Los grupos de consumo agroecológicos (GCA) son grupos de personas que se organizan entre sí para hacer pedidos conjuntos y facilitar el envío directo desde el punto de producción. De este modo, se consigue evitar una gran cantidad de intermediación y pagar un precio justo a quien produce, abaratando el precio final. Los productos llegan a granel y las personas del grupo se encargan de subdividirlo entre las personas del grupo.
Pero, ¿por qué hay gente que decide participar de estos grupos? Las razones son, fundamentalmente, dos. La primera es porque se trata de una forma de consumir productos ecológicos, es decir sanos y sabrosos, a unos precios accesibles.
La segunda, porque es una manera de rebelarse contra el actual modelo de producción y consumo generando, además, una alternativa. En este modelo los grandes intermediarios manejan los precios a ambos lados de la cadena: la producción y el consumo (lo que implica, entre otras cosas, eliminar alimentos en buen estado para mantener los precios). En este modelo la persona que consume es un ente pasivo cuya única preocupación es conseguir lo que sea al menor precio posible –y, por supuesto, jactarse públicamente de ello. Quien participa de un grupo de consumo mira de manera diferente los productos que consume. Es una persona capaz de percibir tras la piel de un tomate la explotación laboral o las hambrunas debidas a su producción. Es una persona consciente de las emisiones a la atmósfera o la destrucción de selva amazónica que acarrea la fabricación industrial de un yogur. Es una persona capaz de sentir en una simple tortilla el sufrimiento causado a las gallinas de las granjas industriales.
Y por todo esto, porque es capaz de discernir en cada alimento las implicaciones sociales y ambientales causadas en su producción y distribución, esta persona decide rebelarse y ser activa en su consumo. Y lo hace siendo partícipe de un nuevo modelo basado en la relación directa entre quienes consumen y quienes producen y en los cuidados, tanto personales como colectivos, como alternativa a los pilares del modelo actual: la explotación humana, la distribución desigual de los alimentos (causa del hambre en el mundo), el sufrimiento animal y la destrucción ambiental.
En cuanto a la forma de organización, existen muchos tipos de grupos en función del grado de autogestión asumida por sus miembros. Se podría trazar una línea desde los más organizados, donde todas las tareas del grupo se asumen colectivamente de forma voluntaria, hasta aquellos en los que se libera a una o varias personas para realizar ciertas tareas y de esa forma reducir el peso de las tareas logísticas al resto de personas. Lógicamente, a mayor autogestión mayor tiempo de dedicación colectiva y menor carga monetaria sobre el precio final de los productos. Sin embargo, el gran tiempo que requieren los grupos completamente autogestionados ha llevado a que surjan otros formatos en los que se delegan determinadas tareas, lo que también ha sido una manera de fomentar empleos alternativos.
Situado en el primer caso encontramos uno de los ejemplos más emblemáticos de Madrid: los grupos del BAH (Bajo el Asfalto está la Huerta), un proyecto que abarca, incluso, a la parte de producción: quienes producen y quienes consumen forman parte del mismo proyecto. Desde ahí se pasa a los grupos de consumo, en los que solo se cubre la esfera del consumo, pero la relación con los productores es completamente autogestionada. A continuación existen grupos en el que se asume algún enlace (intermediación positiva) para agilizar y optimizar tareas engorrosas (pagos, organización y actualización de pedidos, etc.), como es el caso de los grupos de La eComarca. De ahí se pasa a grupos en los que directamente se libera a una persona para realizar la mayor parte de las tareas logísticas (en Madrid funcionan EcoSol y Ecodelicias, por ejemplo).
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