Es fácil que, en una conversación sobre el Vaticano, alguien exprese una convicción que ya se ha hecho lugar común: «el papa tiene muchos enemigos dentro». Pero ¿Quiénes son esos adversarios, cuáles son sus objeciones y cómo las manifiestan?
La más burda, pero que aun así circula por las redes, es la opinión de que Bergoglio no es papa. Hay portales en los que se le llama directamente antipapa por ejercer un cargo que no le corresponde. Las razones, expuestas brevemente, son que la renuncia de Benedicto XVI fue forzada por un chantaje y, al no ser libre, no fue válida. Además, él mismo había dicho en su toma de posesión que su elección por Dios era ad vitam, de por vida. Y, por otro lado, un grupo de cuatro cardenales organizó en el cónclave una campaña a favor de Bergoglio, lo que está prohibido.

Sin embargo, dejando a un lado esa enmienda a la totalidad, se suelen citar siete nombres entre los más claros adversarios de Francisco: el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller (67 años), prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke (66), removido de su cargo de prefecto de la Signatura Apostólica y trasladado al puesto de jefe de la Orden de Malta; el cardenal italiano Carlo Caffarra (77), arzobispo de Bolonia; el cardenal alemán Walter Brandmüller (85); el cardenal italiano Velasio De Paolis (79), interventor de los Legionarios de Cristo e integrante de las congregaciones para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y para las Causas de los Santos; el cardenal italiano Angelo Scola (74), de las congregaciones de la Iglesia Oriental y para la Doctrina de la Fe; el cardenal australiano George Pell (74), del Consejo de Cardenales creado por el papa para la reforma de la Curia y prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede.
Se trata, como se ve, de personajes importantes, que controlan grandes dicasterios. Y, ¿cuál es el motivo de su oposición? Un diagnóstico bastante razonable es que la curia gobernó la Iglesia durante treinta y cinco años sin contar con la figura del papa. Juan Pablo II gastó todas sus energías en los viajes y en las concentraciones multitudinarias y Benedicto XVI ni pudo ni, seguramente, quiso gobernar. Una curia que tenía todo el poder se encuentra ahora con un pontífice que es un pastor y a, la vez, un hombre de mando y es natural que las estructuras chirríen. Ni siquiera se trata de un italiano, sino de alguien venido del Tercer Mundo, con criterios y experiencias distintos a los occidentales.
La curia se encuentra ahora con un pontífice que es un pastor y a, la vez, un hombre de mando y es natural que las estructuras chirríen
Pero es que, además, no actúa como se espera de un papa. El Sumo Pontífice –así, con ese título tomado del imperio romano- representa el poder y el señorío de la Iglesia. Todo el aparato que le rodea no es muestra de la vanidad personal sino el esplendor de un dominio, sea éste espiritual. Cuando Cañizares aceptó vestir una cola roja de cinco metros para presidir una ordenación lo hizo, sin duda, sin darse cuenta del ridículo, convencido de la importancia del símbolo. En definitiva, a Francisco se le reprocha haber eliminado la dignidad del papado. Lo que ocurre es que, al tener los gestos del papa un sabor evangélico, esa crítica sólo se pronuncia sotto voce.
Hay algo más, que hace referencia al lenguaje papal. El catolicismo ha jugado desde hace siglos con una especie de secreto reservado a los dirigentes. Si estaba prohibido a los laicos leer la Biblia y los documentos oficiales se escribían en latín es porque, en el fondo, eran patrimonio de los clérigos y obispos. El lenguaje de Francisco ha cambiado este esquema. Su Evangelii Gaudium tuvo una gran repercusión y los creyentes se encontraron con un documento pontificio sugerente y fácil de leer. ¿Quién había leído alguna de las encíclicas de Benedicto XVI? Esa especie de democratización del lenguaje concita, sin duda, enemigos.
Sin embargo, el capítulo más importante se refiere a la doctrina. Sin duda la teología de Bergoglio es, en el fondo, tradicional. Sin embargo, se trata de una persona con los pies en el suelo, que trata cada día con los huéspedes de Santa Marta, que se preocupa más de este mundo que de la doctrina y eso le ha llevado a posturas, a expresiones y a decisiones que han puesto en su contra a los guardianes de la tradición. Alguien ha comparado a los curiales con los escribas y fariseos, guardianes de la ley y a Francisco con Jesús, que no va a cambiarla pero que saca a la luz su fondo salvador.
No obstante, como se verá en los artículos que siguen, ellos se consideran abanderados de una tradición de la Iglesia que corre el riesgo de diluirse. Y, como alguno lo ha expresado, “al que defiende la doctrina de la Iglesia lo llaman enemigo del papa”.
Así las cosas, este grupo amplio actúa como un lobby, con las tácticas y los métodos de un grupo de presión. Valgan dos ejemplos: poco antes de la apertura del Sínodo sobre la Familia, en el que presuntamente se iban a tratar los temas de los divorciados vueltos a casar o de los homosexuales, cinco cardenales editaron un libro titulado Permanecer en la verdad de Cristo. Matrimonio y Comunión en la Iglesia Católica. Se trataba de los antes citados Müller, Brandmuller, Burke, Caffarra y Velasio De Paolis.
Hay algunos cardenales que temen que todo colapse si se cambia algo
Pero eso no es todo. Casi a la vez, once cardenales editaron otro libro (Once cardenales hablan del matrimonio y la familia) con la misma intención de oponerse a una posible apertura. En esa lista, los arzobispos de Praga, de Utrecht, de Abuja (Nigeria), de Caracas y también nuestro cardenal Rouco.
Hay que recordar que el papa había exigido que cada uno se expresase en el Sínodo con total libertad pero ellos querían condicionarla. Aludiendo a estos libros, Walter Kasper, cardenal alemán, dijo que «hay algunos cardenales que temen que todo colapse si se cambia algo. El Evangelio no es un museo, no es un código penal, no es un código de doctrinas y mandamientos. Es una realidad viviente en la Iglesia y nosotros tenemos que caminar con todo el pueblo de Dios y ver cuáles son sus necesidades. Algunos cardenales temen que haya un efecto dominó y que, si se cambia un punto, todo colapse». Un acertado diagnóstico de los enemigos de Francisco.
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Este enfoque de bandos y enfrentamientos es muy poco evangélico. Aun entendiendo que hay personas dentro de la Iglesia intentando frenar el soplo del Espíritu, creo que no se justifica que usemos una perspectiva tan poco misericordiosa.
Creo que el Papa Francisco es el que mejor ha entendido el Evangelio desde Juan XXIII.