“¡Nosostros esperábamos!”

pag8_teologiapantuflas_web.jpgCada vez que leo el pasaje de Emaús, esta expresión acostumbra a introducirme en la realidad de mi vida de cada día, tanto en su vertiente humana como de fe. Para mí resume perfectamente el estado de profunda decepción en que se encontraban aquellos dos hombres, supuestos admiradores o, según parece, seguidores, de Jesús, cuando volvían a su casa después de haber celebrado la Pascua en Jerusalén y haber visto cómo en principio había acabado todo en fracaso, a pesar de los rumores abiertos a la esperanza, pero sin ningún tipo de credibilidad, que habían infundido la mañana de aquel domingo algunas mujeres.

Como personas que intentamos seguir a un Jesús vivo, estoy convencido de que también tú y yo hemos experimentado y seguimos experimentando múltiples decepciones. Esperábamos, por ejemplo, que la Iglesia fuera una realidad llena de vida, de ilusión y de esperanza; capaz de levantar los ánimos caídos, de rehacer los corazones rotos, de acoger con los brazos siempre abiertos a todo hombre y mujer, intentando aliviar su dolor. Confiábamos también en una Iglesia que aborreciera siempre la condena para imitar a un Jesús que así lo hizo, optando en todo momento por el mismo perdón que Él repartía con tanta abundancia. Esperábamos que el servicio fuera su gran distintivo, aborreciendo con todas sus fuerzas todo lo que pudiera sonar a privilegio, influencia y poder. Esperábamos, finalmente, una Iglesia humilde, sencilla, abierta siempre al diálogo, dispuesta a recibir de buen grado la parte de verdad que también poseen las demás religiones y grupos sociales.

Pero, ¡alerta!, no sea que tanta decepción nos lleve a encerrarnos en nosotros mismos y, a diferencia de los de Emaús, nos impida ver los signos de amor de tantos grupos que continúan anunciándonos que Jesús no es historia, sino una experiencia llena de vida. “Le reconocieron en la fracción del pan”, nos dice también el evangelista Lucas.

Como decía Saint-Exupery semejantes experiencias solamente pueden ser vistas con y desde el corazón. Abrámoslo, pues, también tú y yo para ser testigos de algo tan maravilloso como: Un Jesús transformado en cultura liberadora, gracias a personas que comparten su saber y sus conocimientos, con quienes ven como se les niega un derecho tan elemental. Un Jesús convertido en aseo y comida en todos los centros sociales donde el mendigo y el vagabundo encuentran poco, pero posiblemente lo necesario para rehacer fuerzas y seguir caminando, aunque quizá sin ningún tipo de rumbo, como el día anterior. Un Jesús hecho consuelo, cariño, sonrisa, compañía, etc.

Por eso -y a pesar de todo- creo que vale la pena y tiene sentido seguir esperando.

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