Todos los años, la ONU consagra el 5 de junio como Día Internacional del medio ambiente y de la ecología con el objetivo de que la humanidad entera sepa de qué se trata y pueda cuidar mejor del futuro del planeta. Hace algunas semanas concluyó en Bonn, Alemania, una reunión más de la Conferencia del Cambio Climático. Ese encuentro reunió representantes de gran número de países del mundo para preparar el acuerdo de gobernantes el próximo año.
Los representantes se comprometieron a reducir las emisiones de contaminantes y así disminuir el calentamiento global. Ese compromiso sería a partir del año 2020 y no se sabe cuál será la intensidad de tal reducción, si de 12% o un poco más. Esto es grave porque, según la ONU, desde 1970 hasta hoy, s eha destruido más del 30% de la biodiversidad de la Tierra. Están en riesgo de extinción 22% de las especies de mamíferos, el 23% de anfibios y el 25% de los reptiles. Por no hablar de la deforestación, un problema que continúa sin resolverse.
Una de las causas del calentamiento global es la forma en que, como sociedad, explotamos la tierra, el agua y toda la naturaleza. Según Ricardo Abramovay, profesor de la Universidad de San Pablo, “la extracción de recursos de la superficie terrestre creció ocho veces durante el siglo XX y alcanzó un total de 60 billones de toneladas anuales, a partir solo del peso físico de cuatro elementos: minerales, materiales de construcción, combustibles fósiles y biomasa”.
En su larga historia, el planeta Tierra ya ha pasado por varias crisis y fases de transformaciones. Sin embargo, lo que ahora es nuevo es que la crisis que amenaza la vida en el planeta es producida por la misma sociedad humana, o sea, el sistema que la mayoría de los países utilizan para organizar la economía y la vida en sociedad. Por eso, la ONU llama la atención de todos y todas sobre la urgencia que supone cuidar la ecología y el estado actual de la madre Tierra.
Esa atención especial de la ONU hacia nuestro planeta está vinculada a un movimiento mundial que elaboró la Carta de la Tierra, documento colectivo que enuncia qué derechos de la naturaleza deben ser siempre respetados, para que se garantice a la comunidad la vida en el planeta azul.
La ONU reconoce que han sido las culturas indígenas las que más han contribuido para que miremos nuestro hogar de otro modo. Éstas ven a la Tierra como madre cariñosa que cuida de la vida de todo ser vivo. En las últimas décadas, a partir de los trabajos del científico James Lovelook, la propia ciencia comenzó a considerar el planeta como un organismo vivo e inteligente que reacciona a los cambios en el medio ambiente y crea condiciones propicias para la vida.
El pasado mes de mayo, las Iglesias cristianas antiguas han acabado de celebrar Pentecostés – la fiesta que hace memoria de la venida del Espíritu de Dios sobre todo el Universo como una fuerza de amor que fecunda a todo. Es bueno que podamos reconocer eso que canta el libro de la Sabiduría: “El Espíritu de Dios llena toda la tierra, abraza todo conocimiento y esta presente en todas las criaturas” (Sb 1, 7).
Hace 50 años, el Concilio Vaticano II puso en marcha el movimiento que hoy lleva a las Iglesias a desarrollar una espiritualidad mas ecológica y holística. Un documento como la Constitución sobre la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy (Gaudium et Spes) hace alusión clara a eso. Para quien cree que Dios es amor, la tierra y todos los seres vivos son señales y sacramentos de su presencia. En una sociedad que ve todo como mercancía y que ha perdido la conciencia de la dignidad de la Tierra, es importante que la espiritualidad rescate esa dimensión ecológica de comunión con la naturaleza.