En esta época en la que nos toca vivir, el mundo está gritando su necesidad de valores encarnados y especialmente hechos vida en aquellos/as que nos hacemos llamar cristianos/as.
Esta educación en valores, ética, moral, ciudadanía que va más allá de la impartición de asignaturas curriculares en los centros educativos y que continúa demasiado ausente en el resto de la sociedad puede adquirir para nosotros/as un significado nuevo y bajo un nuevo epígrafe. Hablemos de “coherencia evangélica”, entendida como esta integración absoluta de vida y fe capaz de ser transmitida y contagiada a quienes pasen por nuestra vida.
Nos cansan demasiado las palabras vacías de contenidos y las actitudes mediocres de quienes dicen representarnos en los diferentes foros políticos, sociales, religiosos, espirituales… Nos agotan ya estas actitudes de falta de verdadero compromiso por la justicia y la verdad. Donde ayer dije… hoy digo lo contrario, porque me interesa, porque me conviene; podemos llegar a adoptar actitudes y principios de vida que nada tienen que ver con nuestra verdadera opinión sobre las cosas. ¿Qué es esto? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Ser coherente desde el Evangelio que centra la vida de muchos de nosotros/as, es hablar de la misma forma que pensamos; es actuar de la misma manera que hablamos. No debería ser tan difícil. Aunque esto conlleve toma de decisiones dolorosas, incomprensibles y críticas.
La locura del Evangelio no es comprensible a los ojos del mundo. Nunca lo fue, no va a serlo ahora. Y cuando decidimos un día dejarnos seducir por esa Locura, ya intuíamos hasta dónde nos iba a encaminar; desde luego ni a la comodidad, ni a la ceguera social, ni al anquilosamiento. El Evangelio, lejos de ser un cúmulo de palabras viejas, constituyen un libro vivo. He tenido ocasión de experimentarlo en Taizé, durante unos días de convivencia y oración en esa comunidad laica que, con sus limitaciones humanas, no deja de ser un testimonio del poder de la oración multicultural y multirreligioso.
¿Nos queda algo de vida evangélica en nuestra cotidianidad? ¿Podremos ser capaces de extrapolar esta coherencia de Jesucristo a todas las dimensiones de nuestra vida? ¿somos conscientes de estos momentos de incoherencia en nosotros/as mismos/as, en los demás?