Como nuevas sirofenicias (Mc 7,24-31)

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pag22_desdeotroprisma_web-2.jpgAhí están. Llueve a cántaros, pero ahí están, en la puerta de la Comunidad de Madrid, sosteniendo varias pancartas que dicen: “Desde la lástima nada, desde la dignidad todo”, “Trabajo decente para el empleo doméstico”. Unas cuarentas personas, la mayoría mujeres, corean al unísono “Se acabó, se acabó la esclavitud”, “Porque sin nosotras no se mueve el mundo”, “Queremos empleo, trabajo nos sobra», “Levántate, empleada del hogar, lucha por tus derechos y visibilidad“. Más allá de la barrera policial, al interior del recinto de la Asamblea de Madrid, cuatro compañeras están teniendo una comparecencia exigiendo que el gobierno español firme la ratificación del convenio 189 de la OIT [[Más información en Comparecencia de Grupo Turín ante Comisión de Mujer de la Asamblea de Madrid, 2013, en http:// www.youtube.com/watch?v=ojcB2zde7Q0; Territorio Doméstico por la ratificación del convenio 189, en http://www.youtube.com/watch?v=8KiShP_zXvA]].

Ahí están, resilientes en plena tormenta, ante la lluvia torrencial con que Madrid ha amanecido esta mañana y el ciclón de una crisis económica que está siendo gestionada sobre sus espaldas, invisibilizando su aportación a la economía del país, sus intereses y sus derechos y que, como bien dicen, ignora una cuestión crucial y es que “querían brazos, pero llegamos personas “. Ellas lo saben. No se achantan, ahí están, coreando como nuevas Joan Báez: “No nos moverán estamos empoderadas, no nos moverán”. De pie, enfrentando vientos, abrazadas, sosteniendo y sosteniéndose, reclamando como nuevas sirofenicias (Mc 7,24-31) lo que, en nombre de una justicia injusta, se les niega: protección efectiva frente a toda forma de acoso, abuso y violencia laboral; contrato por escrito y condiciones dignas de trabajo: horarios, descanso, tareas, salarios y control de las horas de presencia, acabar con los descuentos abusivos por la manutención y el alojamiento en el caso de las trabajadoras internas; inclusión en la ley de riesgos laborales, garantía de condiciones de seguridad y salud, incluyendo respeto a la privacidad; protección real frente a los abusos de las agencias de colocación e igualdad de derechos en la seguridad social con el resto de las personas trabajadoras.

Otras no han podido llegar y se han sumado a la reivindicación desde las casas donde trabajan como internas realizando entrevistas para la radio en las que relatan sus experiencias como trabajadoras sumergidas ante la hipocresía de los mercados, que por un lado exigen el retorno de las personas inmigrantes a su países de origen, pues constituyen una pesada carga para las sociedades de acogida en tiempos de crisis y, a la vez, continúan explotándolas “a modo de favor” como mano de obra barata e invisible en el trabajo de cuidados.

Muchas de ellas aprendieron a organizarse con otras mujeres en las luchas por el agua, en las ollas comunes o en la ocupación de tierras en sus lugares de origen: Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú. Otras, cuando tenían 20 años, marcharon a la montaña conscientes de que la montaña era algo más que una inmensa estepa verde [[Novela del autor salvadoreño Omar Cabezas que narra las experiencias de vida en las guerrillas centroamericanas en la década de los 80 y sus sueños revolucionarios]] y han visto nacer y morir sueños de revoluciones hoy fracasadas, pero cuyo intento fue imposible sin ellas. Hoy están aquí, entre nosotras y nosotros. Mujeres que en los ochenta hubieran llenado el salón de actos de los centros culturales de nuestros barrios invitadas por los comités de solidaridad con América Latina y cuyas propuestas de cambio social, empoderamiento e internacionalidad de las luchas de las mujeres habríamos aplaudido con entusiasmo.

