P. Teodosio: Parece que se quiere llevar a los 13 o 14 años la edad de la confirmación.
P. Benito: ¿Se quiere llevar? No lo pongas en futuro. En muchas diócesis españolas ya se está haciendo. Y en la de Cuenca se confirma a los 12 años.
P.T. Pues vaya una idea. Lo considero un disparate.
P.B. ¿Y por qué? Yo ahora estoy en una parroquia rural y tengo que confirmar a los chavales a esa edad o poco más. Si no, luego ya no puedo cogerlos.
P.T. Es decir, que se trata de algo así como: ahora que te tengo aún a tiro, te confirmo, antes de que te escapes.
P.B. Puede que suene de este modo pero las confirmaciones a los 18 son igualmente un punto de llegada. Cuando en España se restauró la confirmación se valoró como una iniciación a un camino cristiano adulto pero en realidad, recibida la confirmación, la mayoría de los jóvenes ya no vuelve. ¿Cuál es entonces la diferencia entre recibirla a una edad u otra? Los “progres” os quedáis más contentos pero el resultado es el mismo.
P.T. Pero no se puede argumentar desde esa base. La confirmación es un sacramento de una cierta madurez, que recibe alguien que ha decidido seguir el camino cristiano. Eso no ocurre a los 12 años. Por tanto hay que esperar y que, al final, se confirme el que verdaderamente quiera.
P.B. Una visión muy bonita pero que no es real. La mayoría se confirma porque lo hacen sus amigos, no por una decisión personal madurada. En la fe tiene un papel muy importante el ambiente. En un ambiente “católico”, como el que vivimos hace 50 años, los jóvenes creían más; como hoy la sociedad es indiferente, ellos también lo son. La gente cree lo que creen los de alrededor. Confiar en las decisiones muy personales valdrá para algunos casos pero no para la generalidad.
P.T. Precisamente en un mundo que no cree hay que despertar y acompañar las decisiones y actitudes personales. Ya no es el ambiente el que las sostiene.
P.B. Pero mira la realidad tal como es. Los chicos hacen la comunión a los 9 años. Supongamos que perseveran en grupos de poscomunión. Eso dura dos o tres años. Luego abandonan para volver, quizá, tras un período de “increencia” práctica, a una catequesis de confirmación.
P.T. Tienes razón en parte. Es verdad que a los 12 años debería haber alguna ceremonia de reafirmación en la fe, adecuada a su edad. Pero no la confirmación.
P.B. No veo por qué no. Los sacramentos dan la gracia y la dan a cualquier edad. En la historia de la Iglesia ha habido muchos modelos distintos. Durante siglos se bautizaba a los bebés y a la vez se les daba la comunión con una gotita de vino. En los sacramentos se realiza el opus operatum, es decir, que Dios no se deja condicionar por las circunstancias y la gracia actúa siempre, independientemente de la dignidad del que la recibe o del que la administra.
P.T. Ya llegamos a un punto básico. Dejando aparte el nombrecito, es verdad que Dios se da de todos modos, pero esa doctrina ha servido para convertir a los sacramentos en una especie de magia. Si el rito se hace bien, se producen indefectiblemente los efectos salvadores. No tienes más que ver a esos curas que salen ahora, que no cambian ni una coma del ritual y todo lo hacen impersonalmente. Pobres, es lo que les han enseñado pero ya dijo Jesús que la letra mata.
P.B. Estamos de acuerdo pero eso no invalida la doctrina que la teología ha defendido siempre. En los sacramentos Dios se entrega y lo hace sin condiciones.
P.T. Tienes razón, Dios se entrega, pero como una persona se entrega a otra. Toda entrega personal requiere y anima una respuesta. Si ésta no se da, la entrega parece quedarse sin efecto (aunque, naturalmente, eso habría que matizarlo mucho).
P.B. Bueno, según tú, habría que cambiar el planteamiento; es decir, formular una nueva teología.
P.T. Sin duda alguna. Hay que formular una nueva teología en casi todos los terrenos pero sin duda en éste de los sacramentos.
P.B. Bueno, pues cuéntamela si la conoces pero aligera, que me tengo que ir a un grupo de poscomunión (que no sé si lo haré de confirmación).
P.T. Vamos a ver: el cristianismo consiste en un seguimiento de Jesús y, por tanto, es un camino que, como casi todo camino, se hace en comunidad. Hay un momento de salida, que es el bautismo. Después, el camino (que es la misma vida) proporciona experiencias siempre nuevas. No sólo las que salen al paso sino, sobre todo, las que cada uno o en conjunto propicia con sus obras. Hay que contemplarlas, disfrutarlas y orarlas. A los pequeños hay que enseñarles a hacerlo. La comunidad se reúne de cuando en cuando para celebrar lo que entre todos van viendo y haciendo y lo realizan con una comida. Cuando los niños empiezan a ser mayorcitos se les admite a la mesa de los mayores. Llega un momento en que se hacen adultos y la comunidad les invita a seguir caminando con ellos o con otros grupos semejantes. Puede que no quieran, que se hayan cansado de caminar y prefieran hacerse personas sedentarias. O puede que busquen otros modos de caminar. Pero si quieren continuar en el camino de Jesús, la comunidad organizará una fiesta para celebrar esa decisión. Es la confirmación. Como responde a una decisión personal, será su fiesta o acaso la de tres o cuatro amigos que se han echado en la ruta. Pero todo esto tendrá que ser cuando hayan demostrado que quieren hacer cosas, que saben leerlas desde su fe y rezarlas y que eso es algo serio en su vida porque han experimentado que Dios les acompaña.
P.B. Precioso, sin duda, pero ¿dónde están esas comunidades, esa iniciación, ese acompañamiento y esa Iglesia global atractiva, tan necesaria y de la que se te ha olvidado hablar? Mira, me voy a seguir con mi grupo de catequesis y que sea lo que Dios quiera.
P.T. Lo que Dios quiere lo sabemos. Se trata de lo que le dejemos hacer.
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