Con los pies en la tierra muchas personas argumentan dificultades económicas para poder llevar una vida saludable, sostenible y solidaria. Vayan aquí, brevemente, algunas posibles respuestas a estas «objeciones razonables».
Los productos de Comercio Justo y ecológicos son más caros. Es verdad. Esos productos son más caros –no siempre mucho más– que otros «equivalentes» que no lo son. Pero esa «equivalencia» ha de ponerse entre comillas, porque hay que tener en cuenta que no son iguales. Por una parte, lo sabemos, en su producción se han respetado los derechos humanos, se ha preservado el medio ambiente y se ha pagado un precio justo por ello. En realidad habría que preguntarse por qué esos otros productos son tan baratos. Y es que lo barato para nosotros está costando caro a otras personas. Y, por otra parte, hay una cuestión de calidad, precisamente por la manera como se han producido.
Todo eso está muy bien, pero es para quien se lo pueda permitir; en mi caso, yo no puedo. De acuerdo. Nadie nos está pidiendo que vivamos más allá de nuestras posibilidades. Pero ya es positivo el que reconozcamos que «todo eso está muy bien». A partir de aquí, veamos hasta qué punto podemos permitirnos consumir algo de esto, sabiendo que no hace falta llegar al 100 % y menos de la noche a la mañana. El que no podamos llegar al 100 % no es excusa para no intentar llegar hasta donde podamos.
Los pobres no se pueden permitir comprar esos productos. Es cierto. Las personas pobres, las auténticamente pobres, no pueden permitirse esto y otras muchas cosas: comer tres veces al día, disponer en casa de agua corriente, ir al colegio, acudir al médico cuando están enfermas… ¡Y eso no está nada bien! Eso es una desgracia que hay que empeñarse en evitar con todas nuestras fuerzas. Sin duda, es mejor alimentarse bien que alimentarse mal, es mejor cuidar la propia salud que no poder cuidarla, es mejor acceder a la educación que no poder hacerlo… Y el que haya muchas, muchísimas, personas que no puedan hacerlo no resta valor a esta verdad. Por eso, quien pueda permitirse alimentarse bien, cuidar su salud, cultivar su formación… tiene el deber moral de hacerlo.
Vivir de esa manera es más caro; es para ricos. Esto es verdad… en parte. Es cierto que los tomates ecológicos son más caros que los de producción industrial (ya hemos visto por qué y que no son comparables). Pero aquí conviene abordar la cuestión con más amplitud. No estamos hablando de mantener el mismo estilo de vida sustituyendo los tomates industriales por los ecológicos (eso sí que sería más caro) sino de ir dando pasos para convertir nuestro estilo de vida en todos sus ámbitos. Reducir el consumo de carne y de pescado, evitar los refrescos gaseosos (que ni alimentan ni son buenos para la salud), renunciar al coche (y a todo el tiempo que le dedicamos), prescindir de la televisión (¡cuántos anuncios que dejamos de ver!), comprar productos de segunda mano (más sensato desde el punto de vista de la sostenibilidad), no hacer viajes innecesarios, compartir gastos en un grupo de consumo, llevar una vida sana y sencilla… ¡Todo esto es más barato! Vivir de esta manera es, globalmente, más barato, aunque en algunas cosas –alimentación ecológica y de Comercio Justo– nos gastemos más dinero.
Más información en www.biotropia.net/objeciones-razonables
- La justicia social pasa por una justicia fiscal - 29 de mayo de 2023
- Gasto militar y belicismo en España - 23 de mayo de 2023
- Mujeres adultas vulneradas en la iglesia - 18 de mayo de 2023