En estos días, la Iglesia Católica entra en el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II (1965). Hasta el próximo año, en todo el mundo, diversos eventos van a recordar aquel encuentro de obispos que dio inicio a una profunda renovación de la Iglesia y la puso a dialogar con el mundo. El papa Francisco insiste: para ser fiel a lo que, hoy, el Espíritu dice a las Iglesias, las comunidades deben proseguir, con coraje y determinación, el diálogo con la humanidad. Así, juntos, cristianos y cristianas de diversas Iglesias, creyentes de otras religiones y grupos no creyentes, podrán colaborar en la construcción de un mundo de paz, justicia y mayor comunión con la naturaleza.
Desde hace 50 años, el mundo ha vivido no solo una época de cambios, sino también un cambio profundo de época. En todo el mundo, la mayor parte de la humanidad ha pasado de una cultura rural agrícola a una realidad urbana y concentrada en grandes ciudades. Vivimos en una sociedad organizada a partir de permanentes transformaciones, tanto tecnológicas como de innovaciones artísticas y culturales. En este contexto, la mayoría de las religiones sigue caracterizada como sociedad de tradiciones y con inmensa dificultad para cambiar. Esto crea obstáculos inmensos para el diálogo de las instituciones religiosas con la humanidad. Sin embargo, un proverbio medieval, citado por el papa Francisco, afirma: “La Iglesia debe renovarse permanentemente”. Actualmente, muchos cristianos y cristianas desean un nuevo concilio “pancristiano” que pueda reunir pastores y fieles de diversas Iglesias y en diálogo con otras religiones.
Este movimiento por un nuevo concilio tiene más de quince años y desde el inicio ha tenido su secretaría internacional en Madrid (www.proconcil.com). Esto ha permitido una articulación de muchos grupos cristianos en el mundo y se percibe cada vez más un rostro nuevo para ese movimiento. O rostros diversos, ya que el movimiento no pretende ni uniformizar, ni menos aún controlar la creatividad de las propuestas.
Es posible que el camino nuevo vaya en la dirección de un foro internacional, foro de caminos espirituales, preparado desde las bases, para un proceso de diálogo y discusiones en las comunidades y diversos grupos espirituales. Las comunidades cristianas, también, católicas tendrían en ese proceso la función fundamental de tomar la iniciativa. Etimológicamente, “católico” tiene esa vocación de suscitar un diálogo abierto a lo universal. El tema de una nueva civilización ecológicamente sostenible y fundamentada en la justicia y la paz sería el horizonte desde el cual cada grupo se mira y busca insertarse.
Ese proceso, que debe ser implementado desde las comunidades y grupos eclesiales católicos, supone encuentros de cada Iglesia, una especie de asamblea del pueblo de Dios que congregue pastores/as y creyentes de diversas Iglesias para, entonces, caminar en la dirección de un foro de tradiciones espirituales por la paz, justicia y defensa de la naturaleza.
Ese proceso interno de discusiones puede ayudar mucho a las comunidades a pasar de una concepción de Iglesia centrada sobre sí misma para un nuevo camino, inspirado en el Evangelio de Jesucristo, que dijo: “Vino para que todos tengan vida y vida en abundancia”(Jn 10, 10). Ya en 1971, un concilio de jóvenes, que tuvo lugar en Taizé, Francia, proponía “que las Iglesias cristianas se hagan una fraternidad de Iglesias locales, autónomas, pero unidas como si fuera una única Iglesia, misionaria y pascual. Que toda Iglesia se haga pobre y desposeída de los medios de poder para ser espacio de comunión amorosa para toda la humanidad”.
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