
Ya estamos en diciembre. Se nos pasó otro año. Y la Navidad está a la vuelta de la esquina. Y el Adviento llena todo este mes. Bien mirado, se nos presenta como un chute de esperanza en vena.
Que estamos en Adviento nos lo dejan claro las lecturas del primer domingo, que se inscriben en el marco del más tradicional espíritu de este periodo. Nos avisan de que tenemos que estar vigilantes pero sin decirnos cuál es el peligro o la amenaza o lo que sea que venga. Nos sirve citar el final de la primera lectura (de Isaías): “No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo.”
Pero en seguida llega el segundo domingo. Y la primera lectura, también de Isaías, comienza de una forma que nos llega al corazón: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios…” Y sigue. Y recomiendo vivamente que leamos la lectura entera y dejemos que sus palabras nos lleguen al corazón. Para que sepamos que la que estamos pasando no es la pena correspondiente a la culpa cometida (es una de las ideas como los políticos justifican los recortes). Y que hay un futuro de vida y esperanza. Dios está con nosotros y nosotras.
Y luego el tercer domingo. Otra lectura de Isaías para leer con tranquilidad. “El Espíritu del Señor está sobre mí…” ¿Suena? Sí, Lucas la pone en boca de Jesús en su visita a la sinagoga de su pueblo, Nazaret. Pero volvamos al texto. Dice que el enviado de Dios viene a traer la buena noticia a los quienes sufren, a vendar los corazones desgarrados, a proclamar la amnistía y dar la libertad a quienes están en prisión. En definitiva, a proclamar el año de gracias del Señor y hacer que la justicia brote para todos los pueblos. Todo un programa para quienes decimos que seguimos a Jesús. Pero también -y sobre todo- una promesa que Dios nos hace a todos nosotros y nosotras.
Para el cuarto domingo llega el relato de la anunciación. Toda esa esperanza se concreta, aterriza en medio de nuestra historia. Con todas sus limitaciones pero también con todo el potencial de la fuerza y la promesa de Dios metida en nuestra vida diaria, en nuestras calles, en nuestros hogares, en los centros de trabajo. Ahí es donde está germinando la semilla de la justicia y la vida.
Celebremos la Navidad habiéndonos llenado de esperanza. La crisis tiene que ser nuestra gran oportunidad para descubrir lo más valioso de la vida. Que Dios no nos prometió un reino en constante aumento del PIB, de los salarios y de tantas otras cosas. Él solo ha puesto en nuestras manos la semilla de la justicia, de la fraternidad, de la vida. Y ha dicho que va a estar con nosotros y nosotras hasta que florezcan en plenitud.
Del pesimismo a la esperanza
Es verdad.
Nosotras, con la lucha, haremos que venga la justicia, la paz, el amor.
Aunque las palabras ya están gastadas.