Por Javier Sánchez*
Cuando pensamos en las personas que está privadas de libertad siempre nos vienen a la cabeza y al corazón historias terribles que a veces, con todo morbo y lujo de detalles, nos cuentan en los medios de comunicación con el fin de que nos hagamos una imagen de gente despiadada, sin corazón, sin entrañas, gente a la que no merece la pena ni mirar a la cara o gente, como a veces se dice, que no “tiene perdón de Dios”.
Sin embargo, los que tenemos la suerte de poder visitar a diario aquellas galerías, aquellas rejas, aquel lugar de dolor y de esperanza, sabemos que no es así, sobre todo porque sabemos que detrás de cada preso hay un ser humano, hay una persona que, con todos su pecados (como los que tengo yo), alguien con la misma problemática y deseos que tengo yo, que sufre, que llora, que ríe, que tiene proyectos, que se arrepiente… su delito no le impide en ningún momento dejar de ser persona y gozar de su dignidad.
Cuando hacemos el Camino de Santiago (este año ya será el sexto) con ellos y personas en libertad lo comprobamos en nuestra propia carne: en el caminar juntos en esos siete días descubrimos que todos somos iguales y que todos a veces tenemos por qué callar, que reímos y disfrutamos juntos, que nos cansamos o enfadamos, pero todos tenemos en ocasiones que pedirnos perdón porque nos hemos hecho daño.
Siempre diré que en estos diez años visitando la cárcel de Navalcarnero he visto detalles de solidaridad, de cariño, amistad, fidelidad, compromiso, de entrega que en la calle no percibo (a veces ni siquiera de la institución eclesiástica que supuestamente vela por mí a través de sus pastores) y que sí recibo de mis hermanos los presos. Yo siempre diré que en la cárcel recibo “abrazos y detalles de cariño” frente a lo que recibo en la calle, que en ocasiones no son tales. Cuando me preguntan que si no me da miedo visitar la cárcel o estar con un preso a solas siempre digo lo mismo: en la cárcel estoy a gusto, cosa que a veces no puedo decir con los que me encuentro en la calle. Y esto no es un tópico. Y me vienen a la memoria pasajes del evangelio donde Jesús se encuentra con los pecadores y son ellos los que, frente a los buenos, son capaces de acogerle, de quererle y de estar cerca de él. Como cuando el maestro va a comer a casa de Simón el fariseo y se presenta la mujer pecadora, ante cuya actitud Jesús dice: “Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados” ( Lc 7, 47).
[quote_right]Detrás de cada preso hay un ser humano, hay una persona que, con todos su pecados su delito no le impide en ningún momento dejar de ser persona y gozar de su dignidad.[/quote_right]
El pasado 27 de diciembre un muchacho que había estado en la cárcel y ahora se encuentra en libertad, Edgar, me llamó porque me dijo quería verme. Me decía que quería darme algo para los presos porque sabía que en prisión se pasaba mal, hacía frio y había allí dentro mucha gente necesitada. Vino a verme a Fuenlabrada con un paquete de calcetines de lana que acababa de comprar: “Yo no tengo mucho dinero, pero como he estado dentro y sé lo mal que se pasa allí y el frío que hace en estos días he pensado comprarte estos calcetines para algún preso que tu veas necesitado”. Confieso que cuando me los dio se me cayeron las lágrimas de emoción y sentí que Dios estaba actuando en aquel momento y me vino al corazón el texto del Evangelio de San Mateo: “Os aseguro que las prostitutas y los publicanos os precederán en el Reino de los cielos” (Mt 21, 31).
Edgar es un muchacho ecuatoriano, con dos hijos, al que casé en la parroquia de la Sagrada Familia de Fuenlabrada hace poco más de un año, ni siquiera se encuentra en libertad sino aún en tercer grado. Vive del trabajo que va pudiendo conseguir y de algunas horas que va echando su mujer pero, por encima de todo, es un hombre solidario, que cometió un error -eso es cierto- pero que es capaz de sentirse solidario con sus hermanos, los presos de Navalcarnero. Además de los calcetines me dio cuatro felicitaciones de Navidad para cuatro muchachos que aún están dentro: “Si puedes les das estas felicitaciones, para que vean que me acuerdo de ellos, yo sé que allí dentro cualquier detalle de cariño y de cercanía siempre es bienvenido y seguro que les gustará”. Edgar, como tantos miles de presos, es considerado por nuestra sociedad como los publicanos en tiempos de Jesús, pecador y “malo” porque ha cometido una equivocación. Sin embargo, a pesar de su pecado, tiene un corazón que es capaz de sentir lástima y compasión por sus hermanos más pobres y desamparados, al estilo de Jesús de Nazaret.
Por eso, cada día que visito “mi segunda casa” me pregunto dónde están “los buenos y los malos y todos los días sigo descubriendo un mundo de solidaridad, de fraternidad y de humanidad en cada uno de mis hermanos presos, donde -a pesar de su pecado- me dan lecciones de Evangelio. Cada vez que Juanjo me pregunta por Carmen, nuestra voluntaria, ahora enferma; o cuando Antonio me dice cómo está María Eugenia, la monja que enseña el taller de guitarra y que hace poco se ha roto la muñeca; o cuando en las eucaristías piden por mi padre, de 87 años, al que le han puesto un marcapasos… Detrás de ellos, de sus abrazos, de sus preocupaciones y de sus dolores se descubre también cada día el amor de Dios en cada uno de ellos. Porque, junto a su pecado, son capaces de amar mucho y de ser solidarios con los que menos tienen. “Venid, benditos de mi Padre, porque estuve en la cárcel y fuisteis a verme”, que nos dice Mateo 25, 37. Aunque, casi corrigiendo al mismo Jesús yo diría: “Gracias, Señor, porque me permites humanizarme cada vez que comparto mi tiempo, mi vida, mi ilusión, mis lágrimas y abrazos con mis hermanos de la cárcel de Navalcarnero”.
*Javier Sánchez es el capellán de la Cárcel de Navalcarnero
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