Haciéndose eco del clamor proveniente del campesinado hambriento y del llanto de la siempre violentada y humillada Pachamama, término con el que en la América andina se denomina a la Madre Tierra, la ONU ha declarado al 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar.
En este marco se considera que la agricultura familiar posee un enorme “potencial para aumentar la oferta de alimentos y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones más vulnerables de las zonas rurales”. Por tal motivo, esta actividad económica es de suma importancia en Latinoamérica, ya que del total de su población rural, que esta conformada por aproximadamente 120 millones de personas, el 52’6% vive en la pobreza y el 30%, en la indigencia.
Asimismo, en este año se repensará el uso sostenible de los recursos naturales, cuestión que es de vital relevancia en América Latina, debido a que el 36% de su campesinado no posee acceso a los servicios de agua potable regionales, lo cual imposibilita el desarrollo de una agricultura familiar sostenible y, además, crea las bases para la inseguridad alimentaria regional.
También se debatirá sobre el desarrollo territorial, la agro-diversidad y la mejora en la nutrición. Es decir, en palabras de Boff, se intentará concienciar a la sociedad de que “una cosa es decir Tierra, sin más, que se puede comprar, vender, investigar científicamente y explotar económicamente. Otra cosa es decir Madre Tierra, porque a una madre no se la puede explotar económicamente, ni mucho menos comprar o vender. A una madre hay que amarla, cuidarla, respetarla y reverenciarla”.
Esta cuestión se evidencia en Latinoamérica, donde sus tierras están concentrándose en manos extranjeras y, principalmente, son utilizadas para extraer minerales y recursos energéticos y producir monocultivos con la utilización de agrotóxicos. Esta situación provoca la degradación del suelo latinoamericano y la pérdida de su biodiversidad. También atenta contra la soberanía alimentaria regional ya que imposibilita que se priorice la producción agrícola local, le dificulta a la población campesina acceder a las tierras y cercena a los pueblos su derecho a tener alimentos nutritivos.
Igual importancia tendrá la equidad de género e igualdad de participación en todos los espacios de la agricultura familiar. En este punto, la sociedad latinoamericana, patriarcal y machista, se encuentra en deuda con sus mujeres campesinas, ya que ellas son más pobres y trabajan en empleos de baja calidad y con salario inferior al de los hombres; son discriminadas a la hora de acceder a recursos productivos claves, como la propiedad de la tierra; y escasamente participan en la toma de decisiones de las instituciones rurales y en la formulación de políticas y programas agropecuarios.
De lo expuesto se desprende que aún resta mucha tierra por arar para que se respete a la Pachamama y se visibilicen a las siempre postergadas poblaciones rurales latinoamericanas que, como afirma la ONU, “no obtienen suficiente agua potable por la misma razón que no tienen la posibilidad de votar o de vivir libres de enfermedades o de escapar de los peligros de desastres o de conflictos o de lograr el empoderamiento económico”.