El encuentro entre víctima y victimario constata la verdad del dolor infligido

En los años 2011 y 2012 se produjeron catorce encuentros entre presos disidentes de ETA y víctimas, directas o familiares, de la banda terrorista. Los primeros contactos se produjeron a raíz de que un grupo de presos de Nanclares de Oca expresara a Instituciones Penitenciarias, al frente de la cual se encontraba Mercedes Gallizo, su deseo de reunirse con víctimas de su actividad delictiva. Después de no pocas conversaciones entre el Ministerio del Interior y la Dirección de Atención a Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco -organismo encabezado por Txema Urkijo y Maixabel Lasa, viuda del que fuera gobernador civil de Guipúzcoa Juan Mari Jauregui- se decidió abrir una experiencia enmarcada en la llamada justicia restaurativa, complementaria a la justicia penal.

Simplificando mucho, la justicia restaurativa -cuyos primeros pasos se habían dado en la década de los 70 del siglo pasado en países como Australia, Nueva Zelanda o Canadá- pretende dar protagonismo a la víctima de un delito, expresando qué es lo que necesita, mientras que el victimario reconoce el daño causado, responsabilizándose del mismo y reparando en lo posible –por ejemplo, no se puede devolver la vida- el mal.

procsos de reconciliación en el Pais Vasco entre terroristas de ETA y víctimas

Alberto Olalde 2016

En este proceso, encabezado por Esther Pascual, abogada y doctora en Derecho, participaron como mediadores otras seis personas. Una de ellas es Alberto Olalde, trabajador social y profesor de la Escuela Universitaria de Trabajo Social en la Universidad del País Vasco, en su campus de Vitoria. Asegura sentirse “un privilegiado e impactado” por haber trabajado en esta iniciativa, en absoluta clandestinidad “para protegernos y para protegerlos”. Es casi como “salir del armario”, pero “es tan bello lo que ves que te interpela demasiado para que mires a otro lado”, afirma Alberto, quien añade que “existe un elemento de transformación de esas personas que definiría casi como de ‘magia’. Ese encuentro de quien agrede con el que ha sido agredido, ese encuentro de tanto dolor, es increíble. Ver el camino recorrido por alguien que quiere responsabilizarse de sus actos, con alguien que le quiere escuchar sin necesidad de venganza y sin rencor. No es fácil de describir”.

Sin beneficios penitenciarios

Esto no significa que el encuentro sea como un cuento de hadas, ni mucho menos. Para las víctimas era imprescindible que el exetarra no recibiera ningún beneficio penitenciario. Se puso esta condición y, de hecho, no lo ha habido. Es un trabajo difícil y complicado; largo y duro, aun teniendo en cuenta que -en el caso de las víctimas y de los victimarios- ya estaban en un proceso personal capaz de entrar en una lógica de encuentro. Según señala Olalde, “esto hizo que la preparación fuera más corta –alrededor de seis meses- que en otros países, en donde en casos de asesinatos ha llevado una media de dos años”. La forma de trabajar, explica Alberto, es por separado y es fundamental que ambas partes confíen en el mediador. Hay claves para el trabajo, con una serie de preguntas para identificar qué necesita la víctima, de qué quiere hablar, por qué quiere sentarse delante de alguien que asesinó a un familiar suyo, cómo siente un dolor que ha destrozado la vida de sus hijos, cómo lo ha afrontado durante años, qué herramientas personales tiene para salir de la situación, qué necesidad tiene de mirar al otro. A veces, las víctimas se sienten culpables por no haber podido hacer algo que evitara la muerte del ser querido, incluso quienes han tenido la premonición de que se iba a producir el atentado. También la participación de una víctima alguna vez ha causado un conflicto familiar, porque unos quieren y otros no. Por su parte, el victimario también ha tenido que recorrer un complicado camino de soledad profunda, de enorme vacío, de miedo a la banda, de reconocimiento del daño causado, de admitir que sus actos eran meras justificaciones…

Como es fácil de comprobar, son muchos los puntos que hay que tocar, más teniendo en cuenta que cada persona lo vive de una manera. “Una vez que se ha hecho el trabajo de preparación, relata Alberto, los juntas, aunque suene como una perogrullada, cuando tienen que juntarse. Es cuando ya ves que el hecho de encontrase viene dado, que se necesita, que se percibe en las dos partes, que no hay ningún riesgo para nadie”. Los encuentros han sido largos -de hasta tres horas- y lo que hace cada parte es narrar sus vivencias, que están llenas de matices, de detalles, de preguntas, de colores…

Para Alberto Olalde, “el encuentro entre víctima y victimario, de alguna manera, es una constatación de la verdad de los sucedido. La verdad del dolor es la que debe conocerse sin equívocos, para que no vuelvan a producirse aquellos hechos”.

Cuatro años de parón

Desde hace cuatro años, con la llegada del Partido Popular al Gobierno, este proceso se paralizó por motivos políticos, aunque hizo su propia propuesta con los llamados “Encuentros reparadores”, en los que no ha participado nadie en la última legislatura, seguramente por falta de confianza en un partido que ha utilizado el terrorismo como arma política. Entre otras cuestiones, se pusieron unos condicionantes contrarios a los que se habían pactado anteriormente, incluyendo la presencia de un testigo –un funcionario de Instituciones Penitenciarias- que levantara acta de lo que se hablaba entre víctima y victimario. Para Alberto Olalde esto “ha truncado una esperanza de reducción del dolor, un sueño de reconocimiento del mal causado, pero es un hecho tan grande que confío que en algún momento vuelva a ser realidad”.

Mientras tanto, en el País Vasco se trata de seguir cerrando heridas con una perspectiva en la que la esperanza no está al margen de alcanzar la normalidad que no ha existido en las últimas cinco décadas. El hecho de que no haya una amenaza terrorista distiende mucho el ambiente, antes tan tenso. Olalde cree que es un momento como de transición “en el que están cambiando muchas más cosas de las que creemos, pero no tantas como las que quisiéramos”. Piensa que se están escuchando nuevos lenguajes, se están viendo nuevas formas, “pero esta sociedad –añade- tiene un reto, que es mirar lo que ha vivido y qué hacer con ello”.

Nota del autor: Para conocer en profundidad este proceso, la editorial Sal Terrae publicó en 2013 un libros muy interesante: Los ojos del otro. Encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA. Coordinado por Esther Pascual y con prólogo de Maixabel Lasa, está escrito por los mediadores Alberto Olalde, Francisca Lozano, José Luis (Josito) Segovia, Julián Carlos Ríos, Eduardo Santos Itoiz y José Castilla, así como por Xabier Etxebarria (abogado y profesor de Derecho Penal) y Luis María Carrasco, ex miembro de ETA, autor de la muerte de Juan Mari Jauregui.

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