Martín Varsavsky, conocido gurú tecnológico de origen argentino y afincado en estos lares hispanos, piensa que sí. Y lo ha denunciado en un artículo que lleva el mismo título que éste, pero sin signos de interrogación, publicado recientemente en su blog. Para afirmar esto, se basa en dos tipos de argumentos. El primero es sólido: una encuesta del Ministerio de Educación que reza que el 56 por ciento de los estudiantes españoles de secundaria rechaza trabajar con judíos. De hecho, la judía es la tercera minoría más “despreciada” tras los gitanos y los marroquíes. Detrás vienen, por este orden, los europeos del Este, los africanos y los latinoamericanos.
Pero, a su juicio, hay una gran diferencia entre el rechazo a los judíos y al resto: no se basa en el encuentro con ellos, porque apenas sí existen en España y los que hay son poco visibles. No llegan a los 15.000, según sus propias instituciones (aunque los cálculos de las embajadas israelí y argentina se acercan a 30.000). Siendo tan pocos, es probable que ustedes, mis presuntos lectores, no hayan cenado nunca en casa de una familia judía o ni siquiera conozcan a alguno.
Y aquí entra el segundo gran argumento. Una especie de “memorial de quejas” que resulta al cabo una variada mezcolanza de planos distintos -personal, social, político, económico-: comentarios antisemitas que reciben sus hijos en el colegio, la inquina contra Israel de los pro-palestinos medios de comunicación, los prejuicios sobre la tacañería y usura judías, el antisemitismo tópico de la derecha católica y la izquierda progre, la creencia en un lobby judío todopoderoso que controla Wall Street (y Estados Unidos), la ignorancia fruto de la historia inquisitorial española, etc. En fin, diríase que el hombre es también aficionado a los tópicos.
Aunque acaba reconociendo que él no ha tenido problemas ni personales ni como profesor ni como empresario, su conclusión es que “se puede ser judío en España, pero no es fácil”.
Algo llama la atención en este alegato: no se menciona la religión. De lo que podemos deducir que en el plano religioso no existe discriminación. O que el señor Varsavsky, que se confiesa “laico no practicante”, no la nota. O no le da importancia. Sea como fuere, resulta cuando menos agradable pensar que, en la España de hoy, los judíos pueden ir tranquilamente a la sinagoga sin que les llamen “asesinos de Cristo”, aunque se les siga echando en cara otro tipo de “comportamientos”.
Siné
En una cosa se equivoca nuestro gurú: en el convencimiento de que, en España, la judeofobia es mayor que en el resto de Europa. Demuestran lo contrario los actos violentos, profanación de tumbas, pintadas, etc. que son el pan de cada mes en países como Francia, Suiza, Bélgica o incluso Gran Bretaña. O la absurda acusación que empieza a extenderse sobre la responsabilidad de los judíos en la crisis financiera. Puede que a ello contribuya –aunque, desde luego, no lo justifica- la imagen de prepotencia que ofrecen a veces.
Baste un caso como ejemplo. Hace un año, Charlie Hebdo, la revista que presumía de haber publicado las caricaturas de Mahoma, despidió a Bob Siné, uno de sus más antiguos articulistas, por escribir que Jean Sarkozy –el hijo del presidente- se iba a convertir al judaísmo para casarse con su entonces prometida, judía y rica heredera. Su director alegó que “relacionar judaísmo y dinero es intolerable”. No contenta con ello, la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo (LICRA) demandó a Siné por “antisemitismo” e “incitación al odio racial”, confundiendo, una vez más, la raza con la religión. Como era de esperar, monsieur Siné ha sido absuelto este mes de marzo.
Pero no todos los judíos, ni sus dirigentes religiosos, están obsesionados con las persecuciones. También estos días marceños se han reunido en París 300 rabinos del Centro Rabínico Europeo, impulsado por una nueva generación de líderes cansados, según el rabino Mikäel Journo, de “oír hablar siempre del judaísmo de ayer, de la shoah o de los actos antisemitas” y deseosos, por lo tratado en el encuentro, de mostrar otro rostro y encontrar soluciones concretas a problemas actuales como la investigación bioética, las conversiones (sólo en París hay en estos momentos más de 2000 peticiones) o el estatus de la mujer en el judaísmo y en la modernidad.
¿Es difícil ser cristiano?
Y tampoco parece fácil ser cristiano en casa de los judíos. Hasta el punto de que las hoy escasas comunidades cristianas de Jerusalén han pedido al papa que retrase su proyectado viaje de mayo. El motivo: la visita podría ser “mal entendida como una bendición de la Iglesia a las atrocidades del gobierno israelí”, cuya política afecta duramente a los cristianos: amenazas sobre el derecho de residencia en Jerusalén, supresión de visados a clérigos extranjeros, restricción de movimientos entre la ciudad santa y los territorios palestinos. La situación, además, podría agravarse con la llegada al poder de la ultraderecha israelí. “No somos más que 9.000 en Jerusalén”, ha declarado Yusef Daher, responsable del Centro Intereclesial de la ciudad. “El gobierno está vaciando la ciudad de cristianos”. Pero todo esto es ya otro cantar, ¿no?