La ropa es algo que nos acompaña, desde que nacemos, en nuestro día a día. Es uno de los primeros tipos de objeto sobre el que tomamos decisiones de compra cuando somos adolescentes o incluso en la infancia. La llevamos sobre nuestro cuerpo y, en cierta manera, nos ayuda a configurar nuestra identidad y transmitirla al resto de personas.
Sin embargo, ¿cuántas veces nos paramos a pensar de dónde viene la ropa que llevamos puesta?, ¿en qué condiciones laborales han trabajado quienes la fabricaron?, ¿qué sustancias se han utilizado para su producción?, ¿ha producido residuos contaminantes?
Cada año se producen alrededor de 80.000 millones de prendas en el mundo, el equivalente a un poco más de once prendas por habitante del planeta cada año. Si dividimos la cantidad de fibras textiles que se usaron en todo el planeta durante el año 2010 por la población mundial, obtenemos un consumo de unos doce kilos de fibras per cápita, cifra que en 1960 fue de unos cinco kilos per cápita, menos de la mitad. Sin embargo, el consumo de prendas no está distribuido de forma homogénea a nivel mundial. En Alemania, por ejemplo, se vendieron 5.970 millones de prendas en 2011, incluyendo 1.000 millones de camisetas, el equivalente a 70 prendas por persona.
Desde hace años varias organizaciones, como Setem, han puesto en marcha campañas centradas en los derechos de las personas que trabajan en las fábricas de textiles y ropa. De esta manera han logrado atraer el interés de la opinión pública sobre realidades como las maquilas en América Latina o las fábricas de productos deportivos en Asia.
Más recientemente, la organización Greenpeace ha lanzado una campaña de investigación y denuncia que pone el acento en la toxicidad de los componentes de las prendas y en la contaminación que causa en el medio ambiente tanto su proceso de fabricación como el fin de su vida útil.
Usar… ¿y tirar?
La “desechabilidad” es algo clave en este volumen de negocio tan grande. La poca calidad de muchos productos, sumada a los bajos precios, motiva la necesidad de cambiar de ropa habitualmente y que por tanto, los ciclos de vida cada vez sean más cortos, incluso cuando el tejido en sí podría durar décadas.
Gran parte de esta ropa desechada llega a los vertederos o se incinera. En Alemania se tira cada año un millón de toneladas de ropa. En EEUU, los 13’1 millones de toneladas de productos textiles generados en 2010 supusieron un 5’3% de los residuos municipales, mientras que en Reino Unido es un millón de toneladas al año. A veces da la sensación de que la ropa es de “usar y tirar”.
Esa ingente cantidad de prendas confeccionadas, vendidas y desechadas es lo que multiplica los costes humanos y medioambientales de la ropa en cada fase de su ciclo de vida. Incluso cuando la cantidad y porcentajes de sustancias químicas encontradas en la ropa puede parecer pequeña, si se suma todo el proceso, desde la fabricación hasta su uso y finalmente desecho, la cuestión pone de manifiesto que el problema es realmente preocupante.
Hacer shopping consciente
Ante esta realidad y sabiendo que la ropa es un elemento imprescindible en nuestros días, ¿qué podemos hacer? Como en todos los ámbitos de consumo, planificar y reflexionar es un buen principio. Tenemos que asegurarnos de que la ropa que damos por “gastada” no se puede remendar o actualizar y hacer un repaso del armario… ¡a lo mejor esa prenda tan bonita de la que ya no nos acordamos está ahí olvidada en el fondo!
Una vez que hemos decidido ir de compras, es bueno preguntarnos qué prendas nos hacen falta realmente o nos haría ilusión tener. Después es importante cuestionarnos a qué tipo de comercio queremos favorecer. Ya en la tienda de ropa podemos ver en detalle las prendas que más nos gustan… pero también preguntarnos acerca de las implicaciones sociales y medioambientales de los procesos que las hicieron posibles. Para ello es fundamental leer las etiquetas y buscar información, tanto sobre el lugar de fabricación como sobre la composición de la prenda. Optar por fibras naturales como lana, seda, algodón o lino puede ser una buena alternativa.
También podemos buscar lo que necesitamos en alguna tienda de segunda mano donde, en muchas ocasiones, encontraremos ropa en muy buen estado. Intercambiarla con familiares o amistades, “heredarla” entre los peques de la casa a medida que van creciendo…
Cuando ya hemos adquirido la prenda elegida, es conveniente cuidarla para que su vida útil sea lo más larga posible. Seguir las instrucciones de limpieza correctamente, evitar someterlas a temperaturas de lavado muy altas, intentar que no les dé el sol directo al secarlas –sobre todo a las prendas de color–, no usar lejía o suavizante en exceso.
Y, una vez que nos parezca que ya no tiene más uso, podemos donarla a la parroquia o a alguna entidad que distribuya ropa entre sectores sociales con pocos recursos. Eso sí, es conveniente asegurarse de que la entidad elegida realiza su trabajo de forma ética y sin ánimo de lucro.
De esta manera podremos, al menos, minimizar los efectos sobre el planeta de nuestro consumo de ropa, para llenar nuestro armario no solo de tela sino también de conciencia.