En los meses previos al 9N, cada uno de los obispos catalanes fue tomando posición en torno a la votación. Todos han hablado de encarnación, de amor a Cataluña, de respeto a las decisiones del pueblo y han invocado los dos documentos fundamentales sobre la materia, (Arrels cristianes de Catalunya, 1985 y Al servei del nostre poble, 2011). Pero no hay que ser muy avezado para percibir que cada uno ha ido vertiendo, además, su propia sensibilidad personal y política en sus manifestaciones.
Así, el obispo de Solsona, Xavier Novell, defendió “la legitimidad moral del derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña” y reclamó un acuerdo con el gobierno de Madrid para permitir la consulta: «Siendo ampliamente mayoritaria la voluntad de los ciudadanos de Cataluña de decidir el propio futuro, sólo se alcanzarán las ‘soluciones justas y estables’ que pedían los obispos si se llega a un acuerdo entre los gobiernos del Estado y de la Generalitat que permita dicha consulta».
En su mensaje del año pasado reconoció “que es verdad también que hay un sector importante de la ciudadanía que no comparte este proyecto” y recibió una catarata de críticas en las redes sociales por no pedir que repicaran las campanas durante la Diada. Este año ha dado un apoyo claro a la consulta, aunque pidiendo que prime sobre todo la preocupación por lo social y el espíritu de paz.
En la misma línea, Francesc Pardo, de Gerona, ha defendido la celebración de la consulta: “Conocer lo que desean los ciudadanos es fundamental para tomar decisiones y configurar el presente y el futuro”. Aunque recuerda “que nadie es propietario del país y que no hay una sóla cultura ni una única manera de amarlo.” Y pide a todos “ser respetuosos, justos, amables hacia las personas y grupos que tienen diversas posturas en relación con Cataluña y su encaje con España”.
En su mensaje del año anterior, se preguntaba también sobre la consulta, insinuando que no hay suficiente información sobre las consecuencias del voto en uno u otro sentido. Además, pedía cohesión y advertía del riesgo de fractura social.
El obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Sebastià Taltavull, provocó una tormenta mediática cuando en el 2012 afirmó “que la Iglesia apoyaría a una Cataluña independiente siempre que resulte de un proceso pacífico y democrático”, porque la Iglesia debe estar al lado del pueblo. Aunque recordó que no correspondía a la Iglesia la adopción de medidas políticas concretas, los blogs más derechistas lo crucificaron. Taltavull, que tiene el apoyo de los sectores más progresistas de la Iglesia de Barcelona para sustituir a Martínez Sistach, no ha vuelto a pronunciarse desde entonces en torno al proceso soberanista.
El mismo año y en el mismo sentido se pronunció Vives, obispo de Urgell al ser preguntado por una eventual independencia: “Pues lo que quiera (el pueblo), si es lo que democráticamente quiere”, dijo. Y añadía: «Los obispos de Cataluña siempre hemos apostado por una buena relación con el resto de España, porque nos parece que los lazos históricos, culturales y sociales son muy grandes, pero es evidente que nosotros estamos al lado de lo que el pueblo catalán quiera”.
Varios obispos -Terrassa, Vic y Tortosa- no se han pronunciado. Y varios más han tomado cierta distancias.
El cardenal de Barcelona, Martínez Sistach, cuyo relevo se espera en breve (se dice que el Vaticano esperará a que pase el 9N para sustituirlo) el día de la última Diada, en la habitual misa en Santa Maria del Mar, habló del amor a Cataluña, aunque sin referencia explícita a la consulta: «Los cristianos de nuestro país nos reconocemos y nos reafirmamos en la tradición ininterrumpida de fidelidad a Cataluña”. Junto al reconocimiento de Cataluña como nación –de profundas raíces cristianas–, la autonomía de los cristianos y cristianas para decidir la articulación política de ese hecho nacional.
