Vigilias de calor y cercanía de Cáritas Jaén

Trabajadores del tajo aceitunero en Torreperogil. Todas las noches, en plena campaña de recogida de la aceituna, salen grupos de personas voluntarias por las calles de la ciudad de Jaén, provistos de mantas y termos de leche al encuentro de las personas inmigrantes llegadas a la ciudad a la espera de un jornal con el que seguir tirando.

Cuando los olivares se tiñen del frío que anticipa el invierno, la ruta de los temporeros llega a Jaén. Vienen de la vendimia riojana y de la huerta navarra y después probarán suerte en la fresa de Huelva, cuando no quede una aceituna por recoger. A medida que se abren los albergues y comienzan las primeras labores en los olivos, se intensifica el goteo de inmigrantes que llegan a las distintas poblaciones jienenses.
Este año, como en anteriores, los dispositivos que ofrecen alojamiento no dan abasto. Su estancia está limitada a unas pocas noches, con la idea de que los temporeros y temporeras no paren la búsqueda constante de un contrato, verbal la mayoría de las veces, que obligue a quien los emplea a facilitarles una vivienda. Muchos se resisten a pasar por estos servicios, prefieren un lugar seguro, por precario que sea, donde guardar sus cartones y otras pertenencias antes que disfrutar temporalmente de las atenciones proporcionadas por el personal de los albergues y luego tener que volver a ponerse a buscar un hueco en la calle.
Cáritas Diocesana lleva ya años organizando la campaña de atención a los temporeros y temporeras de la aceituna. En la ciudad de Jaén dispone de un comedor, el de San Roque, que da 200 comidas al día, un servicio de desayuno y aseo y, además, un albergue que abre cuando el municipal se queda sin sitio. Pero también se ocupa de encontrar personas voluntarias que, en grupos, realicen las visitas nocturnas a los inmigrantes que pasan las gélidas noches al raso. La madrugada de los sábados, quienes se encargan de las salidas nocturnas son jóvenes de la Parroquia de San Juan Bosco y miembros de la HOAC de Jáen. Lola Contreras es una de las diez personas voluntarias de los sábados que, el pasado 30 de noviembre, se encontraron con unos 170 inmigrantes que pernoctaban en cajeros, en el ferial y en otras zonas a duras penas techadas… “Se te cae el alma a los pies cuando ves a trabajadores, cada uno con su historia, pasando frío, aguantando como pueden”, dice.

Aunque la campaña olivarera de 2013 ha sido de las grandes, según las previsiones, la vuelta de los trabajadores y trabajadoras nacionales está mermando las oportunidades para inmigrantes temporeros, quienes, a pesar de todo, no desesperan. “Están acostumbrados y siguen haciendo la ruta que hacen desde hace años”, comenta Lola. “Más que una taza caliente o las mantas, agradecen el rato de conversación, la posibilidad de entablar relación con los vecinos… Les sorprende la red humanitaria y la cantidad de voluntarios que hay en la provincia. Aunque no es todo lo completa que debería, está más organizada que en otros sitios”, apunta.
La noche del domingo es para personas voluntarias de la Institución Teresiana y del Colegio Cristo Rey. Juan Cózar, miembro de la institución fundada por el Padre Poveda, es parte de esa cuadrilla. El 1 de diciembre salieron con cinco mochilas, doce termos y varios paquetes de galletas que resultaron, a todas luces, insuficientes. Aquella noche había diez personas esperando para entrar en el albergue municipal, doce más dando vueltas a su alrededor y unas 80 asentadas en sus cercanías. Vieron a más de 150 temporeros y les llamó la atención la presencia entre ellos de un nacional de Almería. “Vimos a un hombre mayor, de 71 años de edad”, exclama Cózar, quien añade que “va en aumento el número de personas de edad avanzada. Dormir en la calle para ellos está suponiendo un riesgo mayor”. Otra de las voluntarias de aquella fría y húmeda madrugada añade: “Por mucho que hayamos hecho esto otros años, no deja de impactarnos las condiciones en las que están, pero lo que más me impacta es el buen humor que tienen muchos pese a la vida que llevan”.

