La pandemia nos dejó una categoría laboral destacada ya para siempre en la memoria colectiva: los trabajos imprescindibles. Coincidían, irónicamente, con aquellos no siempre mejor valorados en nuestra sociedad. En este número hemos querido ponerles cara y, como fiel reflejo de la realidad, solo hemos encontrado mujeres. Ellas son las imprescindibles. Sin su trabajo, se para el mundo.
por Lala Franco, Pepa Moleón y Araceli Caballero
Lorieth Torres Cortez, mozo de almacén

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
Mozo de almacén en el departamento de Packing, en una reconocida empresa comercial del país. Considero que lo peor de la experiencia ha sido la lucha interna entre el deber y el querer, tomar la decisión de salir de casa a ejercer uno de los oficios que quizá no se consideraba de relevancia antes de la pandemia, tal como el de un cajero de supermercado, o el de un repartidor de comida, mientras que internamente el deseo de permanecer en casa para intentar reducir el riesgo de contagio era constante. Sin embargo aceptar que en nosotros los jóvenes estaba la responsabilidad enorme de poner la cara ante las circunstancias para que los más vulnerables pudiesen quedarse bajo resguardo, precisamente allí estuvo la mejor parte. Tener la convicción de que mi labor está enfocada en que sea mas llevadera la situación y que, lejos de exponerse a un riesgo mayor, quienes se apegaban a cumplir las recomendaciones de los especialistas, reciban en casa artículos de primera necesidad como higiene, medicamentos, y hasta para aprovechamiento del tiempo en casa como deporte y lectura para todas las edades.
2. ¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
He tenido mi mirada puesta en nuestro padre eterno siempre, en todo momento mi fe puesta en Dios, tanto para que me dirija, me fortalezca, me cuide y me bendiga. Por su maravillosa obra he tenido a mi grupo de apoyo de la JEC Madrid, siempre apoyando, escuchando, ayudando en todo momento y animando. Personas que desde diferentes situaciones también han estado trabajando durante la pandemia, entre ellos médicos, que semana a semana asistían muy puntual a nuestra reunión por Skype. Mi familia siempre con la Fe al mil, y enriqueciendo el alma a través de la lectura constante.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
De lo aprendido me quedo con muchas cosas, principalmente que nunca sabemos qué tan preparados estamos como sociedad hasta que se nos presentan retos. De la Crisis de COVID-19, al ser mundial, ha desembocado que desde líderes y gobernantes, empresarios, y hasta tu vecino mas humilde, busque la posibilidad de ayudar de algún modo. Por aprender, lo que la vida nos permita seguir aprendiendo.
Matilde Hermida Vigara, Auxiliar de enfermería en residencia pública de ancianos, Madrid

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
Durante estos meses tan duros, mi trabajo como Auxiliar de Enfermería en la residencia de ancianos con los residentes, era cuidarlos, mantener su higiene, darles su medicación, preocuparme de su bienestar y estado de salud, pero además he tenido que escucharles. Aunque no tenía apenas tiempo, había que sacarlo, pues ellos necesitaban apoyo moral. Se sentían solos y asustados lejos de sus familias. Yo también estaba asustada pero eso no podía demostrarlo, tenía que sonreír y tranquilizarles, dedicándoles tiempo para escuchar sus historias y sus penas. He sabido más de sus vidas que en cinco años.
Lo mejor de esa experiencia ha sido el ver que los seres humanos nos necesitamos más de lo que creemos, que necesitamos acercarnos unos a otros para conocernos mejor y entendernos.
Lo peor ha sido ver la incomprensión de ciertos políticos, que en lugar de unirse todos a una, pues todos estamos en el mismo barco, solo pretenden ganar votos. Es totalmente obsceno. Es momento de unión, de aportar y no de dividir y crear enfrentamientos y odios.
2. ¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
Gracias a Dios cuento con el apoyo de mi familia, amigos y compañeros, gente maravillosa que se preocupa por los demás, y eso no hay dinero que lo pague.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
He aprendido que la vida es muy valiosa y hay que cuidarla y cuidar a quien nos cuida. Creo que es importante que aprendamos todos a respetarnos, cada uno con sus ideas, pero unidos en lo importante, y mirar por debajo de nosotros, que hay mucha gente que habrá que ayudar y defender. Eso es ser un verdadero patriota, querer ver a tu gente bien sin pobreza ni miserias.
Marisa Arias, de Pastoral de la Salud, Bilbao

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
Trabajo en el ámbito de la pastoral. En concreto en pastoral de la salud. Quienes realizamos este servicio, tenemos como objetivo atender a las personas en sus necesidades religioso-espirituales en cualquier momento de sus vidas, y de manera especial en los momentos de mayor fragilidad.
En estos meses el fin de la tarea no ha cambiado pero si las condiciones para poder ejercerla. En el territorio hemos crecido en creatividad para seguir transmitiendo cercanía tanto a las personas confinadas en sus casas como a las residentes en hogares de mayores. En cuanto al hospital, el Covid ha supuesto un antes y un después. La Capilla ha sido un espacio donde la gente venía a llorar, a rezar, a coger fuerza, a compartir su impotencia, el cansancio, el miedo. Hemos escuchado, sostenido, y acompañado. También facilitado el acceso a sacramentos como la confesión o la comunión en un momento donde las parroquias estaban cerradas como todo lo demás. Nuestro movimiento se vio reducido a poder ir sólo a zonas con personas ingresadas “no covid” y allí, con ellas, también hemos estado en un momento donde no podían tener casi visitas, donde el miedo era libre y la expresión de la vulnerabilidad el pan nuestro de cada día.
Lo más duro para mí ha sido acompañar la pregunta repetida una y otra vez de “y si muere, ¿qué hacemos? No hay posibilidad de funeral, de despedida compartida. Por favor que no se muera ahora, ahora no”. Sostener el sufrimiento sin poder tocar, ni abrazar, escondida tras una mascarilla, unos guantes, una bata ha sido muchas veces difícil.
Pero no todo ha sido duro, también he vivido momentos de profunda humanidad, de encuentro, de generosidad compartida, de experiencias profundas de fe que me han enriquecido.
2. ¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
Dios se manifiesta en la belleza de lo pequeño, en la común-unión que tenemos los seres humanos. Me he dado cuenta que ante la impotencia y el sufrimiento aparecen nuestros límites, pero no solo. También sale la luz que nos habita y que yo reconozco como Dios Aita-Ama. Esa luz, cuando se deja ver, cuando nos traspasa, lo llena todo, hace que la vida, a pesar de todas sus heridas, sea algo que merece la pena ser vivida, acompañada, dignificada, mostrada y reconocida. Desde ahí siento que es mucho más lo que me ha sido regalado haciendo este servicio que lo que yo he puesto en el.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
Las personas somos inter-dependientes. Todas tenemos carencias y capacidades. Si aprendemos a vivir y transmitir compasión ante las primeras y ponemos al servicio del bien común las segundas no hay virus, ni pandemia ni mal que nos pueda destruir porque aunque muramos nuestra esencia permanecerá para siempre en el amor que hemos compartido y que constituye lo que en origen realmente somos.
Elena Díaz Crespo, R3 de Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
Soy residente de Medicina Familiar y Comunitaria y mi función ha estado repartida entre estar en el Centro de Salud y la Urgencia del hospital.
En el Centro de Salud estructurábamos la semana de tal manera que un día atendías llamadas telefónicas (500-600 diarias), urgencias respiratorias, no respiratorias, domicilios y domicilios de paliativos, siempre acompañado de un adjunto que supervisase y también haciendo equipo de trabajo para compartir lo que íbamos viviendo. Y a eso había que sumar las guardias de 24h en el hospital o los turnos extra en la urgencia.