Hoy están aquí, como siempre, en la primera línea de fuego, pero ahora en otra batalla, la de la supervivencia cotidiana, desafiando fronteras y políticas migratorias injustas, aportando riqueza al producto interior bruto de este país, pagando impuestos, sosteniéndolo desde abajo, cuidando en hogares ajenos los hijos e hijas de otras y a los suyos a través del locutorio. Ellas son el rostro humano de lo que los estudios sociológicos denominan “las cadenas globales de cuidados” [[Amaia Pérez Orozco y Silvia López Gil, Desigualdades a flor de piel. Cadenas globales de cuidado, Madrid, 2011.]]. Muchas son maestras, pedagogas, ingenieras, expertas en comunicación y hoy están aquí, entre nosotras, facilitando la conciliación de la vida laboral y familiar que a ellas legalmente se les niega, pues la ley de extranjería plantea exigencias cada vez más distantes con las condiciones reales del mercado del empleo doméstico en nuestro país en estos tiempos. Sus países están en deuda con ellas: ¿qué sería de sus economías sin sus remesas? Y, a su vez, el sistema capitalista tiene una eterna “deuda de cuidados” que recae siempre sobre las espaldas de las mujeres y que hoy se reproduce con mucha más fuerza de forma jerarquizada de Sur a Norte del planeta en base a ejes de poder: género, etnia, clase y lugar de procedencia. Nosotras también estamos en deuda con ellas. Nos reclaman feminismos más mestizos, menos blancos, más risueños, con más cuerpo, cruzar discursos y nuevos vínculos que desafíen fronteras también entre nosotras.

Estar organizadas es su fuerza y lo saben. Espacios como Territorio Doméstico, SindiHogar y Servicio Doméstico Activo son las redes que “puntada a puntada” van y vamos tejiendo, con rabia, con entusiasmo, con risas, como nuevas Lidias (Hc 16, 11-15), conscientes de que nuestro poder es la fuerza de nuestro vínculos afectivos y políticos y que estas redes cruzan fronteras: Quito, la Paz, Guayaquil, Berlín, Paris, Ámsterdam, Turín, encuentros de mujeres por otro mundo posible en los que van participando y articulando una palabra cada vez poderosa en la lucha de David contra Goliat, pero en femenino.

Otras son asiáticas y africanas y saben bien que la explotación es también cuestión de piel. Hace unos días participamos juntas en un grupo de discusión sobre la violencia sexual en el ámbito del empleo doméstico y algunas de ellas compartieron que la violencia se presiente, se huele, es una forma de mirar, de aproximarse, como un tigre al acecho de su presa que espera el momento adecuado y lo difícil que es hacerla frente en un terreno tan privado como es un domicilio ajeno. Pero se puede y hay que hacerlo, comentaba una compañera camerunesa, se puede y yo lo hice [[Muchas de estas situaciones se recogen e investigan en informe Violadas y expulsadas: mujeres víctimas de violencia sexual en situación administrativa irregular, realizado por Bárbara Tardón y María Naredo. Fundación Aspacia y Open Society, Madrid 2013.]] , termina diciéndonos, mirándonos orgullosa a los ojos.

Sigue lloviendo torrencialmente en Madrid, las compañeras han salido contentas de la comparecencia. Nos hemos hecho oír, comentan algunas, llegaremos hasta el Congreso, añaden otras. Doblan sus pancartas y, riéndose, se van a tomar pupusas y a celebrarlo a ritmo de cumbia a la habitación realquilada de una de ellas, que para eso hoy han cogido su día libre.

Autoría

  • Pepa Torres

    Teóloga y religiosa Apostólica del Sagrado Corazón de Jesús, vive en una comunidad intercongregacional en el madrileño barrio de Lavapiés. Allí apoya los movimientos sociales y la defensa de los derechos humanos, especialmente desde la Red Interlavapiés. Escribe en alandar la sección "Hay vida más allá de la crisis".

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