El último día hablábamos aquí de dilemas éticos ficticios. Poco después me encontré uno tan real como la vida misma, con toma de postura cristiana incluida, que nos viene muy al pelo. Véanlo: una poderosa nación europea, de nombre Alemania, ha firmado un contrato para vender 270 carros de combate Leopard a Arabia Saudí por un valor de 3.000 millones de euros. Según el semanario Die Zeit, porque el Gobierno alemán, que debe autorizar la exportación, ha clasificado el asunto como confidencial y se niega a informar hasta al Parlamento.
Un contrato de este calibre, en los tiempos que corren, es como maná caído del cielo: Alemania es el tercer exportador mundial de armas (con el 9 por ciento del mercado, tras Estados Unidos y Rusia) y en 2011 tenía previsto obtener 4.700 millones de euros. La industria armamentística –que es, como se ve, un sector estratégico para la economía germana- sostiene 80.000 empleos. Muchas familias podrán así resistir la crisis, sobre todo ahora que el propio ministerio de Defensa alemán está recortando gastos. Que no están los tiempos como para andar desperdiciando oportunidades.
¿Basta esto para dar por bueno el negocio? Las iglesias católica y protestante alemanas piensan que no. Y lo han condenado enérgicamente. Al margen de que Arabia sea una dictadura, las iglesias se quejan, principalmente, del posible uso de los carros vendidos. El general Abdulá Al-Saleh, responsable de compras del ministerio saudí de Defensa, dice que “tenemos vecinos peligrosos y debemos defendernos”. Pero resulta que el modelo de carro que quieren adquirir, el Leopard 2 A7+, considerado el nec plus ultra del sector, es eficaz sobre todo frente a “amenazas asimétricas”. Esto es, no frente a otros ejércitos, sino a posibles terroristas… u opositores políticos.
En su condena, las iglesias señalan que Arabia, cuyas fuerzas de seguridad reciben formación en Alemania, está dando apoyo militar a Bahrein en la represión de las manifestaciones de la población contra la monarquía absoluta y que, además, esto resulta incoherente con el teórico y publicitado respaldo del Gobierno alemán a la “primavera árabe”. Y apuntan más cosas: como, por ejemplo, que Grecia y Portugal, países a los que se critica con vehemencia en Berlín por sus excesos presupuestarios, son dos de sus principales clientes: en 2010 compraron uno y dos submarinos, respectivamente. O que Alemania provee de armas al mismo tiempo a los ejércitos griego y turco, que andan siempre a la greña. Y concluyen que vender por vender no puede ser un fin, y que, aunque el responsable último sea quien usa el armamento, el vendedor debe seguir ciertos principios éticos para proporcionarlo.
¿Qué creen ustedes, poniéndonos soñadores, que hubiera hecho aquí Rouco en un caso semejante? ¿Se lo imaginan alzando la voz ante el recién estrenado gobierno del señor Rajoy por la venta de armas a una dictadura? Yo casi apuesto porque, al oír hablar del jugoso contrato, hubiera ido corriendo a pedir patrocinio a la industria armamentística para la Misa de la Familia. ¡Qué bien le iba a quedar!
Ruwen Ogien, dicho sea de paso, no estaría del todo de acuerdo con las iglesias cristianas alemanas. Pero esto lo veremos otro día.