Este mes de marzo nos toca todo de Cuaresma. Tiempo para sacar el saco y ayunar, para convertirnos, para cambiar de vida. La cuestión es, como escribía el mes pasado, hacia dónde o a qué. Se supone que la misma liturgia nos ofrece las pautas, los signos, que nos muestran el camino recto. Vamos allá.
El primer domingo nos propone el relato de la Transfiguración. Subidos a un monte un grupo de discípulos reconocen la dignidad de Jesús. Es Hijo de Dios. Está al nivel de Moisés y de Elías. Digo yo que, por reflejo, es buen momento para meditar sobre nuestra propia dignidad. También nosotros somos hijos e hijas de Dios. También nosotros tenemos que aprender a ver más allá de las apariencias, a colocarnos en la perspectiva adecuada –en lo alto de un monte, lejos de la contaminación que nos ofusca. Así distinguiremos bien lo que somos. Y cómo tenemos que vivir para hacer honor a lo que somos. Y cómo tienen que vivir nuestros hermanos y hermanas para lo mismo. Este domingo es una buena forma de comenzar la Cuaresma.
El segundo domingo nos muestra a Jesús en el templo de Jerusalén. Hecho un basilisco. Se dedica a limpiar el templo de todos los que se aprovechan de él para hacer su propio negocio. Jesús no era mucho de ir al templo ni a la sinagoga. Lo suyo eran los caminos y las plazas de los pueblos y ciudades por los que anduvo predicando el Reino y acercándose a pobres, personas enfermas y marginadas. Las pocas veces que fue al templo fue para liarla. Como esta vez. No es extraño que no le quisieran ver por allí. Algo habrá que pensar porque, si Jesús se dedicó a limpiar el templo… se supone que nosotros y nosotras tenemos que imitarle. Suficiente con lo dicho.
El tercer domingo presenta aquel largo diálogo de Jesús con Nicodemo. Como todos los diálogos de Jesús en el evangelio de Juan, un tanto misterioso y críptico. Pero nos quedamos con unas palabras de Jesús que no debemos olvidar nunca: “Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él.” Y también: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su hijo único…” Darían para muchos comentarios. Baste decir que son un punto de partida básico de nuestra fe. Un criterio fundamental e imprescindible.
Termina el mes, último domingo, con otra importante declaración: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.” Ahí está la clave de la Pascua. Es la entrega que siempre es fuente de vida. Es la dinámica de la fe y la dinámica de la vida. Es la dinámica de Dios mismo que se entrega por nosotros y nosotras. Para que tengamos vida.
A eso nos tenemos que convertir, a la vida. Sin más.