El mes de diciembre sobresale a nivel religioso por la fiesta de la Navidad. No cabe duda de que, popularmente, es la fiesta más importante. No así litúrgicamente, ya que la fiesta cristiana por excelencia es la Resurrección de Jesús, más conocida como la Pascua.
Pero también se celebran durante este mes otras fiestas religiosas que tienen un gran arraigo entre la gente. Una de estas fiestas, yo diría que la más importante, es la de la Inmaculada, conocida también como la fiesta de la Purísima.
De hecho, el gran “acueducto” vacacional que gozamos muchos de los españoles durante estas fechas es conocido precisamente con este nombre, en el caso de quienes prefieren insistir en la connotación religiosa, o con el de la Constitución, 6 del mismo mes, si se intenta poner el acento más bien en el hecho civil.
Es posible que la mayoría de los lectores y lectoras de alandar conozcáis el significado de la fiesta de la Inmaculada. Sin embargo creo que no vendría mal recordar brevemente el origen de la misma.
La fiesta de la Inmaculada tiene su origen precisamente en un dogma. Lo definió el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, “Para atajar –tal y como pensaban algunos eclesiásticos- una corriente de naturalismo que comenzaba a correr por Europa”. María, según rezaba la definición papal, había sido concebida desde el primer momento sin pecado original, a diferencia del resto de los mortales.
Conocéis de sobra cuál es mi pensamiento respecto al pecado original. En todo caso, os invito a leer de nuevo el artículo que sobre este tema escribí en el número correspondiente al mes de octubre de 2011.
En primer lugar, la grandeza de María, aquella joven judía, humilde y sencilla, mujer del pueblo, no residía precisamente en un privilegio, tal sería el caso de haber sido excluida de algo tan insólito para mí desde la perspectiva de Dios como es el pecado original, sino en su actitud profunda de fe, entendida ésta como una confianza absoluta en ese Dios en quien confiaba a pies juntillas.
María estaba llena de gracia, tal y como la recuerda el ángel cuando le anuncia que va a ser madre, según el relato del evangelista Lucas. Pero, personalmente, yo siempre he pensado que estaba llena de gracia, es decir, de amor, no porque se le hubiera impuesto desde fuera sin más -incluso podríamos llegar a pensar que podría haber sido en cierta manera contra su voluntad- sino porque ella, renunciando a su proyectos personales, se ofreció de manera total y absoluta para que Dios se hiciera presente de la única manera que los seres humanos comprendemos, como es el nacimiento, en este caso el de su hijo Jesús.
En el caso de María, pues, estaba llena de gracia, es decir, llena de amor, porque a través de su momentos de reflexión y de plegaria había ido descubriendo que Dios (Yahavé en aquel momento) era tan inmenso en perdón y en misericordia que no cabía por su parte otra respuesta por parte de ella que no fuera sino abrirse de par en par a ese Dios para ser llenada de lo mismo. De ahí su respuesta: “Quiero ser su esclava”.
Porque no debemos perder de vista que María tenía con toda seguridad proyectos personales que quería llevar a cabo; por ello, es lógico pensar que María dudó y se resistió incluso (os invito a leer el relato de Lucas 1, 26-38), etc. Pero llegó un momento en que se olvidó de sí misma, hasta el extremo de convencerse de que valía la pena convertirse en instrumento para hacer posible que la mejor de las noticias se hiciera realidad en la historia de todos los hombres y mujeres.
Por eso tiene sentido que las personas que intentamos seguir a Jesús hagamos de María el mejor modelo de nuestra fe. Pues Dios continúa necesitando hombres y mujeres que se dejen llenar de su gracia, de su amor, para que después Él pueda seguir entrando como Noticia liberadora para tantas personas como están necesitadas de dicha Noticia.
Sin pecado original o llena de gracia
A mi me llama siempre la atención que cuando el ángel se presenta a Zacarías le pregunta Lc 1,18 «¿De que modo va a ser esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer avanzada en edad» y le castigan a quedar mudo por dudar. Cuando se presenta a María ella hace una pregunta muy parecida Lc 1, 34 «¿Como va a ser esto, pues yo no conozco varón?» y es presentada como ejemplo de fe absoluta sin duda ninguna.
Los dos hacen preguntas muy parecidas pero cada uno recibe un tratamiento distinto