He visto niños, mujeres, ancianos.
Hombres jóvenes y encorvados.
Hijabs, kipás, tourist information.
Piedras de hace siglos y cemento de ayer.
He visto montes, pedregales, olivos.
Oasis con goteo en el desierto.
Calor y polvo.
Y un mar que dicen que está muerto.
He visto checkpoints de todas las formas y colores.
Helicópteros apache, cazas, tanques.
Demasiados uniformes.
Y fusiles al hombro en buses, tiendas, calles y bares.
He visto judíos ultraortodoxos, vestidos a la moda de hace 300 años, con tirabuzones y familias de 6 ó 7 hijos. Todos iguales.
He visto judíos con camisetas ajustadas y pantalones cortos, haciendo footing con i-pods y perros con correa, a la moda de una “California Beach” cualquiera.
He visto al Ché con significados distintos a un muro de distancia.
Camisetas fashion encima de vespa, para unos.
Para otros, esperanza de victoria en la pantalla.
He visto palestinos cubriéndose la boca y la nariz para no respirar gases lacrimógenos.
(Yo misma tuve que hacerlo).
Les he visto llorar de todos modos.
He visto militares disparando balas (de goma, pero balas) contra adolescentes piedra en mano.
Y al lado, un hombre bebiendo coca-cola, sentado.
He visto un muro alto, recto, gris,
Con torres de vigilancia y alambre de espino,
Que bloquea y controla, impide y rechaza, humilla e indigna…
Y que, de tanto cruzarlo, terminas por no saber si estás dentro o fuera, ni dentro o fuera de qué lado.
He visto un constante control de movimientos.
Mi pasaporte revisado por mil manos.
Preguntas y más preguntas.
Y la siempre presente prepotencia de las y los uniformados.
He visto dos lenguas que no entiendo.
Y me he pasado al inglés.
He visto campos minados, mezquitas bombardeadas, pueblos abandonados.
Y drusos con bigote.
He visto perfectas urbanizaciones de techo rojo y piedra blanca, de calles asfaltadas, centros comerciales y vallas con militares cubriendo todo el perímetro.
Moderno colonialismo sobre míticas razones religiosas de tiempos ha.
He visto tarjetas de teléfono (palestinas) que no funcionan al entrar en “Israel”.
Y matrículas de diferentes colores que hacen que el coche que las porta llegue a ciertos sitios… o no.
He visto una abuela palestina con pañuelo, arrugas y piel curtida,
ante una joven rubia militar, de coleta, maquillaje y perfecta manicura.
La mujer palestina no pasó el checkpoint.
La mujer israelí no pasó el mínimo examen de buena educación.
He visto el Muro de las lamentaciones, la Explanada de las mezquitas y el Santo sepulcro.
Yahvé, Alá y Dios.
Moisés, Mahoma, Jesús.
Sinagogas, mezquitas e iglesias.
Rígidos monoteísmos llenos, sin embargo, de múltiples divisiones y subdivisiones internas.
He visto una habitación vacía en la casa donde duermo, que espera a un activista de derechos humanos palestino que ya va por su tercer juicio.
En los anteriores no encontraron pruebas suficientes para incriminarlo.
Culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario.
He visto mercados de frutas y verduras, rebosantes por igual en ambos territorios.
(Las cajas en el suelo, sin embargo, estaban todas escritas en hebreo).
He visto campos de olivos de los que sólo quedan sus troncos.
(Por estrictos motivos de seguridad israelí).
He visto fotos de mártires en carteles colgados por las calles.
Y juguetes en las tiendas, que iban desde muñecas a metralletas.
He visto una mayoría de mujeres palestinas tapadas.
Tapada, también, he debido ir yo.
He visto más militares y armas que en toda mi vida anterior junta.
He palpado religión por los cuatro costados.
He visto miradas duras a ambos lados.
Y un conflicto que se complica a cada paso.
Octubre 2009