte, logró aparecer en la lista de los polacos ejecutados gracias a que sus compañeros de la Zegota sobornaron a los alemanes para que siguiera viviendo con otro nombre, ya que solo ella conocía la identidad y situación de los niños que sacó del gueto. Continuó trabajando con una identidad falsa durante años. Al acabar la guerra, los tarros enterrados dieron su fruto. Ella misma les abrió de nuevo con la esperanza de encontrar a los familiares de los niños, pero muchos de sus parientes habían muerto en los campos de concentración.

“El ángel de Varsovia” como se la conocía también, pasa muchos años con las alas rotas sentada en una silla de ruedas a causa de las torturas que le infringieron.

No le fue concedido el Premio Nobel de la Paz en el 2007, para el cual había sido nominada. Un documental sobre el calentamiento global, que presentó Al Gore, resultó, como cualquiera con sentido común puede comprender, mejor valorado que esta mujer que en tiempos de guerra pacificó los sueños de tantos niños. Nuestro ángel se quedó sin el premio del reconocimiento internacional, que imagino nunca pretendió ni buscó.

Como tantas veces, a los famosos se les sigue dando más popularidad y los humildes, la gente sencilla, que pueden ser nuestros vecinos, pasan a engrosar la lista de los ángeles que cada día hacen posibles los milagros. Será cuestión de seguir creyendo en tantos héroes anónimos y desenmascarar tantos premios concedidos de antemano por intereses soterrados.

«La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad»

Irena Sendler

 

jukaprieto@hotmail.com

Juan Carlos Prieto
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