Ya sé que en estos momentos el país está lleno de lamentos respecto a la falta de trabajo remunerado de calidad y que venga yo aquí a contar el mío puede estar de sobra. Pero mi lamento es distinto. Yo no tengo ninguna queja respecto a las condiciones de mi trabajo; más bien todo lo contrario. El dinero que gano me permite cubrir mis gastos, llevando una vida digna y satisfactoria, incluyendo una parte para apoyar causas justas, compartir con quienes no tienen e incluso ahorrar un poquito. Llevo una vida relativamente sencilla desde el punto de vista material: vivo solo en un apartamento de alquiler, me ocupo de las tareas domésticas, no tengo coche ni televisión, no he contratado ningún seguro, voy andando al trabajo y considero que disfruto de una calidad de vida más que suficiente.
En 2014, durante ocho meses, he trabajado 20 horas a la semana y el resto del año, 25 horas semanales, cotizando todos los meses. Trabajar 20-25 horas a la semana me permite un ritmo de vida saludable y tiempo para cuidar mi salud corporal y espiritual y para dedicarme a lo que me gusta. Estoy contento con mi jornada laboral. No trabajo más porque no lo necesito para vivir razonablemente bien. Me considero muy afortunado en esto.
Entonces, ¿de qué me quejo? Mi lamento se dirige a la Seguridad Social y, en concreto, a la manera de calcular el tiempo de cotización. En el año 2014, para la Seguridad Social yo no he trabajado (y cotizado) doce meses sino solo seis meses y medio porque, según sus cálculos, todo lo que suponga trabajar menos de 40 horas a la semana significa hacerlo «a tiempo parcial» (y yo me pregunto: trabajar 40 horas de las 168 que tiene la semana, ¿no es también hacerlo «a tiempo parcial»?).
El caso es que, con las leyes vigentes en la actualidad, si algún día tengo derecho a una pensión contributiva, la base reguladora se verá minorada por un coeficiente en función de los años trabajados. En este momento, para cobrar el 100 % de la base reguladora (que se calcula a partir del dinero aportado durante los últimos años de vida laboral), es necesario haber cotizado durante 426 meses (35 años y medio). Si no se llega a ese tiempo, entonces la cuantía de la pensión se reducirá en función del tiempo que falte para llegar a esos 35’5 años.
Es evidente que esta manera de calcular el tiempo cotizado perjudica a las personas que, como yo, trabajamos «a tiempo parcial». En mi caso, si yo no trabajo más es porque no lo necesito. Y pienso que en un país con más de cinco millones de parados, mi opción supone una actitud ciudadana responsable. ¿Para qué trabajar más de lo que necesito, menguando así mi calidad de vida y, además, restando posibilidades a otros para que encuentren trabajo?
Sin embargo, las leyes actuales me perjudican. De alguna manera es como si me dijeran que soy un mal ciudadano por no trabajar más, ganar más, cotizar más, consumir más… De esa manera contribuiría más al crecimiento de la economía del país. Un discurso que, tal vez, sería creíble si hubiera pleno empleo para todos. Pero en una situación en la que resulta evidente que es imposible que el 100 % de la población activa trabaje remuneradamente 40 horas a la semana, el que algunos seamos capaces de trabajar menos horas llevando una vida digna, saludable y feliz, ¿no debería reconocerse como algo positivo en lugar de penalizarlo? ¿No es de sentido común?
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