El anuncio hecho por el arzobispo Vincencio Paglia el pasado 20 de abril, después de un encuentro con el papa Francisco, sobre el “desbloqueo” de la causa de beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero en la curia vaticana, ha sido sin duda un buena noticia para los salvadoreños que desde hace 32 años venimos esperándola, a excepción, claro, de sus siempre detractores dentro y fuera de la Iglesia. Alegría y buena noticia para toda la gente buena de este sufrido continente, tierra de mártires y santos canonizados por sus pueblos.
Los papas anteriores decían que el proceso estaba abierto, nunca nos dijeron que estaba bloqueado, que lo archivaron. Ahora, con el papa Francisco, la posibilidad de que monseñor Romero sea proclamado, por la máxima autoridad eclesial, ejemplo a imitar en el mundo para los hombres y mujeres de buena voluntad, es un acontecimiento posible.
Beatificar a monseñor Romero significaría un reconocimiento oficial de que así debe ser la praxis cristiana. Quienes le conocimos y quienes a lo largo de estos 32 años le han ido conociendo no necesitamos que la curia romana nos diga que su testimonio de vida es la de un auténtico discípulo de Jesús, eso no lo dudamos. Lo importante en su caso es que la curia reconozca que ese es el estilo de vida cristiana, la que hace de la opción de Jesús su propia opción sin ambigüedades. Monseñor Romero no fue un cristiano “neutro”, imparcial, él tomó partido por el pueblo empobrecido y explotado en una búsqueda sincera de verdad y de compromiso con la vida. Como lo hizo el maestro de Nazaret, llegando a límites peligrosos en ese contexto de muerte que se vivía en El Salvador.
Se ubicó en la realidad del pobre y desde ese lugar habló con autoridad a los poderes de este mundo sin rodeos, a imitación de Jesús: “¡Ay de ustedes los ricos… ¡Ay de los que ahora están satisfechos! ¡Ay de los que ahora ríen!...” y nos llamó a ubicarnos en el terreno de los pobres para anunciar las buenas nuevas del Reino que se conquistan a fuerza de organización, solidaridad y amor fraterno. “Es un escándalo en nuestro ambiente, que refleja la realidad descrita por Puebla, que haya personas e instituciones en la Iglesia que se despreocupen del pobre y que viven a gusto. Es necesario, pues, un esfuerzo de conversión” y con autoridad nos dijo un mes antes de que lo mataran: “Una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar desde los pobres las injusticias que con ellos se cometen, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”.
Beatificar a monseñor es poner al descubierto el concepto de Iglesia que nos invita a construir. Esa que se apega al mandato de Jesús: “Qué sabio es el Señor Jesucristo al decirle a los apóstoles que vayan a evangelizar con la figura de un peregrino pobre. Y la Iglesia de hoy tiene que convertirse a ese mandato de Cristo. Ya no es tiempo de los grandes atuendos, de los grandes edificios inútiles, de las grandes pompas de nuestra Iglesia. Ahora la Iglesia quiere presentarse pobre entre los pobres y pobre entre los ricos, para evangelizar a pobres y ricos”.
San Romero, canonizado ya por su pueblo, merece ser reconocido por la curia vaticana como mártir de nuestro tiempo por su fidelidad al Evangelio de Jesús hasta dar su vida. Un santo mártir como Óscar Arnulfo Romero es verdadera brisa fresca en nuestras comunidades eclesiales que nos platea desafíos para nuestra vida cotidiana a nivel personal, comunitario y social y nos impulsa a renovar nuestra fe y compromiso con el proyecto de Dios.