Algunos lo han descrito como el mausoleo de Franco y José Antonio Primo de Rivera. Otros prefieren verlo como un monumento a la reconciliación. Y hasta en Wikipedia se le distingue como la Cruz más alta de la Cristiandad. Lo cierto es que la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos no deja a nadie sin calificativos. Considerada como uno de los mayores templos del mundo, ya que en su interior puede llegar a albergar a 24.000 personas, este complejo excavado en la piedra del valle de Cuelgamuros e inaugurado por Franco en 1958, se ha convertido durante este tiempo en objeto de pasiones y odios hiperbólicos. Tratemos de conocer el por qué.
Finalizada la Guerra Civil, Franco ordena construir a las afueras de Madrid un hito que se convirtiera en símbolo de su victoria. Un decreto franquista, todavía en vigor, otorgó entonces al monumento la función de: «Perpetuar la memoria de los Caídos en la Cruzada de Liberación para honra de quienes dieron su vida por Dios».
La construcción de una inmensa basílica, excavada en la roca y coronada por una cruz de hormigón armado de 150 metros de altura se prolonga desde 1940 a 1958. “Su simbología conectaba con la necesidad de cicatrizar heridas y volver a encontrarse juntos”, se afirma en la página web www.valledeloscaidos.es, que mantienen los monjes benedictinos. Allí se dice textualmente: “Delante del altar se halla situada la tumba de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, en representación de todos los caídos sepultados”.
El coste total del proyecto es de unos mil millones de las pesetas de entonces (tres veces la cantidad que se gastó en construir el estadio Santiago Bernabeu, que es de la misma época) y en las obras trabajaron entre 700 y 2.300 obreros, dependiendo de la fuente consultada. Varios centenares fueron presos republicanos que cumplían trabajos forzados como medio para redimir su pena carcelaria. “La obra se financió con la llamada “suscripción nacional”, aportaciones económicas con las que desde el principio de la Guerra Civil se sostuvo al ejército vencedor”, afirma Fray Santiago, monje benedictino y profesor de Historia. Este monje asegura, en una entrevista concedida a una televisión que se puede localizar en Internet, que en el lugar “se observa la exclusión de toda actividad de naturaleza política”. Casi siempre, podría añadir un curioso que visite el Valle de los Caídos cualquier 20 de noviembre (aniversario de la muerte de Franco y José Antonio). Ese día, la explanada se tiñe de cientos de camisas azules, banderas españolas y escudos de la Falange, además de con retratos de los líderes del golpe de Estado que derrocó al Gobierno que el pueblo español eligió democráticamente en las urnas.
Un pasado muy presente
Fausto Canales Bermejo tenía dos años la noche en que un grupo de falangistas sacaron a la fuerza a su padre de la cama. A partir de ese día no volvió a verlo. Después de mucho tiempo se supo que le habían asesinado, junto a otros nueve compañeros de la Casa del Pueblo de Pajares de Adoja (Ávila) y que su cuerpo lo habían arrojado a un pozo seco. Pasaron los años y el 23 de marzo de 1959, una semana antes de la inauguración del Valle de los Caídos, un grupo de empleados del régimen exhumó los cadáveres, igual que hizo en otros lugares de España, para trasladarlos a la cripta en la que se colocaron un total de 33.872 cuerpos sin vida. “Esta exhumación ilegal fue el segundo crimen, después de asesinarle impunemente, que cometieron contra mi padre y contra todos los que le queremos”, dice el hijo de Valerico Canales, un labriego abulense al que arrebataron la vida cuando sólo contaba con 29 años. Han pasado 75 desde su asesinato y 52 desde el “robo” de su cadáver y Fausto no está dispuesto a abandonar la lucha para que le devuelvan el cuerpo de su padre. “Lo único que pedimos es que nos permitan recuperar sus restos para enterrarlos en la sepultura que le espera en el cementerio de nuestro pueblo”, reclama.
La lucha por recuperar lo que queda de las personas a las que se les trasladó ilegalmente desde fosas en las que les habían enterrado, tras asesinarlos, ha unido a familias de Asturias, Madrid, Ávila, Lleida y Zaragoza desde hace casi una década. No se sabe cuántos de los 2.100 cuerpos que llevan la denominación de “desconocidos” en los dos libros que permanecen en el mausoleo pertenecen a esta categoría. “Nos prometieron que nos iban a entregar los restos de nuestros seres queridos”, repiten una y otra vez los familiares de desaparecidos que tienen constancia de que los huesos de los suyos reposan en las criptas excavadas en el valle de Cuelgamuros. Se fiaron de las promesas incumplidas de Presidencia de Gobierno, durante la etapa de María Teresa Fernández de la Vega. Hace unos días, a finales de febrero, denunciaron ante los tribunales de justicia una situación que tarda demasiado en resolverse.
Fausto Canales se expresa sin rabia pero con firmeza: “Me parece una ignominia y una burla que mi padre, que fue víctima injusta de la sinrazón, repose al lado de quienes fueron los autores intelectuales de su asesinato”. No obstante, sí defiende la existencia del Valle de los Caídos, aunque con cambios. “A mí lo que me gustaría es que se convierta en un monumento de memoria democrática que sirva para contar la Historia tal y como sucedió”- dice- y recuerda que en otros países como Alemania, Ruanda o Camboya, se ha actuado de modo similar. Como él opina Fernando Olmeda, periodista, autor en 2009 del libro El Valle de los caídos. La memoria de España. En una entrevista publicada por el diario El Mundo afirma: «Durante el debate sobre la Memoria Histórica hubo iniciativas positivas que daban una salida a esa connotación negativa del Valle que lo pone en un callejón sin salida. Hacer un museo, un centro de interpretación… Fueron propuestas serias, ya que a ninguna persona se le ocurrió volar el monumento. En el mundo los sitios de la memoria están ahí, como Camboya o los campos de concentración nazi», recuerda Olmeda.