Tras la cámara de Jesús Blasco de Avellaneda

Su nombre completo es Jesús Blasco de Avellaneda aunque, con su permiso, yo seguiré llamándole Blasco, que es como se presentó hace casi diez años cuando coincidimos en la carrera de periodismo. Blasco es de ese tipo de personas que te hacen creer que el periodismo aún tiene sentido. A día de hoy, es todo un referente del periodismo humano, social y comprometido no solo en Melilla -su ciudad natal- sino, afortunadamente, también en el resto de España. Tantos años de esfuerzo y trabajo le han hecho merecedor de premios tan recientes como el Premio Enfoque 2017 al mejor fotoperiodista o tan importantes como el Premio Derechos Humanos de Periodismo 2013. “Me vino en un año muy duro, con persecuciones, detenciones, denuncias falsas o abusos y fue para mí un estímulo impresionante, un empujón que me permitió seguir adelante”.

Nos ponemos tras el visor de Jesús Blasco de Avellaneda, el fotoperiodista de las fronteras

Jesús Blasco de Avellaneda toma fotografías en un campo de refugiados griego.

Y es que, si por algo se caracteriza su trabajo es por denunciar las injusticias siempre con una máxima por bandera: “Vivir con coherencia, intentando tanto ser feliz como hacer felices a los demás, aunque muchas veces me salga el tiro por la culata”. Se describe a sí mismo como una persona sencilla, “una persona a la que Dios le ha dado muchos dones, entre ellos la creatividad, la imaginación y la empatía”. Por eso, quizá, se dedicó desde bien joven al periodismo, una profesión que, ante todo, es su forma de vida. “El periodismo es dar voz a los que no la tienen. Es poner la verdad por encima de todo. Es contribuir a la reflexión describiendo los problemas, denunciando las injusticias y favoreciendo las soluciones. Es tender puentes al diálogo a través de la palabra. Es mostrar la realidad que acontece en cada punto de la tierra y más en aquellos en donde puede haber menos luz o más oscurantismo y desinformación. Es ser cronista de tu tiempo, remover conciencias, contribuir a la mejora del sistema democrático, a la cultura, a las libertades”. Pero además, como cristiano y católico que es, Blasco también tiene unas convicciones muy fuertes que le hacen ser como es. “Está claro que, para el creyente, el otro, sea quien sea y de donde sea, es Cristo. El prójimo es también hijo de Dios hecho a su misma imagen y semejanza, tenga el dinero y el color que tenga”.

El compromiso de Jesús Blasco de Avellaneda va más allá de su cámara fotográfica

Jesús Blasco de Avellaneda, con José Palazón de fondo, posando para una niña árabe.

La mayor parte de su trabajo se ha centrado en contar lo que pasa alrededor de la valla de Melilla, siendo uno de los primeros periodistas en documentar, por ejemplo, las devoluciones en caliente. Tras más de treinta años recorriendo las calles de Melilla, Blasco conoce de sobra la problemática de la realidad migrante en la ciudad. “La vida en Melilla es muy tranquila, quizá demasiado. Es una ciudad bonita y acogedora pero, a la vez, una ciudad de frontera con muchos problemas, con mucho paro, desigualdad social y económica”. Por mucho que queramos negarlo, “Melilla es España pero está en África, es Europa pero no goza de los privilegios de la zona Schengen”. La vida de los inmigrantes, por tanto, es de todo menos fácil. “Muchos creen que es el final del camino y para la mayoría es el comienzo de muchas vallas y muchos sufrimientos. Nadie quiere quedarse aquí, pero acaban atrapados en la burocracia y la injusticia. Algunos pasan aquí meses o años, acogidos, sí; bajo techo y con un plato de comida, sí, pero sin poder formar una familia, sin poder trabajar, sin poder llegar a sus destinos ni alcanzar sus sueños. Es un lugar muy frustrante para ellos”. Por ello, la realidad de muchos de los subsaharianos que consiguen cruzar la frontera con Melilla es, como nos retrata Blasco, una relación de amor-odio “aunque al final el odio acaba imponiéndose en la mayoría de los casos”. Parte de la culpa, la tienen los incompresibles trámites a la hora de pedir asilo. “Tienen que lograr saltar la valla, pasar los controles policiales y llegar por su propio pie al centro de inmigrantes para que les dejen pedir asilo. Sin embargo, si lo piden permanecen bloqueados en Melilla hasta que se resuelva la petición. Mientras sus compañeros que se saltan ese trámite van saliendo hacia la España peninsular. Por ello, muchos no piden asilo para no quedarse aquí bloqueados, de hecho las ONG les animan a no hacerlo para que puedan salir pronto hacia el continente. Entonces, el Gobierno dice que los subsaharianos son inmigrantes económicos y no refugiados porque no piden asilo. Y no se toman medidas porque conviene que las cosas no funcionen bien.

[quote_left]»El periodismo es ser cronista de tu tiempo, remover conciencias, contribuir a la mejora del sistema democrático, a la cultura, a las libertades»[/quote_left]

Cuando le preguntamos concretamente sobre la valla de Melilla es muy claro afirmando que “todos los muros son aberrantes y son muestras físicas del fracaso de las sociedades modernas. Afean el paisaje, dividen familias, separan pueblos, generan odios y aumentan diferencias”. Sin embargo, nos aclara que el debate “no está en si valla sí o valla no. Primero porque hay muchas vallas en Melilla, en España y en Europa y muchos muros sociales, políticos o económicos que también existen y que generan más odios, diferencias y muertes que los muros físicos. Y segundo, porque creo que las organizaciones internacionales deberían sentarse y ponerse de acuerdo para desarrollar un plan de choque para el África subsahariana. Si se gastase dinero en generar flujos legales de migración, empleo y riqueza, en acabar con las redes de trata, con las guerras o estados fallidos, no tendríamos que preocuparnos por la valla o el muro”. Y es que, si de algo somos conscientes, aunque no queremos reconocerlo, es de que lejos de solucionar la problemática por la vía más pacífica posible, los estados la combaten con “más armas y más presupuesto en seguridad, olvidándonos de las personas e incumpliendo las leyes internacionales y los derechos humanos”. Por eso, Blasco nos deja claro que el problema “no es que salten los subsaharianos, es que antes de saltar se les hacina en campamentos inhumanos que son quemados y arrasados sistemáticamente y que después de saltar son expulsados heridos, sin identificar y sin abrirles siquiera un protocolo de expulsión como marca nuestro ordenamiento jurídico”. Muchas de las historias que más le han marcado durante su carrera son, precisamente, de personas subsaharianas que para él dejaron de ser un simple número estadístico. “Hay muchas historias preciosas, de superación, de esperanza o con final feliz; pero también hay muchas muy duras. Recuerdo a Marie, que enfermó en los campamentos de subsaharianos de Oujda, en la frontera entre Marruecos y Argelia y que murió. También a Salam, el ángel de la frontera. Esta niña enferma y su familia nunca pudieron cruzar a España, ella empeoró por falta de tratamiento,  fueron desalojados y les perdí la pista. O Joshep, un joven camerunés cuyo sueño era jugar al fútbol en Europa y saltando la valla se destrozó una pierna y quedó cojo de por vida. Recuerdo a Shaharza y a otros tantos niños de Idomeni, en el norte de Grecia, todos ellos huérfanos, deprimidos, con la cabeza ida y la mirada pérdida. Y luego hay historias increíbles como la de Abdelaoui, que huyendo de una redada policial en Marruecos quedó tetrapléjico tras caer por un terraplén y estaba a punto de morir cuando conseguimos para él un visado humanitario. Ahora está mucho mejor, vive en España, hace rehabilitación, le ha cambiado el rostro. Es feliz”.

El Fotoperiodista Jesús Blasco de Avellaneda, fe y compromiso en la frontera

La cámara de Blasco de Avellaneda ha retratado con precisión los abusos en la frontera sur.

Esa fidelidad a su coherencia y a esa forma de entender la profesión periodística le ha costado más de un quebradero de cabeza. Ha pasado tres veces por los calabozos de España, siete por los de Marruecos y una vez más en Grecia “y todas por el único delito de ser periodista”. Le han disparado en la frontera entre Argelia y Marruecos mientras grababa un reportaje sobre contrabando de petróleo y gas y un grupo de tratantes de mujeres nigerianas le dieron una paliza en Marruecos. “No te voy a engañar, se pasa miedo. Pero la adrenalina, la responsabilidad, el amor a tu trabajo y el querer contar historias son más fuertes que el miedo y el peligro. El problema es cuando tienes mujer e hijos. Yo ahora sí que me corto muchísimo más porque tengo miedo de que les pueda pasar algo a ellas. Pero ellas lo llevan bien. La niña es pequeña todavía y mi mujer es periodista y conoce y comprende mi trabajo,  aunque lo pasa muy mal cuando me pierdo por Argelia o Marruecos”. En cambio, las detenciones le han hecho más fuerte. “Las primeras veces sientes rabia, impotencia, te sientes muy defraudado. Te detienen de forma ilegal y  vierten contra ti acusaciones falsas. Me han llegado a encerrar y a tener un día entero en un calabozo en España y, mientras, en la habitación de al lado se oía cómo decían: vale, lo hemos detenido, pero ahora hay que acusarle de algo gordo si no se nos cae el pelo, que el cabrón es periodista. Pero con el tiempo te lo vas tomando con más serenidad. Cuando alguien intenta arrojar luz en zonas donde hay tanto oscurantismo y desinformación es normal que moleste y que intenten callarle. Pero no lo han conseguido. El tiempo y la justicia han puesto las cosas en su sitio y todas las acusaciones han sido archivadas. Cada uno sabe lo que tiene en su conciencia. Yo desde luego estoy tranquilo, feliz y orgulloso de lo que he hecho y de lo que tantas personas hemos conseguido”.

Al preguntarle si echa de menos una voz de la Iglesia española más fuerte sobre el problema de la inmigración reconoce “que siempre se puede hacer más y que se debe ser más claro y estar más unidos frente a las violaciones de derechos humanos, pero creo que la Iglesia española hace una gran labor. La Iglesia no puede predicar otra cosa que el amor al prójimo, la acogida, el cumplimiento de los derechos humanos y de la legalidad internacional” y eso se está haciendo a través de Cáritas, del Servicio Jesuita para los Refugiados, del Servicio Jesuita Migrantes, de la Delegación de Migraciones, de muchas organizaciones sociales cristianas o las parroquias. En la Iglesia cada uno tiene su papel. Algunos denunciamos, otros curan heridas, otros reparten pan, otros te presentan a Cristo, te dan una esperanza, una razón para vivir; otros marcan la casilla de la Iglesia y de fines sociales, otros no devuelven mal por mal o ponen la otra mejilla y otros rezan, rezan por los que denunciamos, rezan por los que sufren los abusos, por los que abusan. Mi labor es importante, pero no es la más importante. A veces la voz de la Iglesia no la oímos nosotros, pero la oye Dios y la oye nuestro corazón. Quizá sin la labor del resto de la Iglesia yo no tendría fuerzas para denunciar abusos o para perdonarlos”.

 

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