Son las cinco y media de la mañana. Apenas clarea. Una tímida luz comienza a iluminar el edificio del albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, una ciudad de apenas 25.000 habitantes, en el estado mexicano de Oaxaca. Es uno de los puntos por el que cada día pasan cientos de migrantes provenientes de Centroamérica que tratan de llegar a los Estados Unidos. Aquí apenas ha comenzado un camino plagado de incertidumbre, violencia, robos, asaltos, desapariciones, deportaciones…
A esta hora, el padre Alejandro Solalinde, fundador del albergue en febrero de 2007, está haciendo oración, leyendo las lecturas del breviario. Como él mismo dice, “platico mucho con Dios desde el silencio. No canto, no hablo, no ‘chiflo’. Silencio y reflexión es mi terapia para el quehacer de cada día”.
Después de un sencillo desayuno –leche en polvo y una fruta- atiende a las personas que están en el albergue. Hombres, mujeres, niños y niñas a quienes se acoge durante unas horas o unos días, haciendo un alto en un camino cuyo destino final es imprevisible. Nadie tiene asegurado llegar a Laredo, Ciudad Juárez, Nogales o Tijuana para dar el paso definitivo y pisar suelo estadounidense. Allí empezará otro reto, esquivar a los agentes fronterizos y llegar a la ciudad en la que les esperan familiares, amigos, compatriotas, tratando de comenzar una vida que les saque de la miseria que el destino y el sistema les ha deparado.
Pese a todas las dificultades el número de migrantes irregulares a su paso por México no decrece. No es fácil estimar el número de personas que cruzan hacia los Estado Unidos. No hay estadísticas, pero un dato recogido por Amnistía Internacional puede dar idea del flujo de personas. Según el Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano, en el año 2012 se detuvo a 88.501 migrantes. La mayoría de estas personas procedían de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Se calcula que una quinta parte son mujeres o niñas y uno de cada doce, menores 18 años.
Estos datos son corroborados por Solalinde según las referencias que se manejan en el albergue. “Estamos comprobando, señala el sacerdote, un importante aumento de menores no acompañados, especialmente guatemaltecos y hondureños. Asimismo, se ha duplicado la población de salvadoreños y nicaragüenses”. También hay que resaltar que durante la administración de Barack Obama se ha deportado a más de 1’2 millones de personas.
Pocos cambios
El paso de los migrantes por México continúa marcado por los secuestros, la violencia sexual, el reclutamiento forzado, el tráfico de personas y los asesinatos. Sigue la corrupción policial, sin que exista control pese a las numerosas y frecuentes denuncias que defensores y defensoras de los derechos humanos hacen a las autoridades políticas y policiales, así como a organizaciones como Amnistía Internacional. Los cárteles siguen funcionando y, para Alejandro Solalinde, en estos años lo único que ha cambiado es que ya no se hacen secuestros masivos, descarados, a las doce del mediodía; “ahora –señala- se hace el ‘secuestro hormiga’, pocos a pocos. Sí ha nacido otra modalidad de cobro a los migrantes, ya que en el momento que suben al tren se les pide 100 dólares por persona y tramo. Esto significa unos 1.500 dólares hasta la llegada a la frontera estadounidense”. Es difícil imaginar el dinero que se maneja, teniendo en cuenta que estamos hablando de miles y miles de personas. Quien no paga es arrojado del tren en marcha con dramáticas consecuencias físicas, incluida la muerte.
Cualquier jornada en el albergue Hermanos en el Camino es muy activa, ya que por el mismo pasan cada mes entre 3.000 y 4.000 personas, lo que significa que fuera permanece el doble. Estas gentes quedan en manos de “coyotes”, guías, traficantes de personas que los derivan a hoteles, casas contratadas y otros establecimientos en los que les exigen más pagos. Es una constante, porque el sistema no ha cambiado. Para Solalinde, “los migrantes no son prioridad y tampoco los derechos humanos”. Por eso, cuando sabe que llega el tren, invita a hombres, mujeres y menores a que acudan al centro, donde se asean, hidratan, comen, lavan la ropa, descansan y reciben orientación sobre su camino y las incidencias de todo tipo que se pueden encontrar.
Ayudas y voluntariado
El albergue se creó no sin pocas dificultades e incomprensiones. El trabajo ha sido -y es- constante. Hoy está terminado el 80% del proyecto gracias a aportaciones como las de la organización católica alemana Adveniat, la estadounidense Universidad Católica de Notre Dame, el propio Vaticano e incluso de los boy scout de Extremadura, con cuyo dinero se va a terminar la parte superior del edificio, donde está el dormitorio de las mujeres, la biblioteca y el área de voluntariado, formado en estos momentos por personas, en su mayoría mujeres, procedentes de Alemania, Estados Unidos, España, Italia, varios países de Centroamérica y del propio México. A lo largo del día el padre Alejandro se reúne con ellos para charlar de sus dificultades y de sus logros.
Hablando de ayuda, cuando se le pregunta Solalinde qué clase de apoyo le gustaría recibir responde sorpresivamente que, desde Europa, que “cuiden a los africanos y asiáticos que atraviesan sus fronteras. Lo más importante son los seres humanos, vengan de un sitio o de otro. Una de las pocas ventajas que tenemos en México es que la nueva ley migratoria no criminaliza al inmigrante, cosa que sí ocurre en el viejo continente o en los Estados Unidos. La asunción de los derechos humanos en estos países se hace de forma selectiva. Eso es preocupante”.
Junto a Solalinde, en el centro de acogida hay un equipo de colaboradores y colaboradoras muy sensibles, totalmente conscientes de la realidad. Así, Alberto “Beto” Gómez es la persona de máxima confianza, el “alma del albergue”. Es un guatemalteco de 25 años, víctima de un asalto policial hace casi cinco. Se quedó para reclamar justicia, pero mientras ésta llega se ha convertido en un incansable defensor de los derechos humanos. También está Fátima, una mexicana que llegó para colaborar unas pocas semanas y ya lleva dos años. Este es el tiempo que lleva también Tele (Timotea), una religiosa española del Ángel de la Guarda. Junto a ellas, dos religiosas salvadoreñas, una de las cuales, Guadalupe, se encarga de la administración y los donativos.
Amenaza de muerte
Quienes defienden a los migrantes irregulares, como Solalinde, son víctimas de amenazas y ataques, como el ocurrido hace unas semanas en el albergue de Bojay, regido por unas religiosas, en el que irrumpió un grupo de asaltantes que destrozó todo lo que pudo. El albergue de Ixtepec sí es seguro, ya que cuenta con cuatro policías estatales. Solalinde afirma que “el seguir luchando me ha hecho más respetado. No tanto porque no quieran matarme, ya que soy un estorbo para muchos intereses, sino porque el coste político es muy grande. Insisto mucho en que quien tenga que tomar la decisión es un político, no va a ser un ‘gatillero’ o cualquier miembro de un cártel, ya que una actuación así estaría dentro de un plan”.
El día va llegando a su fin. Es el momento de retirarse al cuarto para la reflexión, a veces incluso para el llanto en silencio por la impotencia, la rabia sentida ante la impunidad, la corrupción y la injusticia. Pero Alejandro Solalinde sabe que la esperanza volverá por la mañana en la confianza de que todo esto puede cambiar.
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