Para quienes en nuestra infancia estudiamos el catecismo del padre Astete -otras personas hicieron lo propio a través del padre Ripalda- no nos resulta difícil ahora saber que “Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” es uno de los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia, según expresión del propio religioso jesuita.
Eran ambos catecismos el medio más apropiado para implantar la Contrarreforma de la Iglesia allá por el siglo XVI, haciendo frente con ello a la Reforma iniciada por Lutero. También en la evangelización del Nuevo Mundo, casi acabado de descubrir, los dos jugaron un papel más que destacado.
Debo confesar -quienes me leéis asiduamente lo habréis notado- que mi teología es simplemente de estar por casa, razón por la cual no se pueden esperar de mí argumentos bíblicos ni teológicos de peso a la hora no de desmontar, porque no soy quien para hacerlo, sino de poner un poco al día lo que dicho catecismo decía entonces respecto a la asistencia de los fieles a la misa. Fijaos que he utilizado de manera expresa y consciente la palabra “asistir” frente a la idea de “participación” que, de manera tan acertada, introduciría el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la liturgia (Sacrosantum Concilium).
Continúan existiendo hoy día visiones bastante equivocadas sobre la relación de la persona, católica en este caso, respecto a la misa que, a su vez, se manifiestan después en el vocabulario popular a través de palabras y expresiones erróneas. Por ejemplo, la gente en general (hablo también de las personas practicantes, como se suele decir) cuando habla del sacerdote que preside la eucaristía dice de él que “da misa”. Estoy hablando de ahora y de aquí, no de lugares remotos ni de tiempos pasados. No es de extrañar que cuando se refiera a los demás participantes, en este caso los fieles, digan “van a misa” (en cierta manera a recibir lo que el otro da) o también “van a oír misa”.
Como podéis ver, no solamente no sale sino que ni siquiera se vislumbra el concepto “participación”; se trataba sencillamente de oír. Incluso me atrevería a decir que ni a eso se llegaba, pues, dado que la misa era en latín, la actitud actitud general de los allí presentes consistía en desconectar de lo que decía y hacía el sacerdote para llenar con otras devociones el tiempo que duraba el ritual. Otras personas no recurrían siquiera a devociones; sencillamente dejaban vagar la mente sin más.
Quiero recordar, sin miedo a equivocarme, mis tiempos de niño cuando el sacerdote de la parroquia nos decía en la catequesis y en la clase de religión en la escuela que la misa le “valía” a la persona que asistía si se llegaba antes del ofertorio; si se llegaba después ya no le era válida y, por tanto, dejaba de cumplir el precepto dominical que a ello estaba obligado. No es ciencia ficción lo que estoy refiriendo, sino realidad.
No voy a decir que todo esto estuviera bien entonces, pero sí quiero puntualizar que era comprensible si tenemos en cuenta la manera de entender la religión que predominaba en aquellos tiempos. Sin embargo, no puedo dejar de decir en voz alta que me preocupa el hecho de que dicha mentalidad continúe existiendo; y no tanto por parte de muchas personas mayores que en su etapa de formación fueron educadas de esta manera, sino por parte de los responsables de la Iglesia en general y de muchas parroquias y grupos en particular. Me duele de verdad oír algunas veces decir desde algunos púlpitos expresiones como “La fiesta de tal o cual santo no es fiesta de precepto”.
O, en el peor de los casos, la nota de un obispo actual en la que decía a través del Boletín Oficial del Obispado que eximía a los fieles de su diócesis del precepto de “asistir u oír misa” en la festividad de un santo en concreto por haber declarado aquel día las autoridades civiles de la región como día laborable. ¿Por qué no decimos ya de una vez por todas que la misa no es una obligación, tampoco una devoción, sino un encuentro donde se nos invita a todas y todos a participar del gesto del amor más profundo de Jesús y que tiene un sentido hacerlo precisamente el día que recordamos su resurrección?
Pienso que si algo está radicalmente en oposición son sobre todo religión y obligación o precepto. Claro que sería bueno que comenzásemos antes por insistir en el sentido comunitario que debe tener la fe tanto desde la vertiente de su vivencia como de su celebración.