Al acabar su ronda, Cózar no podía más que reconocer que había asistido a una segunda Eucaristía dominical: “La primera fue esta mañana soleada de domingo, entre cantos y sin parar de hacer callar a mis hijos. Apenas me daba cuenta de las palabras de Cristo: Tomad, comed, es mi cuerpo. Tomad, bebed, es mi sangre. Esta noche he asistido al contacto con ese cuerpo, con esa sangre de nuestro Señor. Ha sido un revivir el momento cumbre en la mesa de hermandad. De entrega en una cruz”.

Recogiendo la aceituna en Peal de Becerro (Jaén). Haciendo un rápido repaso, citaba el rato de conversación “con rostros y nombres de Mali, de Benin, de Senegal, de Marruecos, de Argelia… de Jaén”. “No podíamos remediar tanto dolor y desamparo. Les hemos dado leche caliente que a mí me ha sabido a hiel y vinagre”, confiesa Cózar, quien relata que en el túnel del ferial sentía que pisaba el Gólgota: “Hacinadas entre cartones y mantas había más de 70 personas, unos al lado de los otros aprovechando el calor humano que la fría noche de Jaén les negaba. Hemos recorrido poco a poco ese túnel de dolor y vergüenza ofreciendo lo poco que llevábamos y con pudor nos acercábamos a cada uno, lo tocábamos, le hablamos, le dábamos un poco de leche, alguna manta. Casi en la más completa oscuridad hemos entrado en contacto con ese Cristo que no se nos ha hecho esquivo esta noche, se nos ha mostrado en plenitud”. Cristo estaba en el dolor de cada uno de esos hermanos, en cada una de sus quejas, en cada una de sus palabras de agradecimiento, en cada una de sus peticiones… Hoy no me dejaron ducharme, estoy recién salido del Centro de Internamiento y estoy sin papeles, estoy con frío, vamos a pillar una neumonía…”.

Aún oye el silencio de las palabras que no acertaron a decir al término de su recorrido. “Hemos acabado agotados de ver tanto dolor. Nos preguntábamos cómo era posible que estuviese pasando eso en Jaén, al lado de nuestros edificios, de nuestras casas, de nuestros hijos, de nuestros colegios, de nuestras iglesias, de nuestras comunidades, tan calentitas”. Sigue su reflexión reconociendo que “estábamos viendo al mismo Cristo en Cruz y era imposible no llorar… como Juan, como Magdalena, como María. No hemos podido bajar a nadie de esa cruz. Solo hemos podido estar, acompañar, compartir un rato de su dolor. Y ser conscientes de que, una vez más, en las fronteras de nuestra sociedad, allí donde apenas estamos, porque no sabemos ni cómo estar, está Cristo dejándose acompañar por tantos desheredados, por tantos nadies, por tantos abandonados por el sistema”.

Contemplar al siervo sufriente no deja a nadie indiferente: “¿Qué hacemos en nuestra comunidad cristiana?, ¿estamos celebrando nuestra fe con el corazón en el momento presente o al margen de lo que acontece? ¿Nos llamamos a recortar modos de vida insolidarios o estamos metidos de lleno en la vorágine del ‘y yo más’? ¿Nos comprometemos a ‘ver’ de otra manera o me es molesto mirar y prefiero seguir en mis seguridades?”. Para Cózar está claro que “Cristo se nos ha regalado esta noche una vez más, nos sigue mostrando un estilo, un modo de estar, un modo de seguir caminando, que quizás implique cambios en mis rutinas”. En medio del sufrimiento, surge un rayo de luz: “Le doy gracias por este grupo de creyentes con el que he compartido la noche. Sus silencios, sus miradas, sus palabras, me han hecho ver que la comunidad sigue respondiendo”, concluye.

Autoría

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *