Allá por los años 90 del siglo pasado me sorprendió la afirmación que aparecía en un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), relativo a la situación de las mujeres en el mundo, en el sentido de que en ningún país del mundo se podía hablar de igualdad entre hombres y mujeres, que la desigualdad de género imperaba en todo el planeta, a pesar de que, en la mayoría de los países, los textos constitucionales, incluso la legislación, reconoce la igualdad de género.
Sin embargo, la realidad difiere de los compromisos que se han adquirido y adquieren desde los ámbitos gubernamentales. Hoy en el Índice de Desigualdad de Género elaborado por el PNUD se afirma que “La desigualdad de género sigue constituyendo un grave obstáculo para el desarrollo humano. Las niñas y las mujeres han progresado mucho desde 1990, pero todavía no hemos logrado la igualdad de género. Las desventajas que experimentan las niñas y las mujeres son una causa importante de desigualdad. Con demasiada frecuencia, sufren discriminación en la salud, la educación, la representación política y el mercado de trabajo, entre otros ámbitos, lo que tiene repercusiones negativas para el desarrollo de sus capacidades y su libertad de elección”.
En efecto, hoy, las mujeres y las niñas, las víctimas más numerosas de las desigualdades, se encuentran poblando todo el planeta. Junto a esa realidad, aparecen destellos de igualdad viajando hacia su reconocimiento pleno. Sin embargo, como afirma Araceli Caballero, “La igualdad parece que viaja en caracol”, por lo que la llegada a buen puerto de momento no se vislumbra.
Uno de esos destellos sobrevoló la reunión de Davos, celebrada a finales del pasado mes de enero. Por primera vez en su historia fue dirigido por mujeres, pero apenas el 21% de quienes participaron fueron mujeres y las cabezas visibles seguían siendo hombres.
Uno de los temas objeto de debate en Davos fueron las diferencias salariales entre hombres y mujeres a raíz de la publicación -en noviembre de 2017- del Índice Global de Disparidad, informe que desde 2006 realiza el World Economic Forum, organizador de la citada reunión. En el informe del pasado año se manifiesta la preocupación por el aumento de la desigualdad salarial, exponente importante de las desigualdades de género. No es de extrañar tal preocupación porque, como se apunta en el informe, si se eliminaran las diferencias salariales, los beneficios económicos para países como Estados Unidos, Japón, Francia o Alemania se cifrarían en miles de millones de dólares. Parece un buen reclamo para afrontar las desigualdades salariales entre hombre y mujeres pero, ya se sabe, las gélidas temperaturas de Davos congelan algunos atisbos de buenos propósitos, como sería en este caso que las desigualdades salariales por razón de género fueran disminuyendo en todos los países, por citar solo un tipo de desigualdad.
En Davos se oyeron mensajes estimulantes: que las desigualdades salariales agudizan las desigualdades económicas y suponen un grave obstáculo para el crecimiento inclusivo, imprescindible para el bienestar de todas las personas, que pasa por conformar un mercado de trabajo en el que los hombres y las mujeres participen en los mismos términos. Incluso se llegó a hablar de la necesidad de establecer un nuevo equilibrio mundial para afrontar las desigualdades. ¿Un destello de igualdad? En realidad, parece el sueño de una noche de invierno en Davos. Si se abordaran las desigualdades de género en todos los ámbitos, las mujeres, es decir, prácticamente la mitad de la población mundial, verían reconocidos sus derechos. Ciertamente, hoy es un sueño.
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