Un rey diferente

Jesús es un rey diferente y su corte es una corte diferente. De la fiesta de Todos los Santos a la fiesta de Cristo Rey. Así va este mes. Pasando por el domingo 31 del tiempo ordinario (3 de noviembre) con un evangelio que nos puede dar la clave para situarnos y comprender.

Lo primero es la fiesta de Todos los Santos. Podríamos decir que somos todos y todas, que es nuestra fiesta. Pero el asunto de la santidad en la Iglesia se ha terminado quedando en un complicado -y muy caro– proceso jurídico. Desde que comienza el expediente hasta que culmina en la declaración de santidad pueden pasar años. Y, además, todo pasa por la necesidad de que el candidato haga milagros y que estos se comprueben –en la medida en que un milagro se puede comprobar y certificar. Siempre he pensado que quienes así son declarados santos y santas se deben partir de risa en el cielo –en compañía, claro, de tantísimos otros que no han pasado el proceso– y que se dirán entre sí que “los de abajo siguen sin entender nada de lo que es la buena nueva de Jesús”.

Lo de los santos y santas es como si fuésemos formando la corte celestial y llenándola de hombres y mujeres que, como en las películas de la Edad Media, rodean el trono del rey, escuchan lo que este dice y aplauden sus iniciativas. Algo así es lo que pensaron los que instauraron la fiesta de Cristo Rey. Elevaron al cielo lo que aquí abajo eran las cortes reales. Imaginaron el cielo como una corte real. Y declararon a Jesús Rey del Universo y a su madre, Reina y así podían haber seguido con todas las jerarquías cortesanas.

Pero lo de Jesús es diferente. Nos cuesta entenderlo y asimilarlo. Por eso, decía al principio que la lectura del evangelio del domingo 3 de noviembre nos puede dar una clave muy importante para entender algo mejor a Jesús. Pongámonos en situación. Pasa Jesús por un pueblo y el tal Zaqueo, que debía ser uno de los caciques del pueblo que hacía y deshacía a su voluntad, quiere conocer a Jesús. Para ello busca un lugar de privilegio. Se sube a un árbol. Allí se queda.

Cuando pasa Jesús, le dice: “Zaqueo, baja en seguida.” Ese “baja” lo tendríamos que grabar en nuestro corazón. Marca un cambio radical en la forma de entender a Dios y a Jesús, su enviado. Nos dice que a Dios no se le encuentra arriba sino abajo, que hay que poner los pies en la tierra, mancharse de barro. Nos dice que lo nuestro no son cortes reales ni jerarquías sino la cercanía con los hermanos y hermanas. Es Dios/Jesús el que se queda en nuestra casa, el que se nos acerca. Hay que dejar de elevar los ojos al cielo y experimentar que a Dios se le encuentra aquí abajo, en el más abajo de los abajos. Allá donde la indignidad, la miseria, todo lo que es no-humanidad, clama por su presencia.

Con esta clave digo yo que podremos entender mejor quiénes son los santos y santas y de qué tipo es la corte real de Jesús.

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