Lo peor, la dificultad para manejar la incertidumbre de no saber qué decir, qué hacer, si las decisiones tomadas eran las correctas, el límite de edad para acceder a la UCI (porque de verdad que no había sitio), informar a las familias cuándo un paciente ingresaba o cuándo había que trasladarlo desde el centro de salud al hospital porque estaba grave, entrar en las casas de la gente siendo portador de malas noticias cuando no mejoraban, el no poder ver a los pacientes y tener que manejar todo por teléfono… Muchas situaciones de dolor continuo y de frustración.
Lo mejor el compañerismo dentro del hospital, especialmente entre los residentes: todo el mundo intentaba hacer horas extras para que la carga de pacientes se distribuyese entre más personas, acompañar aunque solamente fuese con la mirada, entender y no juzgar el cansancio del otro.
2. ¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
Hubo un momento de colapso importante en mí, probablemente en torno al 25 de marzo. Días antes un amigo jesuita me había enviado un servicio de apoyo psicológico a sanitarios desde su congregación. Estaba bloqueada, sin poder dormir, comer ni llorar. Mi marido, también médico, estaba agobiado con lo que estaba viviendo y ninguno quería hacer sufrir más al otro con lo que estaba sintiendo. Decidí llamar, encontré consuelo y sobre todo alivio en la carga mental y emocional.
Mi grupo de fe, de la JEC, me acompañó cada semana por Skype adaptándose a mis guardias e intentando sacar algo bueno de la semana.
Me sentí acompañada por el Señor todo el tiempo, la oración fue un continuo, de poner en sus manos las vidas de la gente que me iba encontrando, rezar por ser consciente de que mi papel era de ser instrumento y encontrar fuerzas para humanizar lo máximo posible el miedo.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
Dejar las cosas en manos de Dios y confiar. Especialmente en estas semanas en la que todo “ha parado” y nosotros no podíamos parar. Siento que como cristiana tampoco debía parar, incluso con todas las cosas que estaban tambaleando mis esquemas, mis certezas. La clave tenía que ser el servicio al otro -al compañero y al paciente- el primar que los cuidados estuvieran en el centro, intentar humanizar la fragilidad que nos estábamos encontrando.
Érika Vargas, trabaja en un supermercado como cajera/reponedora.

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
He seguido trabajando en un supermercado, en mi puesto habitual como cajera/reponedora.
Lo primero que recuerdo es la desesperación, tensión y desconcierto de la ciudadanía los primeros días, su agobio para abastecerse que provocó que saliéramos más tarde muchas noches.
Era una situación inesperada y caótica, nadie nos decía nada al principio, era una locura y todo eran interrogantes: si nos infectaríamos, si perderíamos nuestro empleo… Tuvimos una compañera que se infectó en su familia. Aún así, intentábamos ayudar a las personas mayores, estar disponibles… Nuestro jefe reaccionó antes que la propia empresa y compró mascarillas y geles.
Lo mejor de este tiempo fue el apoyo mutuo en el trabajo.
Lo peor es que tuve que vivir esta situación al principio con el problema añadido de que tenía que dejar mi casa porque el casero quería venderla. Sin embargo, por causa de la pandemia el casero decidió posponer la venta y también me he sentido apoyada por él.
2.¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
La experiencia del apoyo, del trabajo en equipo, la reacción de mi casero…
He estado tranquila porque veía bien a mis hijos y, sobre todo, por el apoyo permanente de mi hermana. (Ani, la hermana de Érika tiene un hijo con una discapacidad severa. Al no poder acudir el niño al centro educativo al que va habitualmente, Ani perdió su trabajo en marzo. Ha estado pendiente de su hermana).
También me ha ayudado mi fe, en medio de todo me he sentido acompañada por Dios.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
Que nunca estamos a salvo de todo, que hay que ser precavidos y saber cuidarnos, que hay que luchar día a día, que estoy más protegida que otras personas y que nos necesitamos todos a todos.
