

Desde hace siete años, Antonio López Villar es el cura de cuatro pueblos del sur de la Serranía de Cuenca, en el sureste de la provincia. Son Cardenete, Engídanos, Villar del Humo y Yémeda, cuatro hermosos nombres para cuatro pueblos de la hoy España vacía. Sus habitantes tienen tanto derecho – o más, según Antonio – a tener la mejor atención pastoral y no ser siempre los últimos. Ejercer de cura allí es desde luego algo especial.
Llamo con los nudillos en la puerta de aluminio y plástico traslúcido de la puerta de la vivienda, porque no hay timbre, después de retirar la cortina de tela que la protege del sol y la lluvia. Desde dentro preguntan: «¿Quién?», Contesto: «Antonio, el cura». Me abre Nazaret, la joven dominicana que cuida a la tía Simona, que cumplirá en febrero 110 años. Cuando entro y estoy a su lado pocas veces me reconoce, suele confundirme con compañeros anteriores a quienes se queja de lo poco que yo, el cura actual, la visita «Porque usted sí que venía todos los domingos, pero este de ahora, no viene nunca», me dice.
Hasta hace muy pocos años el sacerdote residía en la localidad y su presencia era mucho más cercana con todos los vecinos. Yo trato de ir los domingos y un día entre semana a cada uno de los cuatro – y conste que no me quejo – que acompaño en la Serranía Baja Conquense y entre todos no sumo mil habitantes (cuando hablan de pueblos de diez mil habitantes a mí me da la risa).
Vivimos una pastoral de presencia que se echa de menos si no está, pero que no se aprecia ni se echa mano de ella cuando permanece.
¿Qué hace un cura de pueblo? Fundamentalmente es una labor de acompañamiento a comunidades parroquiales que yo, personalmente (y en eso coincidimos los compañeros del arciprestazgo), considero no tienen identidad de pertenencia a una comunidad cristiana; sencillamente viven una pertenencia local: «la parroquia de mi pueblo». La vinculación entre las personas que participan en la vida de la parroquia es familiar, de amistad (o enemistad), o de vecindad; pero en muy pocas personas ha transcendido el sentido de comunidad que va más allá de cualquier otro tipo de consideración (nos une el Amor de Dios por encima de todo, el convencimiento de que nuestro modo de ser y vivir como comunidad hace presente el amor de Dios a toda la creación). A eso no se ha llegado.
En 2019 comenzamos, a nivel diocesano, el Plan Pastoral para la renovación de las Parroquias, que ahora se ha solapado con la fase diocesana del Sínodo. Pero aun así a la gente le cuesta mucho comprometerse y tratar de salir de su espacio de confort, de su comodidad, para que, en las nuevas circunstancias que viven nuestros pueblos, nos planteemos acciones distintas y modos nuevos de ser y de vivir nuestro ser cristiano. Los pocos matrimonios de mediana edad que viven en el pueblo no se acercan a la parroquia salvo a celebraciones concretas y no acompañan a sus hijos (los que los tienen) en un proceso de vivencia de fe. Han sido absorbidos por la indiferencia generalizada frente a lo religioso. [«Eso sí, si la Misa del Gallo (por poner un ejemplo) no la celebras a las 00,00 de la Noche Buena estás quitándoles sus tradiciones; y no les vale que nos reunamos a las 18,00 ó a las 20,00 horas, porque de ese modo no les da tiempo a preparar la cena»]. Todo entre comillas y entre corchetes.
Considero que, siguiendo la dinámica del Evangelio, si creemos de verdad que los más pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, debemos poner a disposición de los más desfavorecidos a nivel pastoral los mejores medios para que se formen de modo adecuado y no sean siempre los últimos. Una de las principales tareas del sacerdote rural, del cura de pueblo, es sacudirse a diario esa insatisfacción, ese no detectar ningún avance y continuar adelante con alegría y entusiasmo, con determinación, porque somos conscientes de que no queremos dejarnos llevar por un efectivismo que requiere ver los frutos conseguidos a cada paso que damos.
Acompaña la vida de los vecinos que no son reticentes a su presencia, preside las celebraciones ordinarias y extraordinarias, visita a los enfermos, procura atender las necesidades de las personas que no pueden ser atendidas por los servicios sociales por falta de medios o la complicada maraña burocrática, apoya todas las actividades culturales y formativas que tienen lugar en la localidad, está dispuesto a la escucha atenta y desinteresada y a mediar en los conflictos. Pretende ser el amigo cercano de quien siempre se puede echar mano; lo trágico es cuando nadie demanda otra cosa que lo puramente convencional. Vivimos en gran medida una pastoral de presencia que, en muchos casos, se echa de menos si no está (“Es que nunca estás en tu casa”), pero que no se aprecia y ni echa mano de ella cuando permanece.
Ser cura de pueblo es aceptar que en el abandono, en la soledad y en el vacío está presente la gracia de Dios y optar por vivirla ahí.
