¿Qué tipo de sociedad es la que se ha configurado en la cultura andina? Es verdad que cada cultura se desarrolla siguiendo sus propios patrones, pero tampoco permanece inmutable ante la avalancha de otros patrones que la globalización favorece. Nos acercamos a este lugar del mundo para entender un poco más de los mecanismos del sistema en las sociedades.
por Luis Mujica Bermúdez
La sociedad andina no es ajena a los ritmos de modernización a los que obliga un sistema globalizado. A pesar de los intentos de construir una sociedad a partir de una cierta reserva cultura e histórica, las formas coloniales de asumir la modernidad entran en confrontación con esta. Son resortes del sistema para perpetuarse sustituyendo escalas de valores comunitarios locales y que en la realidad andina se vuelven paradigmáticos.
El mercado, a su manera, está muy presente en esta cultura empujando el desarrollo de la población en tanto que favorece el intercambio mercantil, pero dejando de lado la producción que transforma sus productos. Se trata de una sociedad que es sobre todo agrícola y que favorece el intercambio mercantil. Vive de los intercambios de la producción de sus diversos suelos ecológicos y de los productos que provienen de otros continentes, como Asia, pero también de Lima, Trujillo y otras ciudades aledañas.
Las personas que pueblan esta zona viven en la rutina y la ciclicidad del tiempo y el gusto por las tradiciones “ancestrales” (que en muchas de ellas tiene una matriz ibérica) y al mismo tiempo son amantes de todo aquello que signifique la modernidad (los teléfonos móviles, los autos, la televisión, el Internet o la comida gourmet, entre otros). Esto quiere decir que en cierto sentido la modernidad instrumental se ha instalado en los intersticios de la cultura andina local; pero las promesas de la modernidad humanista permanecen ausentes, avasallada por rasgos coloniales y de colonialidad.
La vida social mantiene la asimetría social donde las formas aristocráticas, las diferencia por estatus y por grados de racialidad marcan las desigualdades, y las injusticias están a flor de piel. Las formas coloniales siguen presentes y vivas, instaladas en las relaciones de poder que implican abuso, discriminación, aprovechamiento y desidia en el cumplimiento de las normas democráticas.
Mentalidad colonial
Una sociedad con mentalidad colonial sostiene las desigualdades de manera naturalizada y las conductas sociales como costumbres que reproducen la anomia y la anarquía.
La anomia implica que los sujetos sociales no tienen una norma común y cada cual puede obrar según sus propios criterios y convivir en tanto no se perturben sus intereses. Cada cual actúa según su criterio particular porque no hay una regla que oriente la conducta colectiva de las personas. Por otro lado, aparece un comportamiento anárquico en tanto que los actores no solo creen que no tienen autoridad, sino que pueden jugar con la autoridad a su manera, evadiendo responsabilidades o buscando que la autoridad abdique de sus responsabilidades. En el fondo, la conducta anárquica naturalizada, como forma cultural, actúa de tal manera que la autoridad está a su favor y actúa con acciones populistas siempre y cuando no se toquen los intereses individuales de las partes y los beneficie en lo inmediato.
La impronta colonial no ha desaparecido, sino ha encontrado un aliado estratégico en la mentalidad neoliberal que piensa sobre todo en el lucro bajo el supuesto de desarrollo y éxito de los emprendedores. El sistema neoliberal vestido de cultura se traduce en formas de “folclorización” de aquello que se presume que son tradiciones de la población.
Relaciones de poder
Las clases económicas desarrolladas locales no logran generar más puestos de trabajo porque no existe demanda en la población misma; los productos son de importación. La modernización de la ciudad consiste en levantar más pisos, tugurizando los espacios y lucrando arbitrariamente con los terrenos y las chacras. Se trata de ampliar el espacio urbano sin planificación necesaria. En este campo, cada maestro o especialista en algún trabajo desarrolla un pensamiento y un sentimiento anómico y autárquico porque los acuerdos son solo verbales y no pueden ser arbitrados por ninguna autoridad.
Desde esta perspectiva, los pobladores marcan la diferencia bajo el nombre de la modernización y el cultivo de relaciones de poder que, en el fondo, implica vivir sin que nadie los controle. Las formas aristocráticas y de estatus se reformulan enfáticamente bajo formas de tratamiento entre los actores sociales, donde los que han arribado a un cierto nivel buscan no solo hacer visible su nueva condición, sino de resaltarlo en formas de relaciones de poder.
Los poderes sociales se manifiestan en tratamientos, de reverencias y de reconocimiento de sus logros, por ejemplo, económicos, profesionales o académicos. De alguna forma, la conducta social se racializa en las relaciones y en los saludos, de manera imperceptible. Los “papacitos” y los “papá” o “papá lindo” son solo formas de sostener las formas de colonialidad donde la diferencia se busca limar con las relaciones emocionales. Las relaciones de mando y de subordinación se juegan en el lenguaje edulcorado y emotivo de los tratamientos.
La modernización salvaje
La impronta colonial se combina con la modernización salvaje, donde la primacía de los intereses individuales se cubre de sentimientos colectivos. La conducta individual se agazapa en una ideología donde pensar en aprovechar la ocasión sirve para el desarrollo de un presente constante.
La ética social dice mucho de las maneras de relacionarse entre personas en una ciudad pequeña. Los que ofrecen servicios deben ganar en el menor tiempo posible sin necesariamente ofrecer un buen producto. No es cuestión de estética, sino de rapidez y aprovechamiento de la oportunidad para maximizar las ganancias en el menor tiempo y único servicio. Los taxis colectivos, por ejemplo, pueden permitir que vayan cuatro personas en un espacio donde solo pueden entrar tres. El servicio cuenta con la anuencia de los pasajeros, quienes argumentan que se trata de una “costumbre”. Esto es señal de colonialidad, donde los pasajeros no son considerados ni se consideran ciudadanos con derechos que deben ser respetados. La modernidad salvaje se rehúsa reconocer que los pobladores son ciudadanos con derechos y que los deberes son la otra cara de la moneda de los derechos y modernidad.
La solidaridad andina
La realidad de una cultura andina no es como lo presentan muchos; es más bien una sociedad que busca adecuarse a los cambios modernos, pero sin salir de la colonialidad. Los encargados de generar la riqueza viven esta modernización salvaje, sin generar ni mejorar las condiciones para los ciudadanos en general.
¿Dónde queda una cultura andina solidaria y comunitaria? Al parecer, el campo del desarrollo absorbió el sentido creativo y multidireccional en un solo horizonte individualista y egoísta del modelo liberal, que se ha posicionado entre los habitantes. El mercado ha generado mecanismos y estrategias para responder a la demanda de la población, incluso poniendo en riesgo la naturaleza, la Pachamama misma.
Una ciudad pequeña y con relativa poca población no deja de moverse y alimentar su estructura económica y social sigue reproduciendo y agravando las relaciones sociales que terminan por reafirmar la desigualdad y la injusticia. Es pues, una ciudad que ha dejado en la practica de ser “tradicional” y se va convirtiendo en una ciudad “modernizada” donde se favorece la parte “folclórica” de lo “tradicional” y le cuesta desarrollar la identidad ciudadana de una sociedad “moderna” en la que los derechos de los ciudadanos son tomados en todos los espacios. ¿Será posible, por tanto, construir una sociedad que sin abandonar su reserva histórica también puede ser moderna a la vez?
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