Una de las advocaciones que la liturgia de la Iglesia y la piedad popular acostumbran a atribuir a la familia de Nazaret (José, María y Jesús) es precisamente la de sagrada. De hecho, litúrgicamente hablando, una de las fiestas de Navidad lleva precisamente esta advocación.
No tengo nada contra ello. Pero sí que me gustaría puntualizar algunas cosas para evitar una idealización, equivocada a todas luces, que se ha hecho del núcleo familiar de Nazaret.
Cabe decir que han sido precisamente los evangelios apócrifos (no admitidos como verdaderos por parte de la Iglesia) quienes más han influido en este sentido. También el arte, sobre todo la pintura, ha contribuido a idealizarla a partir de escenas donde aparecen situaciones familiares totalmente idílicas e irreales. Solo hace falta hacer un breve repaso de ciertos lienzos del Renacimiento y del Barroco.
En la familia de Nazaret, como en toda familia, más aún, como en todo núcleo humano, existió el conflicto. Si alguien piensa que me lo estoy inventando o que es una exageración, solamente hace falta que vayamos al evangelio de Lucas y leamos el pasaje donde narra la pérdida de Jesús en el templo de Jerusalén (Lc 2, 41-52).
Para comenzar, me gustaría que hiciéramos todos los esfuerzos necesarios de cara a borrar de nuestra mente el sentido negativo que a nivel general solemos aplicar a la palabra “conflicto”. Precisamente no existe conflicto en aquellos grupos donde predomina de manera absoluta el dirigismo y, por lo mismo, la sumisión absoluta al líder o líderes por parte de las personas que pertenecen a dichos grupos. Las sectas son el caso más evidente. Pero si nos fijamos en nuestra propia casa, nos daremos cuenta de que también dentro de la Iglesia existe el dirigismo por parte de la mayoría de la jerarquía y mucha, por no decir total, sumisión por parte de muchos fieles. Los nuevos movimientos (los “Neo”) son el caso más evidente. Hasta el extremo de llegar a veces al fanatismo más irracional.
El conflicto no es otra cosa sino la capacidad de disentir o de exponer formas diferentes de ver la realidad, fruto precisamente de la libertad personal y de la propia capacidad de pensar. No olvidemos que, gracias al conflicto, las personas crecemos y maduramos. Si exceptuamos, evidentemente, las ocasiones en que el conflicto se convierte en enfrentamiento debido a la ofuscación o cerrazón mental.
¿Por qué, pues, nos tiene que dar miedo aplicar el concepto “conflicto” a la familia de Nazaret? ¿Es que conflicto y sagrado son realidades contradictorias? En absoluto. Y, por ello, tengo muy claro que en la familia de Nazaret hubo conflictos, al menos aquellos que de manera normal comporta el devenir de la vida, sin que ello supusiera ningún tipo de obstáculo para intentar vivir con la máxima fidelidad el proyecto que Dios tenía sobre cada uno de sus miembros. Proyectos semejantes o parecidos a los que tiene también sobre cada uno y cada una de nosotros.
Para que sirva simplemente de ejemplo, yo me pregunto si es normal imaginar la adolescencia de Jesús sin dudas personales respecto a todos los temas y cuestiones de la vida, también respecto a la fe, que afectaban entonces a los chicos y chicas con quienes se relacionaba normalmente; tensiones y discusiones con María y con José sobre la manera de afrontar la convivencia, entre otras cosas, etc.
Si la familia de Nazaret fue sagrada porque no fue humana, al menos del todo, quiero decir que lo considero una tomadura de pelo. Si así fuera, esforzarse por imitarla no estaría al alcance de nuestras manos. Solamente quedaría espacio para una especie de veneración hacia algo lejano de nuestras vidas.