Ser cura de pueblo es vivir la opción preferencial por los pobres, los olvidados, los sin servicios, los abandonados de los que sólo se acuerdan cuando hay elecciones en el horizonte; ser cura de pueblo es hacer presente a la iglesia samaritana que acompaña a los dejados de lado cuyas opiniones no cuentan para nada, a los improductivos, a los resistentes, a los que se han quedado a base de puro no querer irse cuando las condiciones se han ido endureciendo de un modo extremo. Ser cura de pueblo es querer ser y estar porque estamos convencidos de que en este espacio también hay que anunciar el Evangelio a los pobres y oprimidos, a los desprovistos de oportunidades.
Ser cura de pueblo es querer estar y ser aquí en el nombre del Señor para acercar su amor, su compasión y su misericordia, para cuidar, para procurar desde la fe, la ternura de Dios a quienes se experimentan como «dejados de su mano»; ser cura de pueblo es continuar trabajando y haciendo presente el Reino de Dios sin renunciar a la Esperanza activa de que las cosas pueden cambiar y la realidad se puede transformar si entre nosotros estrechamos los lazos de atención y solidaridad unos con otros.
Ser cura de pueblo es crear espacios de atención, de escucha y de búsqueda interior para quienes deseen acogerlos y construirlos en sí mismos.
Ser cura de pueblo es aceptar que en el abandono, en la soledad y en el vacío está presente la gracia de Dios y optar por vivirla ahí y no en otro lugar u otras circunstancias.
Ser cura de pueblo es construir donde otros no quieren edificar porque no ven futuro.
Ser cura de pueblo es permanecer donde otros huyen.
Ser cura de pueblo es querer estar hasta el final, ser el último en irse, cuando ya no quede nadie, para cerrar la puerta y tirar la llave al río.
Ser cura de pueblo no tiene ningún reconocimiento social, ni falta que nos hace.
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Dios Bendiga a nuestro querido Padre Antonio. En Honduras le recordamos con amor, por su gran trabajo.
La etapa de vida más dichosa y enriquecedora fueron los casi cinco años (de enero de 2006 a mayo de 2010) vividos en Honduras. Mi corazón tiene grabadas a fuego cinco estrellas.
E tenido poco trato contigo x no vivir en el pueblo mi pueblo es villar del humo pero el trato recibido cuando te llame recién llegado al pueblo para preguntarte q tenía q hacer xq mi madre había fallecido y la enterrabamos en el pueblome atendiste con tanta amabilidad y respeto q ese trago tan duro me lo hiciste fácil gracias Antonio x ser tan grande
Además de ser cura de pueblo,es un de las personas más humanas que he conocido
Los pequeños detalles que conlleva tu labor diaria son los que te hacen grande Padre Antonio. Quienes te conocemos estamos tremendamente orgullosos de ti y de tu trabajo con los demás.
Esa gran persona que me trasmite tanta PAZ.
Gracias por estar en mi vida.
Un gran hombre que atiende amablemente tanto a los que van a las ceremonias normales como a los que sólo vamos a ceremonias extraordinarias siempre con alguna palabra de animo
Gracias por su generosidad y por su trabajo, p.Antonio,soy de cardenete, aún que vivo fuera solo puedo escucharlo en verano que boy de vacaciones, como trasmite en las omilias, con claridad sencillez, para que todos podamos entender, gracias por ser así.Suerte tiene nuestro pueblo, deseo que se quede mucho tiempo ysepamos agradecerlo.
Dices que no tienes reconocimiento social ,ni falta que hace,
Pero tienes el reconocimiento de gente humilde y normal,que te estimamos mucho.,
Trasmites paz ,y el tiempo de pandemia que estuvimos encerrdados nos hiciste mucho bien
Dios te vendiga .
Generoso dónde los haya y gran persona con todos sus feligreses. Aunque no tengas reconocimiento social tienes el reconocimiento de la gente de » tus pueblos «.
La sociedad necesita más personas como Antonio. Muchas gracias por acompañarnos en nuestro camino vital y hacer que nuestro día a día sea mejor.
Buen sacerdote, pero excelente persona.
Pendiente de todos y de todo.
Ayudando en todo cuanto puede.
En Cardenete, lo queremos un montón.
Recuerdo ahora mismo el primer día que llegó, y sabe que estamos a su disposición,para lo que necesite. Lleva cuatro pueblos, y ahí está dándolo todo. Un abrazo fuerte
Un Ángel.Me trasmites tanta paz cada día cuando te escucho.
Dios te bendiga.
Una suerte tener a Don Antonio. Lo triste es que solo pueda estar unas horas a la semana en cada pueblo.
Ojalá pudiese tener casa en Enguídanos y que pudiese estar ,sin prisas, más tiempo con los vecin@s
Excelente persona y sacerdote.
Buen sacerdote y excelente persona.
Bonito artículo.
Me ha encantado este testimonio y me ha hecho pensar mucho en la espiritualidad de Carlos de Foucauld. ¡¡Muchas gracias!!
En mi caso no conozco a Antonio, pero sus palabras me suenan a vocación verdadera, a seguidor de Jesús convencido.