Monseñor Piris, de Lérida, prefirió reservarse la opinión por creer que los católicos de su diócesis «no necesitan la tutela de su obispo para saber lo que han de hacer”.
Y el presidente de la Conferencia Episcopal Tarraconense y obispo de Tarragona, Jaume Pujol, recordó que corresponde a la ciudadanía decidir pero que «nos hallamos ante una cuestión opinable y una cuestión opinable no debe erigirse en un imperativo moral”.
Y, finalmente, el obispo de San Feliú de Llobregat, Agustí Cortés, afirmó que la encarnación de la Iglesia en las realidades concretas, que exige el Vaticano II, no conlleva el optar por un modelo determinado de organización política y que, por tanto, los obispos «no tienen autoridad para decantarse por la independencia o la unidad”.
La Tarraconense acentúa la moderación
Desde el punto de vista de sus tomas de posición colectivas, los obispos de Cataluña, en el 2012, se desmarcaron de la preocupación de la Conferencia Episcopal Española por “la desintegración unilateral de España” y defendieron “la legitimidad moral de todas las opciones políticas siempre que se basen en el respeto hacia la dignidad inalienable de las personas y los pueblos”. Y, más recientemente, en octubre, han publicado una nueva nota conjunta en la que se reafirman en la misma doctrina citando, incluso, el mismo párrafo. Sin embargo, de esa nota se puede entresacar un mensaje, sobre todo de moderación: “una llamada al diálogo, a la prudencia y a tener presentes los principios fundamentales que son los del bien común y el respeto a las personas”. Los obispos colectivamente se reafirman en la neutralidad. Y ponen en el mismo nivel la fidelidad al pueblo de Cataluña y la concordia necesaria.
Podrá parecer una nimiedad pero, detrás de esa moderación hay, sin duda, la movilización de sectores de la Iglesia catalana que han visto cómo las posiciones favorables a la consulta -y al proceso hacia la independencia- se daban por supuestas y parecían ser las únicas aceptables. Cualquiera que lo observara podía apreciarlo en los posicionamientos públicos y algunos pesos pesados de la Iglesia catalana confesaban en privado la presión en ese sentido, apreciable en muchas parroquias, órdenes religiosas, reuniones pastorales y claustros de universidades o colegios católicos. Y del malestar privado han pasado a la ofensiva para lograr que la posición colectiva del episcopado no legitime moralmente más a unos que a otros. Los obispos han mantenido esa posición más neutral a pesar de las peticiones políticas explícitas para apoyar “el proceso”. Y también frente a las agresivas formas con que sectores católicos integristas se manifiestan continuamente en su contra, menospreciando rudamente cualquier opinión que consideran catalanista.
Por eso tuvo mucho eco tuvo la toma de posición del teólogo Ramon Pié i Ninot en La Vanguardia, a primeros de septiembre, denunciando el riesgo de “integralismo católico”, una actualización del integrismo que incluye posiciones de izquierdas pero que, como él, lleva a “una casi identificación práctica del cielo nuevo y la tierra nueva cristiana con un ideal político o nacional concreto”. “Hay que tener claro que su concreción hoy no es, tal como afirman algunos de los textos publicados y más divulgados, ni una opción fundamental -como opción decisiva- ni un principio ético directamente exigido por la Doctrina Social de la Iglesia, sino que es el fruto razonado de una opción prudencial y política y, por eso, los católicos que creen lo contrario sobre su forma de ejercerlo hoy no son infieles a la Enseñanza de la Iglesia, como algunos de estos textos publicados parecen apuntar”.
La Iglesia catalana no tiene una sola voz. Y sobre temas tan opinables puede ni no debe de tenerla. El episcopado, aunque sensible a los anhelos de muchos catalanes y catalanas hacia la independencia, se da cuenta de que se debe a todos. La Iglesia, en definitiva, está atravesada por la misma división que la sociedad catalana, pero es bueno que haya en ella voces que primen su voluntad de concordia.
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