Organizado por la Junta Islámica Catalana, se celebró en Barcelona el III Congreso Internacional de Feminismo Islámico del 24 al 27 del pasado mes de octubre. A lo largo de cuatro días, más de 500 personas (la mayoría mujeres, pero también hombres), debatieron sobre la amplia y compleja gama de problemas que sufren las mujeres musulmanas en la era de la globalización. La veintena de ponentes de Marruecos, Siria, Omán, Arabia Saudí, Pakistán, Irán, India, Senegal, Malasia, Indonesia, EEUU e Inglaterra, la mayoría mujeres (aunque el director del congreso fue un varón), incluyó intelectuales de primer orden como Amina Wadud, Penda Mbow, Fatou Sow, Asma Barlas o Norani Othman, y personalidades relevantes, como la ministra de Siria para los Refugiados y candidata al Premio Nobel de la Paz, Bouthaina Shaaban, la Baronesa Uddin, la primera mujer musulmana miembro de la cámara de los Lores en Gran Bretaña.
La tercera edición de estos encuentros supone algo así como la consolidación de una convocatoria que ha ido incrementando la respuesta y concretando la propuesta. El I Congreso, en 2005, además de ser la ocasión de darse a conocer este movimiento de liberación de las mujeres musulmanas, puso en evidencia y denunció las interpretaciones patriarcales de los textos sagrados. El segundo (2006) reivindicó el feminismo islámico como parte integrante del movimiento feminista global y debatió, entre otros temas, los códigos de familia y algunos de sus aspectos que más repercuten en la situación de las mujeres, como el divorcio y la poligamia. Este tercero ha abierto el foco y concretado los análisis, eligiendo como tema las diferentes maneras de opresión que sufren las mujeres musulmanas en el contexto de la globalización, así como las distintas respuestas que el feminismo islámico plantea al respecto, y su contribución a la construcción de una nueva sociedad civil planetaria, basada en la cultura de los derechos humanos y en mensajes recogidos en el Corán como son la democracia, la justicia social, la libertad de conciencia y la igualdad de género.
La temática del congreso reflejaba los dos términos del feminismo islámico: las opresiones que produce el capitalismo global asentado en la injusticia, y las que supone en fundamentalismo negador de libertades.
Ndeye Andújar, vicepresidenta de Junta Islámica Catalana, afirma que las raíces de ambas fuentes de opresión “se autoalimentan”. En vísperas de la celebración del Congreso subrayaba que el hecho de que las ponentes vinieran de diversas partes del mundo permitiría “tener una visión muy amplia sobre lo que está pasando en otros lugares. Por un lado, podemos llevar a cabo un balance político. Pero también económico: la crítica del neoliberalismo y del capitalismo salvaje. En el congreso hay muchas mujeres que forman parte de los movimientos comunistas o altermundistas. De hecho, la cuestión es saber qué se puede hacer para que las mujeres participen en la economía, y al mismo tiempo podemos aprender otras maneras de trabajar, otras maneras de ganarse la vida sin que por ello sean esclavas del capitalismo. La visión de conjunto que proponemos en estos congresos también permite descubrir que en otros países, hay otras mujeres que están llevando a cabo luchas similares. Gracias a los diferentes testimonios, podemos ver que lo que se hace en un país puede adaptarse a otro contexto”.
Un movimiento en marcha
Valentine M. Moghadam, directora de la Sección para la Igualdad de Género y el Desarrollo de la UNESCO, escribe que “el feminismo islámico es un esfuerzo transnacional para marginar las formas patriarcales, ortodoxas y agresivas de la observancia islámica y poner el énfasis en las normas de justicia, paz y equidad.” “El feminismo islámico –explica- es un movimiento reformista centrado en el Corán, realizado por mujeres musulmanas dotadas del conocimiento lingüístico y teórico necesario para desafiar las interpretaciones patriarcales y ofrecer lecturas alternativas en pos de la mejora de la situación de las mujeres, al mismo tiempo como refutación de los estereotipos occidentales y de la ortodoxia islamista.”
Como tantas teólogas (y algunos teólogos) de otras religiones (incluido el cristianismo), argumentan que lo que se viene presentando como la “ley de Dios” no es sino una lectura de los libros sagrados según la ideología dominante, “patriarcal y a menudo misógina”.
La denominación empieza a usarse a partir de la década de los 90 en algunas publicaciones en Irán, en Turquía y en otros países, con o sin mayoría islámica. A partir de ahí, comienza a circular y extenderse su uso, hasta convertirse en un fenómeno global.
El feminismo islámico –escribía en enero de 2002 en el semanario Al-Ahram Margot Badran, del Center for Muslim-Christian Understanding de la Georgetown University- no es un producto del Este ni el Oeste. Trasciende Oriente y Occidente. Es obra de mujeres que lo ponen en marcha en sus países, sean de mayoría musulmana o formen parte de comunidades minoritarias. Crece tanto en comunidades musulmanas de la diáspora como en comunidades occidentales recientes. Incluso circula con frecuencia creciente por el ciberespacio”.
No es uniforme ni estático, ni, como pudo verse en el Congreso, monolítico. Se trata, en palabras de Ndeye Andújar, de “un movimiento que está en proceso”.
Islámico no es islamista
El tema del II congreso (las leyes de familia) puso en bandeja un debate tan profundo como peliagudo: feminismo islamista/feminismo islámico. Existe un discurso que reclama igualdad en la esfera pública, pero habla de complementariedad del hombre y la mujer, es decir, de diferencias de rol en función del género, en el ámbito privado.
En la citada entrevista, Ndeye Andújar descalificaba este discurso como “la manera más eficaz para neutralizar este movimiento. Cuando no hablamos de igualdad no es feminismo.
En Egipto, por ejemplo, algunas mujeres actualmente emiten fatuas y es una revolución porque, de repente, las mujeres tienen una opinión sobre la religión; sin embargo, el contenido de las fatuas es muy conservador. No se trata de feminismo islámico. Poco importa que sea un hombre o una mujer, lo que es realmente importante es el discurso. Incluso un hombre puede ser un feminista islámico. Lo importante no es quién habla sino lo que dice”.
Como cualquier feminismo, el papel y la relevancia de los varones es una cuestión importante. En el congreso, casi la totalidad de los ponentes fueron mujeres, pero el presidente y un importante promotor de estos eventos es un hombre, Abdennur Prado, presidente de la Junta Islámica Catalana. Entre los participantes, la tendencia es creciente. En el primero, hubo muchas mujeres y algunos hombres; en el segundo, al menos un tercio eran hombres, y este año distaban mucho de ser la excepción. “A decir verdad –explica Ndeye-, no hay muchos especialistas”, lo que desde luego no es privativo del feminismo islámico. “Pienso que debe ser muy difícil para los hombres asumir públicamente el feminismo islámico sin correr el riesgo de encontrarse solos. Es una cuestión de supervivencia en el grupo. Incluso los ulema más abiertos tienen que cambiar sus posiciones porque sufren presiones. Y aunque en los círculos más pequeños, defienden puntos de vista mucho más abiertos, les resulta difícil defender públicamente el feminismo islámico porque las sociedades aún son patriarcales”. De nuevo, una característica que tiene que ver con el feminismo, sea o no islámico.
“También es interesante ver el grado de interés de los hombres, advierte. No es un debate entre mujeres, sino que concierne a toda la sociedad”.
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