En Tierra Santa, quiero decir. O sea, en su casa. Como su antecesor, Benedicto lleva tiempo proclamando su deseo de visitar la tierra de Jesús. Por fin, parecía que este año haría realidad su deseo. Federico Lombardi, responsable de comunicación del Vaticano, lo anunció incluso el pasado diciembre.
Pero Israel ha dicho que no, al menos de momento. Sin duda, la postura del Vaticano ante la guerra con Gaza ha tenido algo que ver. Durante los días que duró el ataque, el papa no perdió ocasión de reclamar una tregua y llegó hasta expresar, en su discurso ante los embajadores, a comienzos de enero, su deseo de que las próximas elecciones israelíes permitan acceder al poder a nueva generación política interesada en la paz.
A esta frase, que cayó bastante mal, como es lógico, en Israel, se añadieron la “salida” poco oportuna del cardenal Renato Martino, presidente de Justicia y Paz, comparando Gaza a un campo de concentración y varios artículos críticos con Israel publicados en el Osservatore Romano. No se puede negar que la Santa Sede se preocupa por los derechos del pueblo palestino, aunque sea porque una parte de él es cristiana.
El papa recoge también ahora las tempestades de otros vientos sembrados. No es casualidad que las autoridades judías italianas hayan elegido este momento para recordar viejas polémicas. Así, el rabino de Venecia soltó la semana pasada que “el papa ha anulado 50 años de acercamiento entre la iglesia y el judaísmo” con la oración por los judíos incluida el misal de rito extraordinario suprimido por Juan XXIII y reestablecido por Benedicto XVI hace un año. Recordemos brevemente el asunto: en el misal tridentino, una oración del Viernes Santo pide por la “conversión de los pérfidos judíos”. El malestar de la comunidad judía, lógicamente, no se hizo esperar. Y los gestos posteriores del papa, como visitar la sinogoga de Nueva York o invitar -¡una primicia en la Iglesia!- a un rabino para hablar ante el sínodo de los obispos, no han conseguido aplacarlo del todo. Los judíos italianos, sin ir más lejos, se han negado por primera vez a participar en la jornada de encuentro judeo-cristiano organizada para este sábado por el episcopado italiano.
Éste y otros malentendidos se deben a que Ratzinger tiene una visión más teológica –y, por tanto, más rígida- que pastoral del diálogo con las otras religiones. En puridad, teológicamente, hablando, la dichosa frase de la oración no hace sino repetir la visión cristiana de la salvación. Pero todo el mundo no es teólogo y estamos hablando de un texto muy simbólico del diálogo con el judaísmo.
Y hay otro obstáculo más: la beatificación de Pío XII, un grano en el zapato heredado de Pablo VI que resurge de tanto en tanto y que, aunque en puridad sea un asunto interno de la iglesia, tiene claras implicaciones mucho más allá. Y que, por supuesto, solivianta al mundo judío cada vez que vuelve a la actualidad.
Es posible que, de aquí a mayo, fecha prevista para el viaje, las cosas hayan mejorado y que el papa pise por fin el suelo sagrado. Pero, si no lo hace, gran parte de la culpa será de su firmeza (o empecinamiento).