¡Ilumíname!

Por Carlos Ballesteros @revolucionde7a9

Iluminar, del latín illumināre. Verbo transitivo que según la RAE significa alumbrar, dar luz o bañar de resplandor, adornar con muchas luces los templos, casas u otros sitios; dar color a las figuras de un libro, ilustrar el entendimiento con ciencias o estudios o, dicho de Dios, ilustrar interiormente a las criaturas.

Ilumíname es, pues, el título elegido para esta mi primera aportación al renacido Alandar, en un frío y oscuro mes de enero en el que el recibo de la luz nos ha vuelto a ¿sorprender? con una espectacular y me atrevo a decir que abusiva subida sobre la que me gustaría aportar un poco de luz. Y para ello lo primero a tener en cuenta es conocer, de manera sencilla pero somera, cómo funciona el mercado de la luz. 

A grandes rasgos, hay tres tipos de operadores en él: productores, distribuidores y comercializadores. Los productores, como su propio nombre indica, son los propietarios de los molinos de viento, las placas solares, los embalses hidroeléctricos y las centrales nucleares o de carbón, que, aunque pocas y muy contaminantes, todavía queda alguna en nuestro país. Los terceros estuvieron hasta hace poco en manos de un pequeño grupo de empresas, normalmente coincidente con las productoras, en lo que en economía se conoce como oligopolio, pero desde hace años la liberalización del mercado ha supuesto que entren algunas empresas más, como luego veremos, con diversidad de tamaños e incluso intenciones. En medio quedan los distribuidores: uno, único, propietario de torres, trasformadores y cables, responsable de conectar los lugares de producción con los transformadores de alta en baja tensión (y que es un poco el convidado de piedra en todo este galimatías) y otros, responsables de conectar estos puntos con hogares y puntos de consumo, y que normalmente coinciden con las comercializadoras. 

Foto: Fré Sonneveld en Unsplash
Foto: Fré Sonneveld on Unsplash

Hasta aquí todo fácil. Las empresas generadoras, propietarias de la luz, podrían ofrecer esta al precio que quisieran a las comercializadoras, dejando que el mercado (¡es el mercado, amigo!) fluctuara en libre competencia de demanda y oferta, y tuviera en cuenta los costes (solo los económicos, no los medioambientales) que supone generar uno u otro tipo de energía: más barata la eólica o solar, más cara la nuclear o la hidráulica.  Pero hete aquí que el Gobierno, en su función de redistribuir la riqueza y garantizar los suministros básicos para toda la población, decidió ya hace años que el precio debía ser el mismo para todos. ¿y entonces qué hacemos? La solución: una subasta diaria, en función de la capacidad de generación y la demanda estimada, y que supone que toda la luz se vende a lo que vulgarmente se suele conocer como “el mejor postor” y que en este caso coincide con el precio más caro ofertado. La energía vertida a la red es pues una combinación de muchas fuentes, pagadas al precio de la más cara. O sea que si, por ejemplo, un productor con fuentes variadas y diversificadas, un día, por poner un hipotético ejemplo que no digo yo que esté pasando esto, decidiera ofertar más porcentaje de energía cara (abrir más o menos el grifo de sus embalses, por ejemplo) o demostrar que no ha habido viento o sol suficientes para generar la luz barata, toda la luz del país se vendería ese día al precio de la más cara de generar. ¿Queda claro? Pues esto no ha hecho más que empezar. Eso sólo es el 40% del precio, el resto se va en alquiler forzoso de contadores, tasas y peajes que cobra la distribuidora e impuestos (la luz tiene un 21% de IVA, no vaya a ser que a alguien se le ocurriera considerarlo bien básico de 1ª necesidad)

Un último apunte. En las últimas semanas se ha venido oyendo que en una zona determinada de la capital de España, la Cañada Real donde viven numerosas familias vulnerables y en riesgo de exclusión cuando no en la más absoluta y denigrante de las miserias, la luz no llega, hay apagones permanentes y recurrentes y las familias pasan frío y están a oscuras ¿la culpa? Dicen que de unos desaprensivos que cultivan marihuana y hacen que el consumo de luz suba y la red no pueda soportar esa tensión. También porque esas familias pobres, ya se sabe, son delincuentes y pinchan la luz de donde no deben para no pagar esos abusivos precios. Pero a mí me da que pueda haber otras intenciones no tan explícitas y sobre todo en las que los culpables no son las familias que quieren llevar un poco de energía a sus casas y chabolas. A lo mejor hay interés en que estas familias se vayan de Cañada (y por eso les hacemos la vida incómoda, imposible), derruir sus casas y convertir esa zona en un área de desarrollos inmobiliarios. No sé, es un barrunto que a mí me da y que habrá que ver si se cumple. Pero es mucha casualidad que justo en invierno, cuando más frío hace, sea cuando estas personas no tengan acceso a un bien necesario, básico y fundamental, que debería estar subvencionado y garantizado para todos.

Carlos Ballesteros
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