Olga Belmonte dirige el encuentro, centrado en el sufrimiento de las víctimas de abusos y nos plantea una profunda reflexión sobre su dolor, la dimensión estructural del daño y la respuesta de las ilesas e ilesos. Su trabajo en ese ámbito ha sido publicado en su libro “Víctimas e ilesos”.
Explica que las personas necesitamos percibir el mundo como un lugar habitable lo que implica experimentar sentimientos de protección, familiaridad, proximidad… El daño padecido por una víctima convierte el mundo en un lugar inhóspito, emergiendo así intemperie en lugar de protección, extrañeza en lugar de familiaridad y soledad e incomprensión en lugar de proximidad. La sensación de pertenencia desaparece y da lugar al desarraigo y a la desvinculación que afecta a todas las estructuras de la persona.

En el abuso, la extrañeza también se extiende al propio cuerpo que ha sido profanado, dando lugar a sensaciones de asco, vergüenza y culpa. La víctima se siente “cosificada”, usada. El templo, la parroquia, el colegio, lugares donde se construye la propia identidad, dejan de ser “casa”; el abuso desgarra, así, la propia identidad.
La víctima se siente “cosificada”, usada.
Se produce una ausencia de “patria espiritual” con la consiguiente crisis espiritual. Es el “eclipse de Dios” (Martin Buber) porque el abuso se interpone entre Dios y la persona abusada. Hay también ausencia de “patria lingüística”: no hay palabras que puedan expresar el daño padecido, aparece la incomprensión y el aislamiento. No hay tampoco “patria humana”, la víctima puede quedarse sin familia, sin comunidad de referencia…
La víctima se queda “sin suelo”, y la respuesta que necesita por parte de las ilesas e ilesos es consuelo: que alivien su dolor y contribuyan a que el mundo sea de nuevo su casa y el templo lugar de protección. La elaboración del sufrimiento es personal y también social; corresponde a las ilesas e ilesos asumir las responsabilidades personales y estructurales necesarias para que no vuelvan a ocurrir abusos en la comunidad eclesial. No hacerlo es minimizar el sufrimiento de las víctimas.
El abuso se interpone entre Dios y la persona abusada (“eclipse de Dios”, según Martin Buber)
En las relaciones abusivas, el victimario se apodera de la conciencia de la víctima anulándola. La víctima no es consciente de que lo es, sufre un dolor que no puede nombrar ni, por tanto, pedir ayuda.
Cuando la víctima es una mujer y el victimario un varón ordenado concurren la autoridad sagrada y la superioridad del varón sobre la mujer en un sistema patriarcal que justifica el sometimiento de las mujeres. Es tarea de las ilesas e ilesos cambiar esos discursos.
En las relaciones abusivas el victimario se apodera de la conciencia de la víctima, anulándola
El silencio de las víctimas impide la elaboración del trauma, pues esta viene del testimonio. Es importante explorar el origen de su necesidad de callar. Ese silencio puede ser fruto de un silenciamiento impuesto, de un intento de callar a la víctima que no debemos permitir; hemos de acabar con el silencio estructural. Pero también existe un silencio elegido, en ocasiones para no hacer daño a la familia o al entorno, incluso un silencio intergeneracional. Las víctimas tienen derecho al silencio que hemos de respetar y acompañar. Nadie se puede apoderar del dolor de las víctimas ni politizarlo.
Se hace necesario escuchar, acoger, reconocer, no frenar la rabia, ayudar a vehiculizarla e integrarla en la construcción de la narrativa del abuso porque la víctima tiene derecho a la queja, a la rabia y al resentimiento.
Nadie se puede apoderar del dolor de las víctimas ni politizarlo
El encubrimiento, la omisión y la poca empatía con las víctimas hacen muy difícil el tránsito del silencio hacia el testimonio. Es necesaria una tarea de sensibilización en este sentido porque hay elementos estructurales que favorecen el silencio o, por el contrario, posibilitan el testimonio. Las personas ilesas deben activar redes de cuidados y alivio del dolor en la Iglesia porque también hay un origen estructural de los cuidados.
Olga Belmonte cuestiona sobre el ejercicio del poder y de la obediencia en las relaciones eclesiales y aporta una clave fundamental: situar la sacralidad de las personas por encima de todo (normas, funciones, poder…). Pasar del poder como vigilancia y control a la vigilia del poder, al cuidado del poder porque el poder es un privilegio que permite dañar o proteger. La vigilia del poder debe ser ejercida por parte de todos.
Si el poder provoca sufrimiento de inocentes, sufrimiento injusto, hay que des-obedecer como tarea ética. Des-obedecer es “obedecer a otra cosa”, redirigir la obediencia hacia lo más importante: la sacralidad de la persona por encima de la norma, la dignidad de la persona.
Si el poder provoca sufrimiento de inocentes, sufrimiento injusto, hay que desobedecer como tarea ética
Se han dado distorsiones en la respuesta institucional a los abusos en la Iglesia. Las instituciones eclesiales han centrado su respuesta en la lucha por la eliminación de los abusos en elaborar “protocolos de prevención”, esto es, en las posibles víctimas futuras, dejando a un lado a las personas que ya han sido o están siendo victimizadas.
Diseñamos “mapas de riesgos” sin haber elaborado aún un “mapa del daño”, de las heridas ya producidas.
Sin cuestionarse a fondo quiénes han cometido abusos, dónde está el mapa de las responsabilidades asumidas, ¿cómo van a hacer un mapa de riesgos? Sin verdad no hay sensibilización. Si no reconocemos el daño que ya se ha producido, no podemos hacer prevención y en el centro y origen de la prevención ha de estar el testimonio de las víctimas y sus necesidades.
De este modo, se pueden iniciar también procesos de justicia restaurativa a destiempo, sin haber reparado aún a las víctimas y sin que el victimario haya reconocido el daño, atendiendo más a restaurar la imagen y la reputación de la institución que a las necesidades de las víctimas.
Las instituciones eclesiásticas tienen la responsabilidad de iniciar también procesos de reparación económica a las víctimas y de sostener asociaciones de víctimas para que las atiendan. Antes de dar respuestas, hay que preguntar a las víctimas: ¿cuál es tu tormento?, ¿qué necesitas?, ¿qué te ayuda?… para acercarnos a su sufrimiento concreto.
Analizando lo ocurrido y hablando de ello, de las relaciones que mantenemos en la Iglesia, estaremos en camino para que no vuelvan a ocurrir abusos, para que no sea la misma institución que silenció y permitió que estos terribles hechos ocurrieran.