Cartas sin respuesta

Imagen de Nile en Pixabay 

Tengo que confesar mi adicción a algo absolutamente pasado de moda: escribir cartas. A veces cartas a algún amigo o amiga, otras veces misivas de advertencia, de protesta o de denuncia, en general a personas de mi cuerda.

Hace poco escribí a un vicario de Madrid una carta que también hice llegar al cardenal Osoro. Le advertía de lo siguiente: un amigo me había contado que asistió el domingo 30 de septiembre a la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel a la misa de 9 de la mañana con dos nietas de 9 y 11 años. El celebrante, un cura de unos 40 años, afirmó en la homilía que fuera de la Iglesia no hay salvación. Una afirmación que iba en contra del sentido de la primera lectura de los Números y del Evangelio (“el que no está contra nosotros está con nosotros”). A la salida la nieta mayor le planteó: Entonces papá no irá al cielo porque como no va a misa.

Para colmo, el Evangelio del día decía que al que escandalice a uno de estos hermanos más pequeños más le valiera que le pusieran una rueda de molino al cuello…

Además de eso, en la oración eucarística pidió por el Papa Benedicto. A Francisco ni nombrarlo.

Mi amigo me contó la homilía del domingo siguiente (4 de octubre) sobre el matrimonio. Era otro celebrante y dijo que en el matrimonio la relación entre el hombre y la mujer era como la de él con su obispo. Los dos eran iguales pero el obispo era el que tenía autoridad.

A esto se añade que un vicario de San Bruno, entre otras homilías inapropiadas dedicó una a explicar las categorías de los ángeles.

Ya de pasada le conté una homilía de un vicario de Santa Catalina a la que asistí. Era un día de diario, habló durante 20 minutos dijo de todo y entre otras muchas cosas afirmó que los socialistas quieren matar a los ancianos para no pagar las pensiones.

Hasta aquí el relato de una de mis múltiples cartas, pero como ante el vicio de escribir hay la virtud de no contestar, desde los tiempos de Tarancón y salvo algún caso raro, nunca he tenido respuesta ni acuse de recibo. Ha sido siempre como tirar al mar un mensaje encerrado en una botella.

Acabo de decir desde los tiempos de Tarancón y es que él sí contestaba. Enviaba una tarjeta con un par de líneas manuscritas con un pequeño comentario.

Alguna vez he tenido la tentación de volver a enviar una segunda carta diciendo algo así como se puede ser vicario u obispo y a la vez bien educado, pero no me he atrevido y además el correo se ha puesto muy caro.

En un par de ocasiones le dije al cardenal Osoro que tenía que contestar las cartas y me contestó que recibía cincuenta todos los días. Yo le dije lo que era evidente, que en vez de una secretaria debería tener tres. Creo que no ha seguido mi consejo porque mi carta de que hablo arriba no ha merecido ninguna respuesta.

En el punto II de los diez que ha propuesto la secretaría del Sínodo para aportar reflexiones y propuestas se pregunta: “¿Qué espacio tiene la voz de las minorías”? Yo me hago la misma pregunta: ¿qué espacio tiene esa minoría que formamos los escribidores de cartas, aunque ya sé que se trata de trata de una minoría a extinguir?

Carlos F. Barberá
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