Nuevas fronteras de la fe: la mística por la vida

pag7_iglesia_web-4.jpgEn todas las Iglesias sigue aún corriente una visión de que la fe cristiana es y debe ser esencialmente cristocéntrica, esto es, centrada en la persona de Jesúcristo. De hecho, muchas veces, esta discusión es solamente teórica porque, como dicen los mejores teólogos, Jesús no ha predicado sobre él mismo y sí sobre el proyecto divino que Dios Padre le envió a anunciar y aportar al mundo. Este proyecto que los evangelios sinpóticos llaman del “Reino de Dios”, él lo reveló al sanar a los enfermos, reconciliar con Dios a las personas que se consideraban pecadoras y anunciar a los pobres que Dios vendrá para revertir su situación y hacer justicia en esta tierra. Si este anuncio y testimonio del Reino es el centro del mensaje y de la práctica de Jesús, entonces él debe ser el centro de nuestra fe y de nuestra espiritualidad.

Aún hace poco tiempo, la espiritualidad cristiana insistía mucho en las penitencias y en todo lo que se llamaba las “mortificaciones”. El intento era bueno porque se pretendía así hacer morir el “viejo ser humano” para que pudiera nacer un ser nuevo “de acuerdo con la semejanza de Dios” (Ef 4). De hecho, el signo fundamental de que se recibe el Evangelio es la conversión. En hebreo, teshuvá significa “retorno” y, en el griego del Evangelio, metanoia quiere decir “cambio de mente”. Esto tiene el sentido de renovación interior y vida nueva y no algo negativo y pesimista. La misma forma de relacionarse con Dios se comprende hoy mucho más como una alianza de amor y de alegría que una adoración temerosa y distante.

La fe en un Dios amigo y cercano se traduce en una espiritualidad abierta a la vida. Una fe que se exprime en una espiritualidad cósmica, corporal y social. En el cosmos, la espiritualidad dialoga con las antiguas tradiciones espirituales que veneran la naturaleza y reconoce más profundamente la presencia divina en cada ser vivo. Al mismo tiempo, al contrario que cierta tradición que negaba el cuerpo, somos llamados a prestar más atención a la salud y a la sensibilidad corporal como legítimo espacio de encuentro con Dios. La dimensión erótica que cada uno de nosotros tiene dentro de sí se hace voz divina llamándonos al amor y a la apertura al otro. De la misma forma, ninguna espiritualidad válida puede ser solamente intimista. Debe siempre repercutir en lo comunitario y social. Así la vida es en todas sus dimensiones el más profundo y cercano sacramento divino. Los rabinos de Israel dicen que un hombre muy bueno murió y llegó a la puerta del cielo. Quedó muy desencantado al ver que su nombre no estaba inscrito en el libro de la vida. El había sido siempre un hombre bueno e justo. ¿Por qué no iba al cielo? Preguntó al Señor y este le respondió: “Tú no puedes aún entrar en el cielo porque no te cuidaste de ser feliz en la tierra”. Es hora de profundizar en una espiritualidad que nos haga felices y capaces de hacer a los otros felices.

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