Nani Vall, médica de familia en el CAP Bon Pastor, Barcelona

1. ¿Cuál ha ido tu tarea durante la pandemia? Cuenta brevemente tu experiencia: ¿Qué ha sido lo peor? ¿Y lo mejor (sí es que ha habido algo bueno)?
Me sorprendió trabajando como médica de familia en el Centro de Atención Primaria (CAP) Bon Pastor en las periferias de Barcelona. Para un sistema sanitario que ha sufrido unos recortes importantísimos, afrontar una pandemia de esta envergadura ha sido y está siendo una experiencia intensa, compleja y difícil.
En marzo y abril trabajamos muchísimo, atendiendo a personas afectadas por COVID19, acompañando un confinamiento terrible con consecuencias físicas y psicológicas que todavía arrastramos y todos los demás problemas de salud en un contexto en que se suspendió toda la actividad hospitalaria programada y nuestra puerta siguió abierta para dar respuesta. Aquellos meses sentimos la fuerza del trabajo en equipo y el calor de las comunidades a las que atendemos. Desgraciadamente en los CAP hemos perdido presencialidad, comunicar con todo el cuerpo, tocar para expresar empatía y compasión, explorar como herramienta diagnóstica pero también terapéutica.
También tuvimos que visibilizar y reivindicar nuestro trabajo en los medios de comunicación por la amenaza constante, materializada en muchos casos, de cierre de los centros de salud para dar apoyo a los hospitales y otros dispositivos que se crearon para atender la pandemia. Tenemos un sistema sanitario centrado en el hospital y no en la atención primaria, orientado exclusivamente a la enfermedad en lugar de a la prevención y promoción de la salud.
Sin ningún refuerzo y cansadas por haber vivido en situación de emergencia durante meses, a principios de julio empezaron los primeros rebrotes. Los centros de salud han colapsado y las profesionales hemos sufrido angustia, tristeza y desesperanza. En este verano que tenía que servir para descansar y recuperarnos para la segunda ola de otoño, en los CAP volvemos a sufrir también la invisibilidad y la ignorancia porque lo que no sucede en los hospitales o bajo los focos de los medios de comunicación, simplemente no existe.
2.¿Qué apoyo moral y espiritual has buscado y/o encontrado en esos momentos?
Casualmente empezamos el confinamiento con un retiro en casa. Aquellos dos días de sustracción de la vorágine informativa, de intentar conectar con el Dios que habita en nuestro corazón sirvieron para superar la perplejidad inicial y afrontar con ánimo y fuerza el pico de la pandemia. Nunca han fallado el cariño y los cuidados de las personas que más nos quieren y la resistencia íntima en casa. Sin ellos, imposible resistir.
Hemos empezado las vacaciones también con unos días para recordar, rezar y recapitular lo vivido, ofreciéndolo a un Amor que siempre espera y ayuda a curar heridas.
3. Lecciones aprendidas y a aprender
La pandemia ha puesto de relieve nuestra vulnerabilidad e interdependencia esenciales ante las que sólo podemos ampararnos con la solidaridad y el amor expresados a través de las relaciones interpersonales, las redes comunitarias y la justicia social.
Durante el confinamiento quedaron claros cuáles eran los trabajos esenciales: cuidadoras, cajeras de supermercado, transportistas, trabajadoras de la limpieza, sanitarias… sostuvieron la vida en empleos en muchos casos desempeñados por mujeres, habitualmente invisibilizados y mal pagados.
La pobreza enferma y mata, pero sabemos que la desigualdad también lo hace. Para seguir dando respuesta a la pandemia y sus consecuencias se hace necesaria una inversión estructural en todo el sistema nacional de salud, pero sobre todo en la red de salud pública y en la atención primaria de salud y políticas dirigidas a disminuir las desigualdades y aumentar la redistribución de la riqueza.
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