Lo escucharemos ya adentrada la Cuaresma: “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Y quizá, cuando Juan escribió estas palabras en su evangelio, debió pensar que era necesario disipar todo tipo de dudas al respecto. Y es que la conversión a la Buena Noticia, en la que andamos metidos en esta Cuaresma, es una verdadera reconversión de creencias solapadas que circulan con patente de corso dentro y fuera de nuestras mentes. Es la gran confesión de la fe que renovaremos y proclamaremos en la Vigilia Pascual: Dios de vivos, Dios de vida que en Jesús se hace compasión encarnada, entrañas de misericordia (IV domingo de Cuaresma).
Y hay que reconocer que no tenemos entendederas ni tragaderas para algo así y, quizá por eso, necesitamos tiempo para dar pasos y encaminarnos hacia ese horizonte que Jesús les mostró meridianamente claro a Pedro, Santiago y Juan (II domingo de Cuaresma). Aquello les deslumbró, pero seguirán necesitando más tiempo al no entender cuál era la finalidad de tanta claridad. Quizá es que no sabían muy bien qué hacer con tanto horizonte como Jesús les mostraba y la decepción de expectativas no realizadas será la puerta que dará paso al caer en la cuenta que permite comprender.
Es la confusión en la que andarán metidos los de la ley y el templo (III domingo de Cuaresma) empeñados en traficar con el dolor de la gente. Son los de siempre, quienes cargan pesadas losas y hacen pasar por la cuerda, quienes han tasado la salvación y están sacando tajada, quienes han alejado a Dios de su Pueblo, envenenándolo con ideas absurdas, justificadas con argumentos que ya nadie comprende. Pero con Jesús había vuelto la alegría a la Casa de Israel. Fue como una ráfaga de aire fresco que se cuela por todos los rincones de ese templo que se caía a pedazos y del que no quedará piedra sobre piedra. Fue como el presagio del vendaval que está a punto de llegar y lo alcanza todo y a todas las personas.
Y llegará la hora (V domingo de Cuaresma) en que todas las miradas se alzarán, atraídas por quien ha hecho de su vida cuerpo entregado y sangre derramada. Será la hora en que todas las miradas tendrán otro horizonte, el de esta entrega. Llegará la hora en que el centro del mundo quede definitivamente desplazado y cesen las risotadas humillantes, se detengan las manos violentas, se frustren los planes diabólicos, se arruinen los intereses perversos, se desenmascaren todas las mentiras y se hundan los especuladores que juegan con la vida, la dignidad y el futuro de los hijos e hijas de Dios.