Cada domingo de este mes nos pega un aldabonazo en nuestra conciencia cristiana. Comenzamos con la lectura de la historia del encuentro entre Jesús y la samaritana, pasamos por la curación del ciego de nacimiento y seguimos con la resurrección de Lázaro. Todo para prepararnos a la celebración de la Semana Santa, que comienza con el domingo de Ramos o domingo de Pasión, según se mire, en el que escucharemos la lectura de la pasión según san Mateo.
Éste es el relato “evangélico” del mes. De entrada, hay que decir que son todas lecturas largas pero enjundiosas, y que nos ayudan a situarnos frente a lo que es el misterio central de la vida de Jesús y de la nuestra: su pascua. Es el momento en que no queda más remedio que agarrarse a la fe. Todo lo que ha hecho Jesús se ha ido convirtiendo en un fracaso. Sus acciones en favor del pueblo, su cercanía con los más pobres y necesitados, su atención a los pecadores, su predicación y testimonio del amor de Dios-Abbá, le han llevado paradójicamente a la soledad. Nadie acepta su mensaje de vida. Hasta los más fieles huyen en el último momento. No le entienden. No saben a dónde quiere ir. Lo que se objetivamente es un desastre. No hay futuro. No hay esperanza. Todo ha sido un sueño. Todo termina en la cruz.
Pienso en los muchos cristianos, hombres y mujeres de fe sencilla, laicos, sacerdotes, religiosos, que se han dejado la piel en el intento de construir el reino, de testimoniar con su vida y su palabra el amor de Dios por los más pobres y abandonados. Pienso que muchos de ellos han vivido y experimentado la incomprensión por parte de sus hermanos y hermanas creyentes. Y han sido, en ocasiones, ellos mismos marginados por los que tienen el poder en esta Iglesia nuestra.
Algunos se han agotado en la lucha y han desistido. Otros siguen en la brega. Se han dado de golpes contra la pared y la pared no ha cedido. Unos y otros han vivido y viven su propia y personal pasión. Estoy seguro de que en su desesperación han mantenido la fe. Y han vivido su pascua. Han dado el paso. Se han entregado, lo han dado todo, en la confianza de que el Abbá de Jesús los terminaría echando una mano. Siguen sin ver esa mano tendida pero siguen creyendo. Siguen pensando que Jesús es la resurrección y la vida. Para ellos y para todos. Y siguen soportando los golpes y la incomprensión y tantas otras cosas. Como Jesús, se mantienen fieles en su corazón. Son todo un ejemplo para nosotros. Ellos, con su fe y su confianza, hacen mejor este mundo y nos hacen mejores a nosotros. Con ellos y con Jesús viviremos la alegría de la Pascua.