Tengo un amiga que acaba de atravesar el oscuro túnel de una depresión. Es una mujer de deseos intensos, de creatividad rebosante que anda en el aprendizaje vital de buscar medida al mundo y a los sueños. Una mujer en busca de un espacio que aún no encuentra, poseída del vértigo de la infinitud y de la posibilidad. Durante casi dos meses mi amiga, que es mujer de palabras y de canto, perdió la voz de agotamiento y tristeza, pero en las proximidades del 8 de marzo (casualidades de la vida, ¿no?) poco a poco la ha ido recobrando.Cuenta que en sus momentos de mayor desánimo, tumbada en la cama intentaba concentrar toda su energía en la oscuridad buscando en ella una chispa de luz, un punto luminoso al que agarrarse y fue entonces cuando emergió de su memoria una imagen de su infancia que creía olvidada: los paseos nocturnos con su abuela y otras mujeres en el pueblo jugando a descubrir luciérnagas.
Por eso, en este mes de marzo, esperanzada y combativamente feminista, pues hoy nos urge serlo más que nunca dada la violencia con que la crisis nos esta golpeando a las mujeres, muchas de nosotras nos hemos hecho “expertas en luciérnagas”. Y es que, como dice Gustavo Gutiérrez en La densidad del presente, “Cuando la oscuridad es mayor, un fósforo encendido, una chispa, una luciérnaga tiene un alcance inusitado y levanta nuestras esperanzas. Por instantes nos permiten vernos las caras, saber quiénes estamos ahí, percibir rostros menos temerosos, miradas que invitan al diálogo y la colaboración (…). Son las pequeñas pero contagiosas luces que alumbran una espesa noche”.
Por eso, este mes mi artículo tiene como protagonistas a algunas personas y colectivos luciérnagas. He encontrado a algunas de ellas recientemente en Salamanca en el barrio de Buenos Aires. Un barrio históricamente excluido cuya marginación ha dejado de “estar de moda” en las agendas de las ONG y en las “pastorales universitarias comprometidas” y que, a excepción de la asociación ASDECOBA, la parroquia y su plataforma vecinal, se han olvidado de su existencia. Un barrio donde los tiroteos nocturnos forman parte del paisaje cotidiano y al que hace ya mucho tiempo se niegan a acceder los taxis a no ser que sean “cundas” con gente que va a pillar su chute. Un barrio en el que el narcotráfico está destrozando la vida de cuatro generaciones pero también en el que muchos vecinos y vecinas se mantienen tercos en la apuesta por la búsqueda de alternativas que eviten la guetificación del lugar.
Mujeres y hombres que, en asambleas de barrio, deciden cortar la carretera para despertar de su indiferencia al resto de la ciudad, autorganizarse en comedores populares o en inciativas de autompleo y exigir a los políticos medidas concretas que pasan por la mediación , el realojo, la reinserción y acompañamiento educativo de gran parte de la población. Mujeres y hombres sin miedo frente a la presión de los traficantes y la indiferencia institucional. Y, entre ellos y ellas, como compañeros y compañeras de destino, una comunidad religiosa de monjas de inserción, de esas que se han hecho mayores en los barrios luchando por sus infraestructuras más básicas mano a mano con la gente, acompañando a generaciones de niños y niñas, jóvenes y mujeres. Y, con ellas, un cura incansablemente creativo en su apuesta por generar procesos de inclusión con los últimos y últimas de la ciudad. Ciertamente son luminosos, pero seguramente no lo saben ni se paran a pensar en ello, pues su vida tiene otras prioridades.
En mi “cartografía de luciérnagas” no puedo dejar de hablar de otros colectivos que son también chispas de luz en la “noche” de la exclusión de los derechos. Entre ellos, los más de 30 grupos de desobediencia al decreto sanitario de la plataforma Yo Sí, sanidad universal, existentes en Madrid y que, con la marea blanca, como “pequeños davides” han conseguido frenar al “Goliat de la privatización” en cinco hospitales de y otros tantos centros de salud, asi como la dimisión de Lasquetti, pequeña victoria ciudadana que puede ser la antesala de muchas otras. O esa otra luciérnaga que es la plataforma Cerremos los CIES, incansable en la denuncia de la vulneración de derechos que viven las personas inmigrantes encerradas en ellos impunemente y que han conseguido recientemenete la reapertura de la causa de la muerte de Samba Martine en 2011 por posible delito de homicidio imprudente al negarle la atención médica que requería.
Este 8 de marzo, utilizando las palabras de Gioconda Belli y junto a tantas otras mujeres en tantos rincones de la tierra, corearé con fuerza que la oscuridad está plagada de luciérnagas y que ellas nos permiten seguir avanzando, reciclando sueños y luchas, pese a la densidad de tantas noches.
Agradezco la entrada de Alandar en mi móvil. Siempre fui «adicta» al periodico