Hace 20 años había en el mundo 27 conflictos armados, muchos de ellos no entre estados, sino entre grupos armados o grupos terroristas. Hoy esa cifra se ha doblado. En 2017, se ha batido el récord de desplazados desde la segunda guerra mundial, nada menos que 66 millones de personas han tenido que abandonar su tierra huyendo de la violencia. Según la ONG Acción contra el Hambre, por primera vez en las dos últimas décadas el hambre ha vuelto a aumentar.

Acto de presentación de la denuncia de Acción contra el Hambre. FOTO J IGNACIO IGARTUA
En este cambio de tendencia tiene mucho que ver la utilización del hambre como una feroz arma de guerra para debilitar al contrario y hacerse con el control del territorio que se está disputando. Hace unos años, Ahmad Tejan Kabbak, que fuera presidente de Sierra Leona durante ocho años, ya lo advirtió: “El arroz es una arma bélica”. En esta línea hay que señalar que seis de cada diez personas con hambre vive un país en conflicto y que 122 de los 155 millones de niños con desnutrición crónica viven en territorios afectados por el enfrentamiento armado.
Oliver Longué, director general de Acción contra el Hambre, pone de manifiesto que “esta relación compleja entre el hambre que provoca el conflicto y el conflicto que provoca el hambre se está dando en una serie de países de forma dramática, incluido Nigeria, que es uno de los países más poblados y ricos de África”. Recuerda la importancia de poner el hambre como una lucha aparte de la pobreza, porque aunque ésta se reduzca no implica que afecte de manera positiva a la reducción de la inseguridad alimentaria.
Además de la que fuera colonia británica, Somalia, Sudán del Sur y Yemen están sufriendo las consecuencias de este arma silenciosa y barata, que es el hambre, que afecta de forma muy severa a 14 millones de personas. Si no se toman medidas urgentes es posible que por estas cuatro hambrunas puedan morir más de un millón y medio de seres humanos –sobre todo mujeres y niños- por desnutrición aguda. Nunca antes en los últimos años ha habido tantas vidas amenazadas por la quema de cosechas, el impedimento de nuevas siembras, la contaminación del agua, la pérdida de ganado, la destrucción de los aperos, el desplazamiento de la gente… Como es fácil deducir es la población civil la que sufre los estragos de esta guerra de tierra quemada, de forma especial la rural. El 56% de las personas afectadas por los conflictos son campesinos.
“El hambre es un arma muy accesible, baratísima y silenciosa para cualquier grupo violento”, afirma Manuel Sánchez-Montero, director de incidencia de Ayuda en Acción. Añade que “el hambre además de ser un arma barata es que sale gratis utilizarla, porque prácticamente los que la están perpetrando no están teniendo ningún tipo de respuesta por lo actos que cometen”. El hambre está prohibida por el Derecho Internacional Humanitario (DIH) y ya en la Cuarta Conferencia de Ginebra (1949) se establece que es una táctica que no se puede utilizar en un conflicto armado. “Creemos –señala Sánchez Montero- que el DIH sufre un menoscabo muy fuerte y cada vez hay una mayor violación del mismo por parte de sectores que no lo reconocen”.
Casos concretos
Sudán del Sur, independiente desde julio de 2011, lleva cuatro años de guerra civil. Catorce de sus condados están por encima del umbral de emergencia por desnutrición aguda –unos seis millones de personas- y más del 15% de los niños la padecen. En febrero de este año se declaró oficialmente una hambruna en el estado de Unity. Además hay casi cuatro millones de desplazados.
Yemen, el país árabe más pobre, también vive en guerra desde septiembre de 2014. Los bombardeos indiscriminados ya se han cobrado más de 15.000 víctimas y han provocado la mayor crisis humanitaria del planeta con 17 millones de personas que sobreviven en inseguridad alimentaria. Tiene cerca de tres millones de desplazados internos. En marzo del presente año se declaró un brote de cólera, afectando a casi un millón de habitantes.
En los últimos ocho años, más de 20.000 personas han muerto en el norte de Nigeria donde el grupo radical Boko Haram trata de construir un estado islámico. Bombas suicidas, secuestros masivos, quema de tierras, son algunas de sus acciones. La respuesta del gobierno hace muy difícil la actuación de las organizaciones humanitarias. Las consecuencias del conflicto está afectando al resto de los países rivereños del lago Chad (Níger, Camerún y Chad). Más de siete millones de personas sufren inseguridad alimentaria y se han producido más de dos millones de desplazados.
Por su parte, Somalia es un estado fallido, con más de 26 años de guerra civil. La mitad de su población –más de seis millones de personas- necesitan con urgencia ayuda humanitaria, con cerca de 400.000 niños desnutridos de forma severa.
Hay otros territorios, como Colombia, Siria, Myanmar, Filipinas, Malí, Afganistán, Gaza, Irak y República Centroafricana, con guerra y hambre. Para Sánchez- Montero “es imprescindible que la comunidad internacional empiece a tomar medidas y ponga en marcha mecanismos de monitoreo para poner acabar con este arma de destrucción masiva”.
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