Sacerdote-comunidad

pag9_iglesia_pantuflas_web.jpgEl vídeo sobre la campaña del día del seminario de este año 2012 ha puesto el dedo en la llaga sobre la persona del sacerdote y el papel que debe jugar dentro de la comunidad eclesial: “Yo no te prometo un gran sueldo, te prometo un trabajo fijo”.

A parte de lo poco acertado -o de lo muy desacertado, mejor dicho- de estas palabras, me gustaría dejar claro el error, no sé si teológico, pero seguro que sí desde el Evangelio, que encierran las mismas. No me atrevo a pensar que haya intenciones ocultas con el único propósito de hacer proselitismo de cara a captar nuevos adeptos. Pero, si no es así, ¡qué poco han hecho para evitarlo!

Nada más oírlas, la primera imagen de la Iglesia que me ha venido a la mente es la de una empresa totalmente organizada. Es decir, una pirámide perfecta, cuya cúspide está ocupada por el “gran jefe” y así sucesivamente hasta llegar a la base, que es donde se encuentra el pueblo que, a su vez, suele ser denominado por los de arriba, utilizando el plural, como “fieles”, “laicos”, etc.

No quiero entrar ahora dentro de posibles debates sobre si Jesús tuvo intención en algún momento de instituir algún tipo de religión y poner al frente de la misma a personas, concretamente a aquellos “doce” (ya no digo a aquellas mujeres) que le acompañaron de manera más constante y que fueron también testigos preferenciales de las palabras y de los actos más relevantes de su vida.

No puedo, sin embargo, olvidar aquellos dos conceptos que tanto recalcó el concilio Vaticano II a la hora de hablar de la Iglesia -pueblo de Dios y comunidad- y que no tienen nada que ver con lo que, a mi entender, encierran las palabras de dicha campaña.

Cuando el sacerdocio se debe a una Iglesia piramidal o es fruto de esta, para mí resulta evidente el hecho de que quienes participan del mismo, en este caso a través del sacramento del orden, son personas que reciben una potestad que deberán ejercer a partir de ese momento en un grupo concreto (¡alerta, porque no estoy hablando de comunidad!), llamado normalmente “parroquia” y cuya única misión consistirá precisamente en ejercer la función que desde arriba les ha sido encomendada. Una función que, en el mejor de los casos, consistirá en “evangelizar”, pero que otras muchas veces supondrá simplemente “adoctrinar, sacramentalizar, etc.”.

Según esta visión del sacerdocio y de la Iglesia, el sacerdote tiene sentido por sí mismo, independientemente de que exista o no comunidad. Es verdad que, desde una teología “expiatoria” de la muerte en cruz por parte de Jesús, muchos teólogos lo explicarían de esta manera. Pero no es ahora el momento de afrontar esta cuestión.

¿Qué papel jugarían, de hecho juegan, el conjunto de “fieles o personas laicas” en un tipo de Iglesia concebida de manera piramidal? Pues, sencillamente, el papel de “escuchar y recibir” de manera pasiva y obediente. Sobre todo esto último: mucha obediencia, debido a que la capacidad de decisión, en el caso de la Iglesia también la verdad, solamente la poseen los que están arriba de la pirámide; al fin y al cabo, lo mismo que ocurre en cualquier otro tipo de organismo o empresa.

En cambio, si la persona que presidiera la comunidad, hombre o mujer, fuera escogida por la misma para ser presentada al obispo, escogido a su vez desde y por los representantes de las otras comunidades, el papel de dicha persona consistiría en representar a la comunidad; principalmente en la “cena del Señor”. Ni que decir tiene que para llevar a cabo otras funciones recibirían el encargo por parte de la comunidad otras personas.

Desde una concepción así, un sacerdocio sin comunidad no tiene sentido. Como tampoco lo tiene un sacerdocio para siempre, si partimos del hecho de que es la comunidad la que escoge y presenta. En un momento dado, la comunidad puede creer que existe otra persona más idónea o a la cual la tiene mayor confianza de cara a representarla. Aunque también puede darse el caso que renuncie el propio representante hasta ese momento.

Se acabaría entonces de hablar de jerarquía y cosas por estilo, para pasar a hablar de comunidad y de pueblo, con la inmensa riqueza que ello comporta.

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