Vivimos momentos de efervescencia política, de interés por los asuntos públicos, que es como decir los que competen al conjunto. Indignación, protestas de variadas formas, alternativas, propuestas… son variados lenguajes con los que la ciudadanía expresamos nuestro interés y voluntad de participar.
En Cataluña esta efervescencia tiene carácter propio. A los recortes de derechos, el incremento del control social y la devaluación de la democracia se unen temas que tienen que ver con la identidad, el encaje en ámbitos políticos más amplios, la manera de organizarse y la voluntad de expresarse como pueblo.
¿Qué está pasando en Cataluña? La respuesta no es fácil, ni única (eso, nunca nada), ni simple. No solo porque las perspectivas son diversas, sino porque no se trata de un suceso puntual, sino de un proceso, del que el presente forma parte. Y, por supuesto, porque hay tantos puntos de vista como pares de ojos que miran. Tantos, que ni en la manera de nombrar hay coincidencia.
Con la voluntad de comprender, de ofrecer visiones y claves de lectura que ayuden a entender el momento presente –y de una manera que nos lleve a la empatía y el diálogo–, alandar se ha dirigido a una selección de personas que, con el abanico de perspectivas lo más variadas posible, desde distintos colectivos y visiones, pueden aportar elementos para entender el momento que se vive en Cataluña y apuntar qué papel le toca a la Iglesia. Queríamos abordarlo de forma que moviera al diálogo y al compromiso –que son rasgos que caracterizan a todas las personas entrevistadas: el talante dialogante y el compromiso ciudadano y eclesial.
Aunque cada persona pone el acento en aspectos distintos, casi siempre complementarios, hay coincidencias. Coinciden en considerar que es un momento complejo, en que no existen respuestas únicas. En la necesidad de un debate que incluya todas las voces. Y coinciden en que el papel de la Iglesia es el respeto, el diálogo y el compromiso con su pueblo, del que forma parte.
Tiempos de dinamismo político son tiempos de conflicto, tan pegado siempre a la piel de los seres humanos. Solo las sociedades lánguidas y moribundas se ven libres de conflictos y, desde luego, no es el caso de la catalana. Gestionarlos con libertad, diálogo y respeto contribuirá a que los siguientes pasos del proceso que son la vida de las personas y la historia de los pueblos sean una aventura donde cada cual encuentre su sitio.