Retomo mis colaboraciones en Alandar tras una temporada en la que un tsunami ha atravesado mi vida: un cáncer fulminante que nos ha arrebatado a mi madre en cuatro meses. Cuidarla y acompañarla en común, entre mis hermanos, mi padre y Julia, su trabajadora de ayuda a domicilio, nos ha llevado a remar juntos en la intemperie de la enfermedad, compartiendo dificultades, ternura, incertidumbres, recuerdos, esperanzas, resistencias, esfuerzos, humor, lágrimas… En definitiva densidad de vida que te devuelve a lo esencial de la misma. Cuando esto sucede el tiempo deja de percibirse como cronos, en el que lo ritmos y agendas te devoran,para pasar a descubrirse como Kairós, donde lo importante es el encuentro y la oportunidad de tocar la profundidad de lo humano, su grandeza y su fragilidad y de hacerlo en compañía. En esta travesía, a rachas y a ratos, me han acompañado algunas lecturas pero destaco, sobre todo, una que me ha hecho mucho bien: ‘La penúltima bondad’, del filósofo catalán Josep María Oriol[1]. Copio a continuación uno de los textos que me han resultado más evocadores:

“La bondad salva al mundo, la bondad cotidiana de las personas; la bondad en las acciones de unos hacia otros. Esa bondad, esa absurda bondad es lo más humano que hay en el hombre, lo que le define, el logro más alto que puede alcanzar su alma. A veces esa bondad, parece pequeña e impotente ante la monstruosidad y la extensión del mal. No obstante, en su impotencia y en su debilidad nunca podrá ser vencida. De aquí que la bondad, que es una de las vibraciones de la vida, sea la esperanza del mundo. En las afueras de un monasterio budista, en las montañas del Himalaya, hay una piedra con un acertijo inscrito en ella: ¿Qué hay que hacer para que una gota de agua no se seque? Detrás de la misma piedra se encuentra la respuesta: Dejarla caer al mar. Bellísima imagen. Pero corresponde a la idea de integración oceánica y de totalidad que no comparto. Tal vez cabría una respuesta alternativa propia de las afueras- de la intemperie, del desierto-: ¿Qué hay que hacer para que una gota de agua que no se seque? Ponerla en los labios de alguien que tenga sed”.
En tiempos de intemperie y de banalización del mal, reivindico el poder de la bondad en un sistema perverso en guerra contra la vida. Por eso he decido posar mi mirada y mi sensibilidad en quienes se dedican a poner una gota de agua en los labios de quien tiene sed y dejar que las vibraciones de su bondad me impregnen.
En paralelo a la enfermedad de mi madre en estos últimos meses un grupo de compañeros y compañeras de la Red Interlavapiés hemos estado cuidando a un joven senegalés, solicitante de asilo, muy enfermo al cual intervinieron quirúrgicamente de una operación de cadera muy dolorosa. Irrumpió en nuestra vida recién “dublinado”, es decir, deportado a España desde Suiza por haber entrado en Europa en patera desde Tánger a Tarifa. En Suiza estuvo todo el tiempo en CIEs y allí enfermó gravemente, lo cual no fue obstáculo para su deportación a España. Cuando le conocimos sólo tenía ganas de morirse y un informe de salud mental que le estigmatizaba gravemente. Pero gentes expertas en poner gotas de agua en labios resecos le ayudaron a recobrar de nuevo la sonrisa y la capacidad de lucha en su vida, que como luego él mismo nos fue contando, siempre le había caracterizado. Elegimos conocerle no por informes sino de la mano de lo que el mismo fuera decidiendo contarnos. Así fuimos recorriendo un camino con muchos recovecos, atravesando desconfianzas e inseguridades mutuas hasta llegar a la tierra de la complicidad y la reciprocidad en la que hoy nos encontramos, pese a tantas asimetrías impuestas.
La bondad salva al mundo porque va de la mano de su compañera la justicia.
La bondad salva al mundo, pese a que un día yendo con él un viandante le tiró una lata a la cabeza y le insultó acusándole de venir a España a quitarnos el trabajo. Lo salva porque aunque el Decreto de exclusión sanitaria continúe negando la asistencia a las personas sin papeles son muchos y muchas los profesionales desobedientes y la ciudadanía que seguimos empeñados en agujerear este ley injusta hasta quebrarla. Seguimos peleando por una sanidad pública universal y desvelando mentiras y mitos interesados que les señalan como responsables de la situación deficitaria de la salud en España. En el centro de salud y el hospital donde nuestro amigo está siendo tratado así lo hemos podido comprobar nuevamente.
La bondad salva al mundo porque, pese el auge del racismo y la xenofobia en nuestro país, su compañero de habitación en el hospital, un jubilado español que migró a Suiza en los 60, se ha convertido en un nuevo amigo y le ha dado la dirección de su casa y su teléfono para que vaya a verlo cuando esté recuperado. La bondad salva al mundo porque aunque apenas hay recursos para personas convalecientes en Madrid sin ingresos y están todos “petados”, una familia africana ha recibido a nuestro amigo en su piso ofreciéndole cuidados y un sofá-cama hasta que se recupere porque Mamadou, que es el nombre de nuestro amigo, no tiene casa.
La bondad salva al mundo porque, pese a que en Madrid se producen más de cien desahucios al día, el Estado permite subidas de alquileres de hasta 500 euros de golpe y los fondos buitre hacen su agosto expulsando a los vecinos de los barrios, las buenas gentes de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca continúan tercos en su reivindicación de las 5 de la PAH: dación en pago, medidas contra la pobreza energética, Ley de vivienda pública, stop desahucios y trasformar la vergüenza en dignidad organizada.
La bondad salva al mundo porque, pese a los intereses de la industrias extractivistas, maderera y ganaderas que hacen arder la Amazonía con la legitimación de gobiernos como el de Trump y Bolsonaro, activistas ambientalistas y ecofeministas en todo el mundo como Berta Zúñiga, Greta Thunberg, Vandana Shiva o Yayo Herrero no cesan de denunciar que “el problema no es el clima sino que el problema es el capitalismo” y proponen propuestas de estilos de vida y de políticas concretas con las que frenar esta guerra contra la vida en las que estamos inmersas.
La bondad salva al mundo porque va de la mano de su compañera la justicia y, como señala en sus versos Patricia Olascoaga, una de mis poetas preferidas, en su último libro[2]:
“Con tanta mierda como el sistema
Engendra a cada paso,
En cada rincón de la tierra
En cada hueco de nuestra existencia
Son muchas las que se inventan
La alquimia subversiva
De transformarse en abono”
[1] Josep María Oriol, La penúltima bondad, Ensayo sobre la vida humana, Barcelona, Acantilado, 2018, p 104.
[2] Patricia Olascoaga Recuero, Me pasa, Valencia, Talón de Aquiles, 2019, p 24.